Ha habido un menosprecio tanto de la razón como de los sentimientos. Esto genera como consecuencia un relativismo, el cual podemos palpar en nuestro día a día, circulando como moneda corriente
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En el mundo actual es muy común escuchar la siguiente frase: «El bien y el
mal son relativos porque son una invención del hombre». ¡Seguro que la has
escuchado en muchas ocasiones! ¿Cierto? Pero, ¿es verdad esto o no? En este
artículo te cuento lo que respondería Santo
Tomás de Aquino al respecto.
De la Edad Media a la Modernidad, en Occidente, comenzó una progresiva
emancipación de los valores cristianos. Comenzó a instaurarse un
antropocentrismo secular, poniendo en el centro a la razón humana (sobre todo
en el siglo XVIII) y a los sentimientos del hombre (con el romanticismo del
siglo XIX).
Al final de esa larga lista nos encontramos nosotros: aquí, en la
posmodernidad del siglo XXI, cuando ha habido un menosprecio tanto de la razón
como de los sentimientos. Esto genera como consecuencia un relativismo, el cual
podemos palpar en nuestro día a día, circulando como moneda corriente.
Este es una gran mezcla de racionalismo y subjetivismo. Si nos proponemos
señalar una verdad objetiva, somos tildados de absolutistas y de mente cerrada.
Si señalamos que la razón no puede conocer todo, somos tildados de irracionales
y fanáticos. ¿Te suena conocido?
1. La realidad es real
Partamos de un hecho: la realidad es real. Parece ridículo cuestionar esto,
pero hoy en día está de moda entre los filósofos escépticos cuestionarse acerca
de si el mundo es real o no, si la vida no será en realidad una simulación
hecha por computadora, etc.
Por tanto, partamos de la base de que no podemos filosofar realmente acerca
de nada si no presuponemos que la realidad es real, porque no podemos buscar la
verdad acerca de las cosas si no creemos que haya cosa alguna.
Todo, pues, tiene, como postula Santo Tomás en el opúsculo «Cuestiones
Disputadas acerca de la Verdad», una verdad ontológica (es decir, todo cuanto
existe es verdadero en sí mismo). Podemos deducir, en consecuencia, que la
búsqueda de la verdad se basa en un camino de tratar de adecuar la realidad a
la inteligencia.
2. La realidad tiene un orden objetivo
Una vez dicho esto, veamos lo siguiente: la realidad es objetiva. Santo
Tomás postula (en el opúsculo «Sobre los Principios de la Naturaleza») que todo
ente (es decir, todo lo que tiene ser, todo lo que existe) existe en acto.
Sin embargo, también todo lo que existe en acto está en potencia respecto
de otra cosa. Por ejemplo: si yo estoy sentado en acto, estoy en potencia de
correr o de caminar. Estar en potencia de algo implica que hay una privación,
porque si estoy en potencia de correr y no en acto, es porque evidentemente no
estoy corriendo.
Además, si estoy en potencia de correr, es porque puedo correr. No puedo,
por ejemplo, estar en potencia de volar porque no soy un pájaro (ni tampoco
Superman). Potencia y capacidad están relacionadas íntimamente.
Por tanto, todo lo que existe tiene un orden objetivo en sí mismo y
respecto de algo, es decir, todo lo que existe en acto tiene un fin determinado
hacia el que se dirige en potencia.
3. Todo cuanto existe se orienta a un fin
Digamos que tenemos pensado viajar a la playa. Si vemos un camino que nos
lleva a la playa, decimos que ese camino es «bueno» para llegar. Si vemos, en
cambio, uno que nos aleja, decimos que es una «mala» opción y que no debemos ir
por ahí.
Sucede esto mismo con todos los entes en el plano de la moral. Santo Tomás
afirma que el ser de cada ente que existe se orienta hacia su fin (Sobre los
principios de la naturaleza, cuestión 3). En relación con ese ser y a ese fin
se determina qué
es bueno y qué es malo para ese ser, de acuerdo a si lo aleja o lo
acerca a ese fin hacia el que se dirige naturalmente en potencia.
