16 – Noviembre. Jueves de la XXXII semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 17,
20-25
Los fariseos le preguntaron: «¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?».
Él les contestó: «El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí” o “Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros».
Dijo a sus discípulos:
«Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo
veréis. Entonces se os dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no vayáis ni
corráis detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un extremo al
otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero primero es
necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta generación.
Comentario
Los fariseos pensaban que el
reino de Dios se manifestaría de un modo grandioso. Sin embargo el hijo de
Dios, desde su nacimiento en Belén, nos da testimonio de que la Redención que
va a llevar a cabo seguirá otros derroteros bien distintos a los que ellos se
imaginaban.
El reino de Dios ha llegado con
tanta sencillez y normalidad que muchos no pueden creer que esté presente ya en
medio de ellos. Les resulta demasiado escandaloso que la Verdad más profunda
irrumpa de una forma tan sencilla y discreta.
Jesús nos enseña que la fe es un
don que Dios concede a los sencillos de corazón: a aquellas personas que saben
encontrarle en medio de las ocupaciones ordinarias y en las personas con que se
relacionan. Basta que tengan el corazón abierto para acoger y joven para querer
aprender lo que Él nos enseña.
Dios nos habla a través del
Espíritu. Y lo hace cuando quiere y donde quiere. Así lo expresaba santa
Teresita: «El Doctor de los doctores enseña sin grandes discursos. Nunca le oí
hablar, pero sé que está en mí. En todos los instantes me guía y me inspira;
pero precisamente en el momento oportuno es cuando descubro claridades
desconocidas hasta entonces. Regularmente no brillan a mis ojos en las horas de
oración, sino en medio de las ocupaciones del día»[1].
A nosotros nos corresponde poner
deseos y atención para escucharle; en definitiva, dejarle el timón de nuestra
alma y luchar por seguir sus inspiraciones en cada momento.
[1] Sta.
Teresa de Lisieux, Historia de un alma.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei