El Obispo de Roma habló frente a unos 18.000 miembros del Santo Pueblo Fiel de Dios
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A cuatro días de la inauguración de la XVI
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Santo Padre participó
en la vigilia ecuménica de oración #Together2023 en la Plaza de San Pedro. En
su alocución, recordó la importancia del silencio en la vida de los creyentes y
de la Iglesia.
El silencio: este es el concepto central de la
breve homilía del Papa Francisco durante la vigilia ecuménica de oración
“#Together2023” (“Juntos” en español) celebrada este sábado 30 de septiembre en
la Plaza de San Pedro. En las vísperas del inicio del retiro espiritual que
precederá la apertura de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los
Obispos, el Santo Padre reflexionó sobre la relevancia del silencio en la vida
del creyente, de la Iglesia y en el camino de la unidad de los cristianos.
El Obispo de Roma habló frente a unos 18.000
miembros del Santo Pueblo Fiel de Dios, entre Cardenales creados durante el
consistorio público ordinario de esta mañana, jóvenes de distintos países de
Europa, sacerdotes, diáconos, laicos, laicas y doce líderes de diversas
confesiones cristianas. A todos ellos el Papa agradeció al inicio de su
discurso.
Este momento tan significativo para encomendar
a Dios los trabajos de la Asamblea Sinodal fue anunciado por Bergoglio al
concluir el Ángelus del domingo 15 de enero. Pero la idea fue propuesta por
el Hermano Aloïs, prior de la comunidad monástica de carácter ecuménico Taizé,
en octubre de 2021, cuando intervino en el comienzo del proceso sinodal. En su
mensaje, sugirió la organización de un “gran encuentro ecuménico”, una
“celebración sencilla a la escucha de la Palabra de Dios, con un largo momento
de silencio y de intercesión por la paz”. Y así ocurrió: se realizó alternando
testimonios, cantos, representaciones de pasajes bíblicos, gestos simbólicos e
instantes de profundo recogimiento.
El Pontífice planteó que el silencio está al
principio y al final de la existencia terrena de Cristo y recordó que esta
tarde los cristianos hemos permanecido en silencio ante el Crucifijo de San
Damián, “como discípulos a la escucha ante la cruz, la cátedra del Maestro”.
“Nuestro silencio no ha sido vacío, sino un
momento lleno de espera y de disponibilidad. En un mundo lleno de ruido ya no
estamos acostumbrados al silencio, es más, a veces nos cuesta soportarlo,
porque nos pone delante de nosotros mismos. Y, sin embargo, esto constituye la
base de la palabra y de la vida. San Pablo dice que el misterio del Verbo
encarnado estaba «guardado en secreto desde la eternidad» (Rm 16,25),
enseñándonos que el silencio custodia el misterio, como Abraham custodió la
Alianza, como María custodió en su seno y meditó en su corazón la vida de su
Hijo (cf. Lc 1,31; 2,19.51)”.
A continuación, acotó que “la verdad no
necesita gritos violentos para llegar al corazón de los hombres”. Aclaró que “a
Dios no le gustan las proclamas y los alborotos, las habladurías y la
confusión; prefiere más bien, como hizo con Elías, hablar en el «el rumor de
una brisa suave» (1 Re 19,12), en un “hilo sonoro de silencio”.
“Y así también nosotros, como Abraham, como
Elías, como María necesitamos liberarnos de tantos ruidos para escuchar su voz.
Porque sólo en nuestro silencio resuena su Palabra”.
Luego, Francisco meditó sobre el silencio en la
vida de la Iglesia y explicó que “hace posible una comunicación fraterna, en la
que el Espíritu Santo armoniza los puntos de vista”.
“Ser sinodales quiere decir acogernos así, unos
a otros, con la convicción de que todos tenemos algo que testimoniar y
aprender, poniéndonos juntos a la escucha del ‘Espíritu de la verdad’ (Jn 14,17)
para conocer lo que Él ‘dice a las Iglesias’ (Ap 2,7). Y el silencio
permite precisamente el discernimiento, mediante la escucha atenta de los
‘gemidos inefables’ (Rm 8,26) del Espíritu que resuenan, a menudo ocultos,
en el Pueblo de Dios. Pidamos, pues, al Espíritu el don de la escucha para los
participantes en el Sínodo: ‘escuchar a Dios, hasta escuchar con Él el clamor
del pueblo; escuchar al pueblo, hasta respirar la voluntad a la que Dios nos
llama’” (Discurso con ocasión de la Vigilia de oración en preparación del
Sínodo sobre la familia, 4 octubre 2014).
En la última parte de su intervención, el
Sucesor de Pedro se detuvo en el significado del silencio en el camino de
unidad de los cristianos y subrayó que el silencio hecho oración nos permite acoger
el don de la unidad “como Cristo la quiere”, “con los medios que Él quiere”, no
como fruto autónomo de nuestros propios esfuerzos y según criterios puramente
humanos.
“Cuanto más nos dirigimos juntos al Señor en la
oración, más experimentamos que es Él quien nos purifica y nos une más allá de
las diferencias. La unidad de los cristianos crece en silencio ante la cruz,
como las semillas que recibiremos y que representan los diversos dones
concedidos por el Espíritu Santo a las distintas tradiciones. A nosotros nos
corresponde sembrarlas, con la certeza de que sólo Dios hace crecer (cf. 1 Co 3,6).
Serán un signo para nosotros, llamados también a morir silenciosamente al
egoísmo para crecer, por la acción del Espíritu Santo, en la comunión con Dios
y en la fraternidad entre nosotros”.
Francisco finalizó con dos consejos: pedir, en
la oración común, aprender a hacer silencio nuevamente, para escuchar la voz
del Padre, la llamada de Jesús y el gemido del Espíritu; pedir que el Sínodo
sea Kairós de fraternidad, lugar donde el Espíritu Santo purifique a
la Iglesia de las murmuraciones, las ideologías y las polarizaciones.
Y mientras nos acercamos al importante
aniversario del gran Concilio de Nicea, el Papa exhortó a pedir que sepamos
adorar unidos y en silencio, como los Magos, el misterio de Dios hecho hombre,
seguros de que cuanto más cerca estemos de Cristo, más unidos estaremos entre
nosotros.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
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