26 – Agosto. Sábado. Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, virgen
![]() |
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Mateo 23,
1-12
Entonces Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:
«En la cátedra de Moisés se han sentado los
escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no
hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos
pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están
dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los
vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les
gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las
sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los
llame rabbí. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbí, porque uno
solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre
vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del
cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro,
el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Comentario
Las palabras que el Señor
pronuncia en el evangelio de hoy son duras. Son una denuncia clara y directa de
un comportamiento que no es agradable a Dios: la hipocresía.
La cuestión es que la hipocresía
tampoco es bien vista a ojos humanos. Por eso, es muy fácil empatizar con lo
que dice Jesús y darle la razón. Sin embargo, lo que no es tan fácil es
examinar el propio corazón y plantearse hasta qué punto lo que dice el Señor se
nos aplica a nosotros. Porque la hipocresía es tan desagradable como sutil.
Atan cargas pesadas e
insoportables. Podríamos preguntarnos: ¿mi vida, mis palabras, mis
actitudes, hacen más fácil y andadero el camino de la santidad para los demás,
o por el contrario lo hacen más insoportable? ¿La imagen del cristianismo
que resulta de mi forma de comportarme es la de una carga pesada o la
de un camino de felicidad?
Sin duda, es muy fácil decirle a
los hijos, o al cónyuge, o a un hermano, que deben comportarse de determinada
manera. Sin embargo, ¿lo hacemos nosotros? ¿Perciben los demás, no por nuestras
palabras, sino por nuestras obras, la importancia de sonreír siempre, de tratar
bien a todos, de no criticar a nadie a sus espaldas, de no decir mentiras?
San Josemaría cultivó a lo largo
de su vida un deseo, al cual nos invitaba a sumarnos: “pongamos generosamente
nuestro corazón en el suelo, de modo que los otros pisen en blando, y les
resulte más amable su lucha” (Amigos de Dios, n. 228). Es a eso a lo que nos
estimula Jesús con sus palabras: a darnos cuenta de que no estamos aquí para
hacer más difícil la vida de los demás. Estamos llamados a ser facilitadores de
la santidad de todos los que nos rodean.
¿Cuál es el mejor modo de
hacerlo? Que el mayor entre vosotros sea vuestro servidor. En primer
lugar, con nuestro ejemplo, con nuestra caridad traducida en obras de servicio.
Así lo entendió también san
Pablo: “llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de
Cristo” (Gálatas 6, 2). Los fariseos aumentaban la carga de los demás, nosotros
estamos llamados a aligerarla, tal como hace el Señor (cfr. Mateo 11, 28).
El que se ensalce será humillado,
y el que se humille será ensalzado. María Santísima nos enseña que la
humildad no se trata simplemente de sentirse humildes: se trata de
poner real y efectivamente nuestra vida al servicio de los demás. Es por eso
que Ella se convirtió en la mejor facilitadora del camino hacia Dios,
hasta el punto de que la Iglesia la invoca como Puerta del Cielo.
Luis Miguel Bravo
Fuente: Opus Dei






