29 – Octubre. XXX Domingo del Tiempo Ordinario
![]() |
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Mateo 22,
34-40
Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?».
Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este
mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se
sostienen toda la Ley y los Profetas».
Comentario
Fariseos y saduceos eran dos
grupos muy influyentes en la sociedad en la que vivía Jesús, pero tenían puntos
de vista distintos en la interpretación de la Ley. Los saduceos eran personas
de la alta sociedad. De entre ellos habían salido, desde el inicio de la
ocupación romana, los sumos sacerdotes que, en ese momento, eran los
representantes judíos ante el poder imperial. Estaban más pendientes de la
política y del Templo que de las cuestiones religiosas relacionadas con la vida
diaria. Los fariseos, por su parte, eran muy minuciosos en el cumplimiento de
las prescripciones de la Ley de Dios.
Quizá admirados por la brillantez
de la respuesta de Jesús a unos saduceos, a los que había dejado sin palabras,
unos fariseos lo pusieron a prueba con una pregunta muy delicada. En su cuidado
meticuloso por cumplir hasta la más pequeña indicación de la Ley, los fariseos
llegarían a establecer una lista de seiscientos trece mandamientos. Ante tal
abundancia y variedad de preceptos, que hace muy difícil incluso recordarlos
todos, no es superflua la pregunta que le hacen: ¿Cuál es el mandamiento
principal de la Ley?
La respuesta de Jesús es un tanto
sorprendente, pero muy certera. No les señala ninguno de los diez mandamientos
del Decálogo, sino que menciona dos que no forman parte de él. Primero cita un
texto que en el Antiguo Testamento forma parte de una oración llamada Shemá,
contenida en el libro del Deuteronomio: “Escucha, Israel: el Señor es nuestro
Dios, el Señor es Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda
tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4-5). El segundo, “amarás a tu prójimo
como a ti mismo” (Lv 19,18), es uno de los muchos preceptos incluidos en la
denominada Ley de Santidad, que está en el libro del Levítico.
Lo singular en la respuesta de
Jesús consiste en señalar esos dos mandamientos que estaban como perdidos en
medio de la multitud de preceptos contenidos en la Ley, y mencionarlos juntos,
poniendo de manifiesto que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables
y complementarios.
Lo primero es el amor a Dios, un
amor que es justa correspondencia a quien se ha adelantado a amarnos a
nosotros. Ahora bien, ¿en qué consiste el amor a Dios? Benedicto XVI nos lo
explica en su Encíclica Deus caritas est: “La historia de amor entre Dios
y el hombre consiste precisamente en la comunión de voluntad que crece en la
comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la
voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí
algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia
voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más
íntimo mío”[1].
A la vez, el amor a Dios nos
lleva de la mano al amor al prójimo, como él mismo sigue explicándolo más
adelante: “en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni
siquiera conozco. (…) Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo
con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo
es mi amigo. (…) Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más
que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él
necesita”[2].
“Si queremos ayudar a los demás,
hemos de amarles, repito –insistía san Josemaría–, con un amor que sea
comprensión y entrega, afecto y voluntaria humildad. Así entenderemos por qué
el Señor decidió resumir toda la Ley en ese doble mandamiento, que es en
realidad un mandamiento solo: el amor a Dios y el amor al prójimo, con todo
nuestro corazón”[3].
[2] Ibidem, n. 18.
[3] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 167.
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei






