San Juan Pablo II escribió que: “La cruz es amor eterno que toca las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre”. Que sea ella centro de la vida
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El 14
de septiembre, al final de un camino espiritual de cuarenta días -iniciado el 6
de agosto, en la fiesta de la
Transfiguración-, la Iglesia celebra la fiesta de la Cruz
Gloriosa. La liturgia ofrece así una “Cuaresma de verano” para entrar en
la sabiduría de Dios.
Cuarenta días para profundizar en un aspecto esencial del misterio
cristiano: el misterio
de la Cruz , símbolo del tormento del Señor, pero también de la
Salvación en proceso. Una invitación a cambiar la visión de la Cruz para
ver el deseo de Dios de que “la vida resurja donde la muerte había nacido” (Prefacio).
Es crucial mantener la cruz en el centro de nuestra oración
diaria. Como decía San León Magno en un sermón (siglo V):
A
través de la cruz, los creyentes sacan fuerza de su debilidad, gloria del
desprecio recibido y vida de la muerte”.
En su Pequeño Diario, Santa Faustina Kowalska escribió
lo que más agrada a Jesús:
«Jesús me dijo que le sería muy
agradable meditando en su dolorosa Pasión y que esta meditación haría descender
muchas luces a mi alma. Todo aquel que quiera aprender la verdadera humildad
debe meditar en la Pasión de Jesús. Cuando medito en la Pasión de Jesús, puedo
concebir claramente muchas cosas que antes no podía entender» [Nº 267].
Es posible meditar en la Pasión de Jesucristo manteniendo la paz y
la esperanza en el alma. Como dijo San Juan Pablo II en
su encíclica Dives in
Misericordia (1980): «La cruz es el medio más
profundo para que la divinidad se apoye en el hombre […] La cruz es amor eterno
que toca las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre».
Orar frente a un crucifijo
Una
forma práctica de meditar la Pasión del Señor es rezar ante un crucifijo porque
“el corazón humano se convierte mirando hacia Aquel a quien nuestros pecados
han traspasado” (CEC n°1432)
o meditar, por ejemplo, en los misterios dolorosos del rosario.
Tomás Kempis también explicó la importancia de meditar sobre los
sufrimientos del Señor en su obra La Imitación de Cristo: «Si aún no
saben elevarse a las contemplaciones celestiales, descansen en la pasión del
Salvador y amen permanecer en sus sagradas heridas. [Así] sentirán gran
fortaleza en el tiempo de la tribulación y se preocuparán poco del desprecio de
los hombres» (Libro II – Capítulo 1).
San
Gregorio Nacianceno (siglo IV), teólogo y doctor de la Iglesia, también dio
este consejo: «Adoren al que fue colgado en la cruz por causa de sus pecados,
aunque ustedes mismos estén colgados en la cruz». De hecho, como explicó
Antonin Sertillanges, filósofo dominicano y francés del siglo XX: 2Sólo
llevando la cruz pertenecemos a Cristo».
Por último, el padre dominico Simon Tugwell añade:
«Es la cruz y solo la cruz la que proporciona un punto de referencia constante en el caos de nuestro mundo, porque en ella encontramos nuestra pobreza, nuestra impotencia y nuestro dolor, todas nuestras aspiraciones y todas nuestras injusticias mutuas, reunidas en la calma del amor eterno de Dios».
Peter Cameron, OP
Fuente: Aleteia