Es decir: de acuerdo a lo que algo es, podemos saber qué es bueno y qué es
malo para ese algo. Si, por ejemplo, sumerjo un celular en el agua, es algo
malo, porque le impido cumplir su correcto funcionamiento (es decir, alcanzar
su fin). Si sumerjo una esponja marina, en cambio, es algo bueno y necesario.
4. El bien es un trascendental
Santo Tomás afirma que el bien es un trascendental (Opúsculo «Cuestiones
disputadas acerca de la verdad», cuestión 1, artículo 1). Los trascendentales,
que no desarrollaremos aquí con detenimiento por la complejidad y extensión del
tema, son básicamente «grados de entidad», es decir, modos en que existen los
entes. Tres de ellos son el bien, la verdad y la belleza, porque todo lo que
existe es bueno, bello y verdadero en sí mismo.
Siguiendo este razonamiento, el bien no puede ser nunca algo subjetivo o
inventado por nosotros, porque lo que es bueno o malo depende del ser de cada
cosa (y de su fin), no de lo que nosotros pensamos o creamos. No podemos, pues,
inventar el bien y el mal, sino descubrirlos.
5. No es lo mismo «conocer» que «ser»
En relación con su voluntad, todo tiene una bondad ontológica (es decir,
todo lo que existe es bueno en sí mismo). No es lo mismo esto a la bondad
moral, que es la adecuación de esa bondad de las cosas a nuestra inteligencia
(es decir, lo que nosotros interpretamos por bueno y malo). No siempre logramos
interpretar lo bueno como bueno y lo malo como malo: a veces nos equivocamos
porque no logramos adecuar bien la realidad a nuestra inteligencia finita (en
otras palabras, somos medio tontos).
Lo mismo sucede con la Verdad en relación con la inteligencia de Dios: no
es lo mismo la verdad ontológica de cada cosa (todo lo que existe es verdadero
en sí mismo) que la verdad lógica (es decir, cómo nosotros entendemos cada
cosa).
Por eso un árbol, por ejemplo, es simplemente eso: un árbol, y es bueno,
verdadero y bello en sí mismo. Y, sin embargo, para unos será un árbol malo
debido a que les tapa el sol para los cultivos. Pero eso no quiere decir que el
árbol sea malo per se: es solo que, para aquellos fines lógicos, es considerado
como malo.
Del mismo modo análogo: una violación, un asesinato, un soborno, todo eso
será siempre objetivamente malo, por más que los hombres digamos lo que digamos
y hagamos lo que hagamos. La ética más elemental no es una invención del hombre
porque esta se fundamenta en la naturaleza de las cosas. Hacer el mal «está mal
porque me hace mal».
A esta conciencia del Bien y del Mal Santo Tomás la llama «Ley Natural», la
cual es la participación de la Ley Divina en la creatura racional, aunque a
veces la ley humana no coincida con alguna de ellas. El hombre puede, entonces,
inventar leyes, pero no inventar el Bien y el Mal.
El bien y el mal: una conclusión
El bien y el mal son objetivos y absolutos, porque la realidad es objetiva
y absolutamente real. Cada cosa tiene un ser y ese ser está ordenado a algo, es
decir, tiene un fin determinado. Eso supone que hay un orden en toda la
creación que hace posible que todo funcione como lo hace.
Todo tiene, pues, un fin último, lo cual supone un origen primerísimo, que
es Dios. Todo viene de Dios y se dirige hacia Dios. La
moral no es un conjunto de reglas que se impone a los hombres, sino
que es un ordenamiento que permite que todos podamos alinear nuestras vidas de
acuerdo a nuestra naturaleza, es decir, de acuerdo a nuestro ser como entes
creados por Dios. En Él se encuentra la verdadera fuente objetiva de la
moralidad.
Entonces, ¡Ánimo! Sigamos luchando contra el relativismo. No da todo lo
mismo, no todo depende de nuestros sentimientos ni de nuestros juicios. Lo
bueno es bueno y lo malo es malo, hagan lo que hagan los demás. Sigamos
cargando con nuestra cruz, ¡por más que sea a contracorriente!
Thiago Rodríguez
Fuente: Catholic Link