Con la celebración de la Santa Misa de la Transfiguración en el Parque de Tejo —Campo de la Gracia—, concluyen los actos de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Lisboa
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ACI Prensa |
El Papa Francisco invitó a los
jóvenes a resplandecer, escuchar y no tener miedo. A continuación, les
ofrecemos el texto completo de su homilía:
“Señor, ¡qué bien estamos aquí!”
(Mt 17,4). Estas palabras, le dijo el apóstol Pedro a Jesús en el monte de la
Transfiguración, y también las queremos hacer nuestras después de estos días
intensos. Es hermoso lo que estamos experimentado con Jesús, lo que hemos
vivido juntos y es hermoso cómo hemos rezado, con tanta alegría de corazón. Y
entonces nos podemos preguntar: ¿qué nos llevamos con nosotros volviendo a la
vida cotidiana?
Quisiera responder a este
interrogante con tres verbos, siguiendo el Evangelio que hemos escuchado: ¿qué
nos llevamos? Resplandecer, escuchar y no tener miedo. ¿Qué nos llevamos?
Respondo con estas tres palabras: resplandecer, escuchar y no tener
miedo.
Primera: Resplandecer. Jesús se
transfigura. El Evangelio dice que “su rostro resplandecía como el sol” (Mt
17,2). Hacía poco que había anunciado su pasión y su muerte en la cruz, y con
esto rompía la imagen de un Mesías poderoso, mundano, y frustra las
expectativas de los discípulos. Ahora, para ayudarlos a recoger el proyecto de Dios
sobre cada uno de nosotros, Jesús toma a tres de ellos —Pedro, Santiago y
Juan—, los conduce a un monte y se transfigura y este baño de luz los prepara
para la noche de la pasión.
Amigos, queridos jóvenes, también
hoy nosotros necesitamos algo de luz, un destello de luz que sea esperanza para
afrontar tantas oscuridades que nos asaltan en la vida, tantas derrotas
cotidianas, para afrontarlas con la luz de la resurrección de Jesús. Porque Él
es la luz que no se apaga, es la luz que brilla aun de noche. Nuestro Dios ha
iluminado nuestros ojos, dice el sacerdote Esdras. Nuestro Dios ilumina:
Ilumina nuestra mirada, ilumina nuestro corazón, ilumina nuestra mente, ilumina
nuestras ganas de hacer algo en la vida, siempre con la luz del Señor. Pero
quisiera decirles que no nos volvemos luminosos cuando nos ponemos debajo de
los reflectores. No, eso encandila. No nos volvemos luminosos. No nos volvemos
luminosos cuando mostramos una imagen perfecta, bien prolijitos, bien
terminaditos, no, no. Aunque nos sintamos fuertes y exitosos. Fuertes, exitosos
pero no luminosos. Nos volvemos luminosos, brillamos, cuando acogiendo a Jesús
aprendemos a amar como Él. Amar como Jesús, eso nos hace luminosos, eso nos
lleva a hacer obras de amor. No te engañes, amiga, amigo: vas a ser luz el día
que hagas obras de amor. Pero cuando en vez de hacer obras de amor hacia
afuera, mirás a vos mismo como un egoísta, ahí la luz se apaga.
El segundo verbo es escuchar. En
el monte, una nube luminosa cubrió a los discípulos, y qué, esa nube desde la
cual habla el Padre, ¿qué dice? Escúchenlo, este es mi Hijo amado,
escúchenlo.
Y está todo aquí, y todo eso que
hay que hacer en la vida está en esta palabra: Escúchenlo. Escuchar a Jesús.
Todo el secreto está ahí. Escuchá qué te dice Jesús. Yo no sé qué me dice,
agarrá el Evangelio y lee lo que dice Jesús y lo que dice en tu corazón, porque
Él tiene palabras de vida eterna para nosotros, Él revela que Dios es Padre, es
amor. Él nos enseña el camino del amor, escuchalo a Jesús porque por ahí
nosotros con buena voluntad emprendemos caminos que parecen ser del amor pero
en definitiva son egoísmos disfrazados de amor. Tener cuidado con los egoísmos
disfrazados de amor. Escuchalo, porque Él te va a decir cuál es el camino del amor.
Escuchalo.
Resplandecer, la primera palabra,
sean luminosos, escuchar para no equivocarse el camino y al final la tercera
palabra: No tener miedo. No tengan miedo.
Una palabra que en la Biblia se
repite tanto, en los Evangelios: no tengan miedo.
Estas fueron las últimas palabras
que en ese momento de la Transfiguración, Jesús le dijo a los discípulos “no
tengan miedo”.
A ustedes jóvenes que han vivido
este gozo, estaba por decir esta gloria, y bueno algo de gloria es este
encuentro con nosotros. Ustedes que cultivan sueños grandes pero a veces
ofuscados por el temor de no verlos realizarse; a ustedes que a veces piensan que
no serán capaces —un poco de pesimismo se nos mete a veces—, a ustedes,
jóvenes, tentados en este tiempo por el desánimo, por juzgarse quizás
fracasados o por intentar esconder el dolor disfrazándolo con una sonrisa; a
ustedes, jóvenes, que quieren cambiar el mundo, y está bien que quieran cambiar
el mundo.
A ustedes que quieren cambiar el
mundo y que quieren luchar por la justicia y la paz; a ustedes, jóvenes, que le
ponen ganas y creatividad a la vida, pero que les parece que no es suficiente;
a ustedes, jóvenes, que la Iglesia y el mundo necesitan la tierra, necesita la
lluvia; a ustedes, jóvenes, que son el presente y el futuro; sí, precisamente a
ustedes, jóvenes, hoy les dice: no tengan miedo, no tengan miedo.
En un pequeño silencio, cada uno
repita para sí mismo, en su corazón, estas palabras: No tengan miedo.
Queridos jóvenes, quisiera mirar
a los ojos de cada uno de ustedes y decirles: no tengan miedo, no tengan miedo.
Es más, les digo algo muy hermoso: ya no soy yo, es Jesús mismo el que los está
mirando en este momento, los está mirando. Él los conoce, conoce el corazón de
cada uno de ustedes, conoce la vida de cada uno de ustedes, conoce las
alegrías, conoce las tristezas, los éxitos y los fracasos. Conoce el corazón de
ustedes. Ve nuestros corazones. Y Él hoy les dice aquí en Lisboa, en esta
Jornada Mundial de la Juventud: no tengan miedo, no tengan miedo, anímense, no
tengan miedo.
Fuente: ACI Prensa