Cesáreo y Dulce, guardeses de «la Santina» en Riofabar, sostienen el templo que les vio nacer
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Cesáreo y Dulce, el matrimonio que ha consagrado su vida a custodiar la capilla de Riofabar(Fotos: José María Carrera) |
A menos de una hora en coche del santuario de Covadonga, más perdida entre
las escarpadas montañas asturianas que la misma Santina,
se encuentra una aldea cuyos habitantes permanentes no llegan a la decena. Riofabar, una aldea perteneciente al
municipio de Piloña, funciona como lugar de tránsito para muchos senderistas a
los que solo el cercano río Infierno les
ofrece algo de reposo.
Por eso sorprende que algunos minutos después de dejar atrás
Infiesto, el pueblo más cercano, lo primero que ve cada conductor o caminante
sea una capilla en
perfecto estado presidida por San Tirso, el arcángel Rafael… y la
misma Santina.
La de
Riofabar es una de las pocas réplicas que existen de esta
advocación, la mayoría concentradas en torno a Asturias. Sus habitantes afirman
que está bendecida y que las oraciones y novenas que le dedican "valen lo
mismo" que si se rezasen ante el icónico santuario de Covadonga.
El lago Enol,
Cillaperlata, la Cueva... Las réplicas de la Santina
También destaca la del Enol, una Virgen de Covadonga que está
permanentemente sumergida
en el lago asturiano desde hace 50 años por iniciativa de los buzos
del club Caña Pescamar de Gijón. Cada día 8 de septiembre, los buzos de
la Federación de Actividades Subacuáticas del Principado de Asturias se
sumergen en búsqueda de la imagen para llevarla a la superficie, donde preside
la misa de campaña anual antes de regresar bajo el agua.
Otra réplica de la Santina es la que se encuentra en la población
burgalesa de Cillaperlata,
que parece ser a su vez una copia de la Santina original que se quemó en 1777.
También está la suplente, la de la capilla de Covadonga de la catedral de Oviedo y otra copia datada de 1952 situada
en la colegiata de San Fernando. Sin duda, una de las menos conocidas es la que
preside la capilla de Riofabar.
Los habitantes de esta aldea asturiana aseguran que la capilla
tiene al menos dos siglos,
aunque entonces tenía un aspecto muy distinto al actual.
Hace algunas décadas, con un contexto vocacional en alza y cuando
el concepto de "España vaciada" o "invierno demográfico"
carecían de significado, cientos de personas se reunían en torno a la capilla
de esta aldea para celebrar las fiestas a su patrón, San Tirso.
Los lugareños y vecinos de otras comarcas se unía en oración,
celebraba las verbenas, cenas y "fiestas del prau" y rendían culto a
la Santina y San Tirso tras la misa, cuando todavía se celebraba.
Un matrimonio guardían
de la capilla, legado familiar y religioso
Pero la descristianización,
la crisis demográfica y la ausencia de sacerdotes hacen que recuperar
esa tradición sea, hoy por hoy, lejano. "Es que no hay sacerdotes",
lamentan Dulce y Cesáreo, matrimonio nacido y criado en Riofabar.
A falta de ministros o sacristanes, este matrimonio tomó hace
muchos años la decisión de coger el legado que ya habían emprendido sus padres
y abuelos, cuidar la
capilla y preservarla de las inclemencias, animales, malos tratos e incluso
del paso del tiempo.
"No sabemos exactamente de cuándo es la capilla, pero mi abuela paterna ya la limpiaba.
No la conocía y ya tengo los 70", comenta Dulce. Lo que sí asegura el
matrimonio sobre la capilla es que los dos siglos "no se los quita nadie".
A lo largo de las últimas décadas ha sido restaurada en varias
ocasiones. Una de las reconstrucciones tuvo lugar en torno a 1965 y la última
fue en 2011, cuando se sustituyó todo el techo, se limpió a fondo el interior y
se aplicó una nueva capa de pintura. También se añadió un porche.
"Debe ser porque lo llevo en la sangre, digo yo. Empecé a cuidarla con los hermanos [de Cesáreo],
limpiaban al principio los mayores, la adornaban y después cuando se casaron,
los pequeños lo heredamos", relata Dulce.
"Si no fuera por
nosotros, esto se habría caído"
Desde entonces, la guardesa afirma sin dudar que si la capilla
sigue en pie, se debe a la labor de este y otro matrimonio de Riofabar, donde
nacieron y llevan yendo y viniendo "toda la vida".
Su labor de "guardeses" de la capilla es total.
"Cada vez que venimos la limpiamos, la barremos… somos los únicos que
miramos por la capilla junto con Belén y César. Si no fuera por nosotros, esto se hubiera caído. Incluso
hemos arreglado el tejado", cuenta Cesáreo.
Para el mantenimiento, los dos matrimonios se sirven del dinero que se
depositan en las velas, accesibles tras los firmes barrotes de la
cerradura, aunque no siempre es suficiente.
"Vamos arreglándonos con eso, compramos pintura, pegamentos,
pintura especial para la humedad… esa nos costó más de 200 euros, que lo
pagamos entre las dos familias. También para retejar usamos dinero de las
velas, fueron unos 119 euros", recuerda Dulce con precisión. Su siguiente objetivo es poner
"el onduline" para el tejado, aunque dudan que lo recaudado con
las velas sea suficiente.
Su dedicación a la capilla no admite excepción: también limpian el
musgo y las tejas pese a las dificultades de movilidad y acceso, enceran todo "para que
brille" y quitan las telarañas. También lamentan que no son pocos los
que atan al ganado en los portones del templo y son ellos los que tienen que
limpiar "la faena".
"Aquí las
mujeres somos todoterreno. Hacemos de todo", asegura ella.
Una sanación atribuida a
María que mereció una promesa de por vida
La del matrimonio es una fe tan sincera y sencilla como
comprometida. Preguntados por si tienen constancia de alguna gracia concedida por la Santina de
Riofabar o por San Tirso, su patrón, el mismo Cesáreo trasluce una implicación
personal y se muestra visiblemente emocionado al decir "tengo fe en la Virgen",
sin poder finalizar la frase.
"Estuvo muy
enfermo. Tenía 37 años y se curó. Ahora vamos todos los años al
santuario de Covadonga en promesa a la Virgen. Tenemos fe", aclara su
mujer.
El matrimonio todavía recuerda cuando podían acudir a misa dos
sábados al mes en su querida capilla. Pero eso era antes, hasta que empezó
"el problema de los curas". Recuerdan a algunos muy dedicados, que
llevaban hasta veinte pueblos cada uno. Pero "el golpe final" a la
liturgia en esta aldea llegó poco después del Covid: "Acabó con nosotros. En poco más de un mes
murieron tres… así que ya no hay misa", lamenta.
Se despiden alegres de Religión en
Libertad, relatando con emoción su boda celebrada un 24 de
diciembre de 1972 en la Virgen de la Cueva, a pocos kilómetros de la aldea.
Hasta que sus fuerzas se lo permitan, Dulce y Cesáreo aseguran que
continuarán dedicándose por entero a su capilla y a la virgen que alberga,
"la Santina de Riofabar". Por ahora, que siga en pie depende solo de
ellos.
Artículo publicado originalmente en Cari Filii News.
José María Carrera
Fuente: Religión en Libertad