Un año más tarde, el monje
describe las liturgias celebradas en las tierras bajo el dominio de los
yihadistas
Ahora el padre
Jacques Mourad se encuentra en Sulymaniya, en el Kurdistán iraquí. Como
sacerdote presta sus servicios también a miles de desplazados cristianos que
llegan desde Qaraqosh, en la Llanura de Nínive, y que huyeron frente al avance
de los yihadistas del llamado Estado Islámico.
Los mismos que
en mayo de este año lo secuestraron en el monasterio de mar Elián y lo
segregaron durante meses para después volver a llevarlo a su ciudad de
Quaryatayn, tras su conquista, en compañía de otros centenares de cristianos
que, como él, habían suscrito con el Estado Islámico el «contrato de
protección».
El caso personal del padre Jacques, miembro de la comunidad monastica por
el padre Paolo Dall’Oglio, volvió a llamar la atención en octubre del año
pasado, cuando el monje siro-católico logró alejarse de los territorios que
estaban bajo el control de los yihadistas. Después de algunos meses en Roma, en
donde recibió atenciones médicas, Mourad quiso volver al Medio Oriente.
Normalmente en
su nuevo lugar de oración y de trabajo todavía puede apreciar una convivencia
armoniosa de pueblos diferentes, «bajo prueba solo debido a motivos que tienen
que ver con la religión y la política». Enseña el catecismo a los niños, los
prepara para la Primera Comunión, con toda la sencillez del mundo. Y recordó,
en esta conversación con Vatican Insider, que hace un año en estos mismos días
celebró su primera misa en estado de semi-prisión, en las tierras ocupadas por
el Califato.
¿Cómo
celebraban la misa bajo el régimen yihadista?
En Quaryatayn
logramos celebrar la primera misa el 5 de septiembre. Los yihadistas del Estado
Islámico nos habían vuelto a llevar a nuestra ciudad (éramos más de 250
cristianos), después de habernos mantenido como rehenes en diferentes lugares.
Encontramos un lugar bajo tierra, en un edificio, en el que hace tiempo era el
barrio en el que vivían los cristianos. Y mientras celebrábamos misa juntos
(siro-católicos y siro-ortodoxos) nos sorprendía el milagro que estábamos
viviendo.
¿Todos?
Sí. Pero sobre
todo yo. Después de 4 meses y 15 domingos de cautiverio, era la primera misa
que celebraba. Al principio había miedo: “¿Y si llegan los yihadistas? ¿Cómo
habrían reaccionado?”. Después sentí que prevalecía en mí la gratitud, y daba
gracias a Aquel que me había sostenido en todas esas pruebas. También mientras
me decían que me habrían degollado si no me convertía. He vuelto a pensar mucho
en esa misa, después de que me llegó la noticia del martirio del padre Jacques
Hamel, asesinado frente al altar en su parroquia de Francia.
En la cárcel,
cuando no podía celebrar, ¿qué hacía?
Cada vez, al
alba, cantaba toda la misa acordándome del coro de mi parroquia, y después de
las misas celebradas en el monasterio de Mar Musa… Durante cierto periodo de
tiempo también estuve preso en Raqqa, la ciudad en la que desapareció el padre
Paolo Dall’Oglio. Cuando estuve allí, me lo imaginaba en una situación
semejante a la mía, en la misma ciudad, tal vez a poca distancia, y lo sentía
cerca. Cerca como al inicio de nuestro común camino monástico, en Mar Musa, el
monasterio del desierto. Ese baño en donde me tenían encerrado, tenía una
robusta puerta de hierro que me recordaba a la de mi celda, en el monasterio.
Tuve una paradójica relación de amistad con esa prisión. No era una situación
cómoda, sobre todo por mi frágil salud. Pero no sentí angustia. Advertí la
gracia vivida por san Pablo, cuando escuchó que el Señor le decía: “Te basta mi
gracia”. Incluso en lo profundo de mi debilidad, era Él quien revelaba su
fuerza.
¿Cuál es la
condición espiritual que prevalece entre los cristianos que se han visto
involucrados en el conflicto sirio?
Se preguntan
cómo ha sido posible todo esto. Pero después dan gracias a Dios, y se
encomiendan a sus manos. No he visto a personas que se rebelen contra Dios.
