Los monasterios son comunidades de monjes o monjas que viven según una regla y bajo la autoridad de un superior, que puede ser un abad o una abadesa
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| Antoine Mekary / Godong |
Pero, ¿cómo se elige al superior
de un monasterio? ¿Qué requisitos debe cumplir? ¿Qué funciones y responsabilidades
tiene?
Dentro de un monasterio, el abad
o la abadesa es el padre o la madre espiritual de la comunidad, que tiene la
misión de guiar, animar y corregir a sus hijos e hijas en el camino de la
santidad.
Requisitos para serlo
Según el Código de Derecho Canónico,
para ser elegido abad o abadesa se requiere ser monje o monja profeso de votos
perpetuos, tener al menos 40 años de edad y haber vivido al menos 10 años en la
vida monástica. Además, se debe tener una conducta irreprochable, una buena
formación religiosa y humana, y aptitud para el gobierno y la dirección
espiritual.
Sin embargo, estos requisitos
pueden ser dispensados por la Santa Sede en casos especiales, cuando no hay
nadie que los cumpla o cuando hay razones graves que lo aconsejen. Así, por
ejemplo, se puede elegir a alguien que tenga menos edad o menos tiempo de profesión,
o que tenga algún impedimento físico o moral.
El proceso de elección del abad o
la abadesa
La elección del abad o la abadesa
se realiza mediante un voto secreto de los monjes o las monjas que
pertenecen a la comunidad. El candidato debe obtener al menos dos tercios de
los votos para ser elegido. Si después de tres escrutinios nadie obtiene esa
mayoría, se puede optar por una elección por compromiso, en la que se delega la
elección en algunos electores designados por sorteo. Si tampoco así se logra la
elección, se puede recurrir a una elección por postulación, en la que se
propone a alguien que no cumple los requisitos pero que goza de la confianza de
la mayoría.
La elección debe ser confirmada
por la Santa Sede, que otorga al elegido las facultades necesarias para ejercer
su oficio. Una vez confirmado, el abad o la abadesa recibe la bendición
abacial, que es un rito solemne en el que el obispo diocesano o un delegado
suyo impone las manos sobre el elegido y le entrega los símbolos de su
autoridad: el anillo, el báculo y la cruz pectoral.
Funciones y responsabilidades
El abad o la abadesa tiene como
función principal cuidar del bien espiritual y material de la
comunidad, velando por el cumplimiento fiel de la regla y las constituciones,
fomentando la vida fraterna y la oración común, proveyendo a las necesidades
temporales y administrando los bienes del monasterio. Además, debe promover la
formación permanente de los monjes o las monjas, atender a sus consultas y
peticiones, resolver los conflictos y aplicar las correcciones fraternas cuando
sea necesario.
El abad o la abadesa ejerce su
autoridad con prudencia, caridad y humildad, siguiendo el ejemplo de
Cristo Buen Pastor. No actúa como un tirano ni como un déspota, sino como
un padre o una madre que ama a sus hijos e hijas y busca su bien. Tampoco actúa
como un solitario ni como un autónomo, sino como un miembro más de la comunidad
que escucha y respeta a sus hermanos y hermanas. Para ello, se apoya en el
consejo del prior o de la priora, que es su principal colaborador, y en el
capítulo conventual, que es la asamblea en la que participan todos los monjes o
las monjas.
El abad o la abadesa tiene una
duración indefinida en su cargo, salvo que renuncie por motivos graves o sea
removido por causa justa. En ambos casos, debe intervenir la Santa Sede o el
superior mayor al que pertenece el monasterio. Además, pueden ser reelegidos
indefinidamente, salvo que los estatutos particulares del monasterio
establezcan lo contrario.
Los abades y las abadesas son una
figura esencial en la vida monástica, que se remonta a los orígenes del
cristianismo. Son los sucesores de los grandes padres y madres del
desierto, que con su testimonio y su sabiduría han iluminado a la Iglesia
y al mundo. Son los pastores y las pastoras de unas comunidades que, con su
silencio y su trabajo, con su canto y su oración, con su pobreza y su
hospitalidad, son un signo de la presencia de Dios y un anticipo del Reino de
los cielos.
Matilde Latorre
Fuente: Aleteia






