17 – Octubre. Martes. San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir
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Evangelio según san Lucas 11,
37-41
Cuando terminó de hablar, un fariseo le rogó que fuese a comer con él.
Él entró y se puso a la mesa. Como
el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de
comer, el Señor le dijo: «Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la
copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad. ¡Necios! El
que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro? Con todo, dad limosna
de lo que hay dentro, y lo tendréis limpio todo.
Comentario
Aquel fariseo debió de quedar
maravillado de las enseñanzas que acababa de escuchar y tuvo la audacia de
invitar a comer a Jesús, quien no pudo decir que no ante la insistente súplica.
Debió de entablarse tal confianza entre los dos que Jesús rompió el habitual
protocolo de la purificación de sus manos, pues, como él ya había dicho a
algunos fariseos y escribas, “comer sin lavarse las manos, no hace impuro al hombre”
(Mateo 15,20). Pero ese pequeño detalle escandalizó al fariseo: aquella sincera
admiración ante el maestro por la grandeza de su doctrina se mutó
repentinamente en severa crítica a causa de una minucia. A continuación viene
el reproche de Jesús, con palabras que hacen resonar aquel oráculo del Señor,
pronunciado por el profeta: “Aunque te laves con sosa y derroches lejía, la
mancha de tu culpa queda en mi presencia” (Jeremías 2,22).
¡Cuántas veces Jesús se indigna
ante la hipocresía, esa falta de coherencia en la conducta del hombre! Sobre
todo, cuando hay mucho empeño en cuidar las apariencias descuidando la vida
interior. Esa incoherencia es una ruptura de la unidad de la persona humana,
una especie de esquizofrenia, pues “quien hizo lo de fuera hizo también lo de
dentro”. ¿Qué sentido tiene mantener limpia solo por fuera una vasija? Nadie
querría beber o comer de ella, por muy limpia que estuviera por fuera. Sería
una vasija totalmente inútil para el fin con que la construyó el alfarero.
Jesús toma esa imagen para prevenirnos de un terrible peligro: que en una misma
persona conviva la maldad de corazón con una bondad que sea mera apariencia.
Dios es quien nos ha hecho por
dentro y por fuera, y Él quiere vivir dentro de nosotros, de modo que nuestro
actuar sea reflejo de esa vida interior. Solo del fondo de un corazón puro
pueden salir obras buenas, y entre ellas destaca la limosna, que “libra de la
muerte y purifica de todo pecado” (Tobías 12,9). Hacemos nuestras las palabras
del salmista: “Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva en mi interior
un espíritu firme” (Salmo 51,12).
Josep Boira
Fuente: Opus Dei