En los últimos
meses se han intensificado las intervenciones militares en contra del Estado
Islámico. ¿Qué le parece, según su experiencia?
Recuerdo cuando
llegaron desde Mosul a Quariyatayn los emisarios del califo al Baghdadi, para
anunciarnos lo que habría sido de nosotros, según el decreto del Estado
Islámico. Era el 31 de agosto. Recuerdo que decían: “Nosotros queremos extender
el miedo en el mundo, porque los «cruzados» están bombardeando la tierra del
islam. Son ellos los que atacan, matan niños y mujeres, destruyen las casas.
Nosotros solo defendemos nuestros territorios y el islam de los agresores…”. En
la actualidad, tengo que repetirlo: los bombardeos sirven para aumentar y
reforzar este sentimiento entre muchos, y no todos son yihadistas.
¿Cómo puede ver
lo que sucede allí un cristiano?
Puede ver lo
que sucede teniendo siempre en la mirada la imagen de Cristo cumpliendo nuestra
salvación, participando de nuestro sufrimiento. Solo de esta manera se puede
ver, como cristianos, la tragedia de un país que muere, en donde todos son
atormentados. Como los millones de prófugos que han perdido todo y viven en la
desesperación. Y las palabras de los cristianos que sufren por la guerra pueden
convertirse en las mismas de Cristo: “Padres, perdónales, porque no saben lo
que hacen”.
En Europa se
presiona a las comunidades musulmanas para que expresen una postura neta de
condena de la violencia justificada con la religión…
El miedo es un
factor que los paraliza también a ellos. Y su silencio es calificado como un
síntoma de complicidad con los que difunden el terror y las masacres. Se
necesita valentía para afrontar momentos tan duros y acabar también con este
equívoco.
Papa Francisco
dijo que no se trata de una guerra de religión…
Cada vez
resulta más evidente que las razones que mantienen abiertas las guerras son de
tipo económico. Una manía feroz e insaciable de acumular que es, en sí misma,
signo de muerte y de destrucción. ¿Qué queremos, además de la riqueza, además
del poder, además del desarrollo moderno, qué más queremos? El llamado
profético de Papa Francisco, que justamente en este momento proclamó el Año
santo de la Misericordia, se mueve en este nivel vertiginoso. Necesitamos la
paz que viene de Dios.
En Europa
aumenta el desprecio y el rechazo hacia los migrantes…
Todos se ponen
a acusar a los migrantes, a darles la culpa de todo, como hizo Adán con Eva en
el Paraíso. Reconocemos y estamos conmovidos por lo que han hecho los
voluntarios de las organizaciones europeas e internacionales a favor de los
pueblos afectados por las guerras. Y vemos que muchos acogen con espíritu
fraterno a los migrantes. Las reacciones desconsideradas de algunos no
representan, claramente, a los demás. Al mismo tiempo, la búsqueda de las responsabilidades
por todo lo que sucede, y también por los sufrimientos provocados a pueblos
enteros, obligados a huir de sus casas, lleva a las decisiones políticas
europeas y estadounidenses.
¿Pero se puede
salvar algo en las intervenciones que ha puesto en marcha la comunidad
internacional?
Ahora ningún
pueblo puede librarse solo de estas guerras. Lo vemos en Siria, en Irak, en
Yemen. Lo vemos por todas partes. Hay otras potencias y otras fuerzas que
alimentan guerras lejos de las propias fronteras. Hoy, a los verdaderos
analistas, no se les escapa nada. Muchos ven lo que sucede por debajo de las
mesas de los gobiernos y de las instituciones internacionales. Y desde que las
potencias económicas y militares se han involucrado en las guerras en nombre de
la defensa de los pueblos y de la democracia, los motivos y las ocasiones para
nuevos conflictos se han multiplicado. Se evita cuidadosamente tomar
iniciativas que parecerían descontadas, si las decisiones políticas y
estratégicas fueran verdaderamente coherentes con las declaraciones de
principio. Por ejemplo, Rusia, para demostrar su amor por el pueblo sirio,
podría abrir sus puertas a los desplazados y a los prófugos que han huido de
Siria. Y esto permitirá también la disminución de las tensiones en Europa en
relación con la emergencia de la migración.
Fuente: Vatican
Insider