13 – Septiembre. Martes. San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia
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Evangelio según san Lucas 6,
20-26
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso
es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas.
Comentario
El conocido pasaje de las
bienaventuranzas que nos relata San Lucas comienza diciéndonos que Jesús
“alzando los ojos hacia sus discípulos comenzó a decirles”. El Señor que nos
mira y nos habla y nos muestra que existe una felicidad superior a la que quizá
teníamos pensada. Nos enseña que estamos llamados a una felicidad muchísimo más
alta y profunda y grande; una felicidad que no pueda ser amenazada por el
dolor, la contrariedad y el sufrimiento.
Ciertamente estas palabras del
Señor pueden ser desconcertantes, pero, a su vez, nos dan mucha luz sobre lo
que significa ser discípulo de Cristo. El Papa Francisco nos dice que las
bienaventuranzas son “el carné de identidad del cristiano”[1].
Son el camino para seguir a
Cristo, para identificarnos con Él por medio del amor. En nuestro seguimiento
del Señor en medio del mundo, en medio del trabajo ordinario, viviremos ese
encuentro con el Señor en la pobreza y el hambre, el llanto y la persecución.
La pobreza y el hambre de no
disponer de medios materiales ni de trabajo; el dolor y el llanto ante
acontecimientos que rompen el corazón; o la incomprensión e incluso la
persecución por seguir al Señor. Son realidades que están presentes en la vida
corriente de todos los cristianos.
Al tener que vivirlas nos puede
servir recordar, como lo hace el Señor en este evangelio, que la última palabra
siempre es divina, no humana. Los pobres y los hambrientos serán saciados; los
que lloran serán consolados, los que son perseguidos tendrán una recompensa
grande en el cielo.
[1] Papa
Francisco, Misas Matutinas en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae, lunes 9
de junio de 2014. L´Osservatore Romano, ed sem. en lengua española, n. 24,
viernes 13 de junio 2014.
Sebastián Puyal
Fuente: Opus Dei