7 – Noviembre. Martes de XXXI semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Lucas 14, 15-24
Uno de los comensales dijo a Jesús:
«¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!».
Jesús le contestó: «Un hombre daba un gran banquete y convidó a
mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los
convidados: “Venid, que ya está preparado”. Pero todos a una empezaron a
excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y necesito ir a verlo.
Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y
voy a probarlas. Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “Me acabo de casar y,
por ello, no puedo ir”. El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces
el dueño de casa, indignado, dijo a su criado: “Sal aprisa a las plazas y calles
de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los
cojos”. El criado dijo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía
queda sitio”. Entonces el señor dijo al criado: “Sal por los caminos y
senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa. Y os digo que
ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”».
Comentario
El Señor
emplea en esta parábola la imagen del banquete para seguir describiendo el
Reino de Dios, haciendo hincapié ahora en los invitados. Precisamente la
palabra “Iglesia” significa “convocación” y resume esa llamada universal a la
salvación dirigida por Dios a los hombres.
Sin embargo,
la parábola nos narra que cuando el banquete está listo, los invitados empiezan
a poner excusas para no asistir. Las tres disculpas aducidas parecen lógicas y
comprensibles; ninguna refleja un rechazo frontal a la invitación. Es por ello
que puede sorprendernos que el amo –Dios– se irrite tanto ante las negativas y
decida llenar su banquete con los menos agraciados de la sociedad. A lo largo
de la Historia observamos cómo la iniciativa de Dios en la salvación de los
hombres es gratuita, pero nosotros, los hombres, ¿cómo podemos conseguir el
billete para entrar en el banquete? Reconociendo lo que somos: pecadores –necesitados
de perdón–, enfermos –necesitados de ser sanados–, pobres –necesitados de
Alguien que nos llene el corazón con su amor–[1].
Reconocer
nuestra vulnerabilidad y nuestra dependencia como seres creados nos permitirá
acercarnos con sencillez al amo del banquete y pedirle que nos deje entrar,
porque solos no encontramos ni la justificación de nuestros errores, ni la
medicina que nos cure las heridas ni la comida que nos sacia ni tampoco la
bebida que apacigua nuestra sed.
Una vez que
nos sabemos acogidos por el amo, sale natural –¡de dentro! –, esa necesidad de
contar a los demás lo que nos ha pasado y a dónde hemos sido convidados. Por
eso, el verdadero sentido del “obligar a entrar” (v. 23) de la parábola, no
puede entenderse como una violencia física o moral hacia los demás, sino como
una fuerza que atrae, que contagia, que llena de deseos de compartir con los
demás la grandeza a la que uno, sin merecerlo, ha sido invitado.
[1] Cfr. Francisco, Homilía 7.XI.2017
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus
Dei






