2 – Noviembre. Jueves. Conmemoración de todos los fieles difuntos
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Evangelio según san Juan 14, 1-6
No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí.
En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar.
Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús
le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino
por mí.
Comentario
Después de celebrar ayer la
fiesta dedicada a todas las personas que gozan de la presencia de Dios en el
Cielo, la Iglesia nos invita a rezar hoy de modo especial por los difuntos.
El Evangelio seleccionado recoge
una pequeña parte del diálogo de Jesús con sus apóstoles durante la Última
Cena, en el que, a raíz de una pregunta de Tomás, les revela que solo a través
de Él se puede llegar al Padre.
Podemos imaginar la inquietud e
incertidumbre de los apóstoles ante los acontecimientos que están viviendo.
Desde la preparación de la cena los días previos con las indicaciones concretas
sobre el lugar de la celebración; el comienzo con el lavatorio de los pies y el
mandato universal de amarse y servirse los unos a los otros como él hizo
durante los tres años de enseñanza con ellos. El Maestro se ha mostrado en un
modo especialmente solemne y, también, emotivo. Seguramente percibirían que
estaban a las puertas de algo grande, quizá ese algo que no
terminaban de entender desde que comenzaron gozosos a seguirle.
Es natural que los hombres, ante
la muerte, sintamos también inquietud e incertidumbre. Incluso miedo. Es el
momento final, aquel al que nos hemos preparado desde siempre y que sabemos que
a todos nos llegará algún día. En este contexto, Jesús nos pide que confiemos
en él. Que creamos en Él, porque no nos dejará solos en ese momento y nos
llevará a su morada celestial. Por eso Jesús es el Camino, porque no somos
nosotros quienes alcanzamos el cielo, sino que nos conduce Él.
Jesús es la Verdad porque en ese
trance imponente de la muerte, todas las verdades que nos rodean se
deshacen ante la única Verdad del amor de un Dios que da la vida por sus hijos
y que solo espera que le acojamos. Por último, Jesús es también la Vida porque
Él participa desde toda la eternidad de la vida divina junto a su Padre de la
que, mediante su resurrección, nos dejó un testimonio inquebrantable a todos
los hombres.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei






