27 – Octubre. Viernes de la XXIX semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 12,
54-59
Decía también a la gente: «Cuando veis subir una nube por el poniente, decís enseguida: “Va a caer un aguacero”, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y sucede.
Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del
cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no
sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo? Por ello, mientras vas con
tu adversario al magistrado, haz lo posible en el camino por llegar a un
acuerdo con él, no sea que te lleve a la fuerza ante el juez y el juez te
entregue al guardia y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no
saldrás de allí hasta que no pagues la última monedilla».
Comentario
Ya en los tiempos antiguos los
hombres eran capaces de predecir el tiempo climático, porque Dios los hizo
partícipes, desde la creación del mundo, de su sabiduría para “interpretar el
aspecto del cielo y de la tierra”. Pero los signos y prodigios que aquellos
hombres veían, las enseñanzas que escuchaban eran más que suficientes para
reconocer en ellos la venida del Mesías salvador. ¿De qué les podía servir a
aquellas gentes conocer las cosas terrenas si no aceptaban a su Creador, venido
al mundo para “reconciliar todos los seres consigo”? (Colosenses 1,20).
Con Jesús, el tiempo ha llegado a
su plenitud (cf. Gálatas 4,4); la salvación y la conversión del corazón están
al alcance de todos. Todo hombre, en el sagrario de su conciencia, puede
discernir entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto. Mientras somos
caminantes, Dios nunca deja de dar a sus hijos los medios para reconocerle y
convertirse a él, incluso hasta el último instante de la vida terrena, como
hizo con el buen ladrón, que reconoció en Jesús al Dios que le podía salvar de
la muerte eterna (cf. Lucas 23,42).
Jesús nos dice que incluso el
temor por una justa condena puede llegar a ser un válido motivo para cambiar de
vida y reconciliarse con Dios y con el prójimo. Para ello es necesaria la
humildad, abandonar la actitud hipócrita del que presume de saber mucho de la
ciencia humana, pero no reconoce en el fondo de su corazón la presencia de un
Dios que “no quiere la muerte del impío, sino que se convierta de su camino y
viva” (Ezequiel 33,11). A propósito de la relación entre la ciencia humana y la
humildad, san Josemaría escribió: “Tú, sabio, renombrado, elocuente, poderoso:
si no eres humilde, nada vales. –Corta, arranca ese "yo", que tienes
en grado superlativo –Dios te ayudará–, y entonces podrás comenzar a trabajar
por Cristo, en el último lugar de su ejército de apóstoles”[1].
[1] San
Josemaría, Camino, n. 602.
Josep Boira
Fuente: Opus Dei






