Madeleine Delbrêl nos enseña que evangelizando se es evangelizado
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| El Papa Francisco en la Audiencia General de este 8 de noviembre | Crédito: Daniel Ibáñez/ACI Prensa |
En la Audiencia General de este
miércoles 8 de noviembre, el Papa Francisco reflexionó sobre la vida de
la Venerable Sierva de Dios Madeleine Delbrêl y aseguró que un mundo
secularizado es también una oportunidad para la conversión y el fortalecimiento
de la fe.
A continuación, la catequesis pronunciada
por el Papa.
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Entre los muchos testigos de la
pasión por el anuncio del Evangelio, los evangelizadores apasionados, hoy
presento la figura de una mujer francesa del siglo XX, la venerable sierva
de Dios Madeleine Delbrêl. Nacida en 1904 y fallecida en 1964, fue asistente
social, escritora y mística, y vivió durante más de treinta años en la
periferia pobre y obrera de París. Deslumbrada por el encuentro con el
Señor, escribió: “Una vez que hemos conocido la palabra de Dios, no
tenemos derecho de no recibirla; una vez recibida no tenemos derecho de no
dejar que se encarne en nosotros, una vez encarnada en nosotros no tenemos
derecho de tenerla para nosotros: desde ese momento pertenecemos a
aquellos que la esperan” (La santidad de la gente común, Milán 2020,
71). Bonito esto que escribió.
Después de una adolescencia
vivida en el agnosticismo, no creía en nada, alrededor de los veinte años
Madeleine encuentra al Señor, tocada por el testimonio de algunos amigos
creyentes. Se pone entonces en la búsqueda de Dios, dando voz a una sed profunda
que sentía dentro de sí, y llega a comprender que ese “vacío que gritaba
en ella su angustia” era Dios que la buscaba (Deslumbrada por Dios.
Correspondencia 1910-1941, Milán 2007, 96). La alegría de la fe la lleva a
madurar una elección de vida enteramente donada a Dios, en el corazón de
la Iglesia y en el corazón del mundo, simplemente compartiendo en fraternidad
la vida de la “gente de la calle”.
Dirigiéndose poéticamente a
Jesús, escribe: “Para estar contigo en tu camino, es necesario ir, también
cuando nuestra pereza nos suplica que nos quedemos. Tú nos has elegido
para estar en un extraño equilibrio, un equilibrio que puede establecerse y
mantenerse sólo en movimiento, sólo en un impulso. Un poco como una
bicicleta, que no se sujeta sin dar vueltas. Podemos estar rectos sólo
avanzando, moviéndonos, en un impulso de caridad”. Es lo que ella llama la
“espiritualidad de la bicicleta” (Sentido del humor en el amor. Meditaciones y
poesías, Milán 2011, 56). Solamente en camino, vivimos en el
equilibrio de la fe, que es un desequilibrio, pero es así, como la bicicleta.
Si tú paras no te mantienes.
Con el corazón constantemente en
salida, Madeleine se deja interpelar por el grito de los pobres y de los
no creyentes. Sentía que el Dios Viviente del Evangelio debería quemarnos
dentro hasta que no hayamos llevado su nombre a los que todavía no lo han
encontrado. En este espíritu, vuelta hacia las convulsiones del mundo y el
grito de los pobres, Madeleine se siente llamada a “vivir el amor de Jesús
entera y literalmente, desde el aceite del Buen samaritano hasta el
vinagre del Calvario, donándole así amor por amor […] para que, amándolo
sin reservas y dejándose amar hasta el final, los dos grandes mandamientos
de la caridad se encarnen en nosotros y se conviertan en uno solo” (La
vocation de la charité, 1, Œuvres complètes XIII,
Bruyères-le Châtel, 138-139).
Finalmente, Madeleine Delbrêl nos
enseña otra cosa: que evangelizando se es evangelizado. Por eso decía,
haciéndose eco de San Pablo: “Ay de mí si evangelizar no me evangeliza”.
Al evangelizar uno se evangeliza a sí mismo. Es una bella doctrina.
Mirando a esta testigo del
Evangelio, también nosotros aprendemos que en toda situación y
circunstancia personal o social de nuestra vida, el Señor está presente y nos
llama a vivir nuestro tiempo, compartir la vida de los otros, mezclarnos
en las alegrías y los dolores del mundo. En particular, nos enseña que también
los ambientes secularizados son de ayuda para la conversión, porque los
contactos con los no creyentes provocan al creyente a una continua revisión de
su forma de creer y a redescubrir la fe en su esencialidad (cfr. Nosotros
de las calles, Milán 1988, 268s).
Que Madeleine Delbrêl nos enseñe
a vivir esta fe fecunda. Que cada acto de fe sea un acto de caridad en el
anuncio del Evangelio. Gracias.
Por Papa Francisco
Fuente: ACI Prensa






