Cómo hablar
de Dios con los hijos
Sofía está
inquieta. Con sus seis años y su pelo enredado, entra y sale de la cocina con
mil pretextos. Al final, ya no aguanta más. Se acerca a mamá y le dice: “¿Me
puedes hablar de Dios?”
Para mamá sería
más fácil si le preguntasen por el abuelito. Podría contar recuerdos,
historias, aventuras. Mostraría lo bueno que era el abuelo, tendría entretenida
a la niña. Pero Sofía quiere saber algo sobre Dios…
Mamá, entonces,
buscará respuestas en el baúl de sus recuerdos. Pensará en lo que aprendió en
el catecismo, o en lo que le enseñaron en casa o en la escuela. O, tal vez,
recordará algunos de los más hermosos pasajes de la Biblia, o lo que ha
escuchado en alguna buena homilía del domingo…
Hablar de Dios
no resulta fácil si no tenemos una continua experiencia de Él. Debería sernos
tan familiar como los abuelos, los hermanos o los hijos. Nuestra vida viene de
su Corazón. Nacimos porque nos soñó. Cada respiro, cada pensamiento, cada acto
lo hicimos delante de sus ojos. A la vez, pudimos tocarlo, sentirlo presente,
en las mil aventuras de la vida.
Pero a veces
nos dejamos absorber por las pequeñeces de cada día. Era más importante un
juguete, o los deberes de la escuela, o lo que pasaban por la televisión. Nos
obsesionamos por los amigos, por las fiestas, por el deporte. El trabajo llegó
a ser algo imprescindible en el propio camino de la vida. La experiencia del
enamoramiento, del noviazgo, del matrimonio, llenaron tanto el corazón que a
veces parecía que no quedaba lugar para nadie más.
En todas las
situaciones, en todos los momentos, Dios siguió a nuestro lado. En el libro, en
el colibrí, en la azucena, en las gotas de una lluvia tempestuosa, en los rayos
de sol junto a la playa, en los momentos íntimos de la Misa. Estuvo en
tantos corazones buenos que nos ayudaron en el momento de la prueba, que nos
visitaron en el hospital, que nos dieron una mano cuando el fracaso pacería
haber ennegrecido el universo.
Sofía sigue en
pie, en silencio, con sus ojos limpios y curiosos. Mamá se seca las manos y la
mira de frente, mientras coloca en su sitio un mechón de cabello rebelde. Sofía
se siente ante alguien importante que la quiere mucho y que le va a hablar de
alguien aún más importante, de su Padre Dios.
“Mamá, ¿me
puedes hablar de Dios?”
Artículo
originalmente publicado por Familia Cristiana
Fuente: Aleteia