3. Algunos intentos de explicación
Ha habido realmente muchas escuelas
filosóficas (las denomino así pues aunque se auto titulen etnológicas, se meten
en este punto en una cuestión que toca problemas filosóficos) que han intentado
explicar el fenómeno religioso con disquisiciones puramente naturales. Aunque
no lo hayan logrado (siempre quedan baches inexplicables) vale la pena
mencionarlas.
Explicación de la escuela
mitológica
Esta escuela fue formada a mediados del
siglo XIX por A. Kuhn y sostenía que las figuras de la mitología religiosa no
eran sino personificaciones de los objetos y fenómenos de la naturaleza,
especialmente de los grandes astros. El más famoso representante fue Federico
Max Müller (1823-1900), fundador de la “Historia de las Religiones”. Éste,
abusando del método filológico, ponía el origen de la mitología en defectos del
conocimiento del mundo, en faltas del lenguaje, en la confusión y exuberancia
de palabras.
El origen de la religión, se explicaba,
para él, por la influencia de lo infinito sobre la conciencia humana; el hombre
ve hasta cierto límite, y allí se detiene, lo que no abarca lo llena de estupor
y como no tiene lenguaje para nombrarlo y lo identifica con, y lo llama, Dios,
sin precisar si este dios es uno o múltiple. Müller nunca explicó, sin embargo
(y no podía), cómo es posible que en todas partes y en todos los pueblos, la
imprecisión del idioma, la confusión de palabras, la ignorancia, sea el punto
de partida del hecho más universal que registra la Historia.
Esta escuela mitológica ha tenido muchas
variantes: la mitológica natural (que es la que acabo de mencionar), la
mitológica astral, el panlunarismo, etc.; todas con los mismos defectos.
Explicación de la escuela antropológica
Explicación de la escuela antropológica
Según esta escuela el hombre tiene la
tendencia de poner en las cosas que lo rodean algo de su propia vida,
sentimientos, pasiones, etc. La doctrina de esta escuela se condensa en tres
hipótesis que no demuestra.
La primera es un crudo agnosticismo: nada
podemos saber de las causas trascendentales, pues no las podemos someter a
experiencia; por tanto no debemos buscar el origen de la religión en tales
causas metafísicas sino en nosotros mismos. Así decía Réinach: “A menos de
admitir la hipótesis gratuita y pueril de una revelación primitiva, es preciso
buscar el origen de la religión en la psicología del hombre, no del hombre civilizado,
sino del que se aleja más de esta civilización”.
Sería bueno saber por qué su hipótesis,
siendo en todo caso también pueril y gratuita, será mejor que la que dice
refutar. En fin, no lo dice.
La segunda hipótesis es el postulado
evolucionista, llevado a la mayor universalización: todo evoluciona de lo
simple y rudimentario a lo compuesto; por tanto, si queremos encontrar el
origen del hecho religioso, hay que analizar la religión en los pueblos más
salvajes pues son los que reproducen más fielmente el estado primitivo de la
humanidad. En todo caso tendrá primero que demostrar esto; pues estos autores
podrán discutir si se puede probar o no una revelación primitiva (o sea, una
revelación divina al comienzo de la humanidad) pero lo que no pueden es negarla
sin demostrarlo, puesto que nada impide que si Dios existe, se revele al
hombre; y si así hubiera sido, tal religiosidad sería más perfecta por proceder
de una revelación directa de Dios, mientras que las formas posteriores
corresponden a una degeneración del sentido religioso; o sea, destruiría esta
hipótesis.
La tercera hipótesis es el postulado
determinista, según el cual los diferentes cultos se encadenan sucediéndose uno
del otro, merced a múltiples factores como la cultura, el medio ambiente, el
género de vida, etc.
Es claro que los postulados de los que
parte esta explicación son falsos, y apriorísticos sobre todo por descartar,
sin demostración alguna, toda posible revelación primitiva y cualquier
explicación trascendente. De este modo no sólo se cierran a cualquier
explicación sobrenatural, sino también a cualquier explicación científica, pues
no hay nada más anticientífico que la negación sin pruebas de la Causa
Sobrenatural.
Lamentablemente no tenemos espacio aquí
para exponer algunas teorías del hecho religioso que dependen de esta escuela,
como son:
- el animismo (que explica el origen de la
religión por la creencia de los pueblos primitivos en las almas individuales y
en los espíritus),
- el manismo (hipótesis que afirma que el
culto de las almas de los muertos –o manes– es el origen de la religión),
- el magismo (fundado por Frázer, quien
hace derivar el hecho religioso de la magia, o comunicación del hombre con un
poder o energía misteriosa que, respondiendo a sus invocaciones y ritos,
satisface sus deseos);
- el fetichismo (culto al fetiche, es
decir, a una representación en madera, barro, piedra, etc., consagradas a
diversos genios o ídolos; Augusto Comte, fundador del positivismo en el siglo XIX,
supuso que ésta es la primera etapa “religiosa” del hombre);
- el totemismo, que afirma que el origen
de la religión se deriva del culto dado a los tótemes, preferentemente animales
(el tótem es un objeto material que el pagano mira con respeto supersticioso
creyendo que entre él y cada miembro del clan a quien representa el tótem hay
una relación íntima y especial), etc.
Explicación de la escuela sociológica
Explicación de la escuela sociológica
Para esta escuela es la sociedad la que impone mecánicamente el hecho religioso a cada uno de los individuos que componen dicha sociedad; es, por tanto, la sociedad la que crea la noción religiosa; esta noción brota espontáneamente de los individuos apenas se ponen en contacto y hacen vida social; después esta religión se va lentamente purificando e idealizando.
El motivo es que la sociedad para vivir
necesita un ideal; lo crea y lo presenta a todos los individuos que la
constituyen bajo el aspecto de lo sagrado y la majestad de lo divino. Esta
teoría tiene el mérito de reconocer el fenómeno religioso y afirmar, en contra
de Comte, que no es una creación artificial sino espontánea; también tiene el
mérito de enseñar que la religión es el hecho social por excelencia del que se
derivan todos los demás, es decir, que es el vínculo social más fuerte, el
factor principal de cohesión entre los miembros de una sociedad; la idea de
Dios, aun para el sociologismo, es la única idea que puede inspirar y mantener
el espíritu de sacrificio de los individuos respecto del resto de la sociedad
(y que acepte esto no es poco decir); también es mérito suyo el reconocer que
la religión tiene un aspecto social, es decir, que no es un fenómeno puramente
individual (como pretende el liberalismo), que necesitamos una tradición
religiosa, que es legítima una sociología religiosa, que la religión es un
hecho perpetuo y permanente y que hay concordancia entre las transformaciones
sociales y las doctrinas o prácticas religiosas... pero se equivoca en su
explicación de base.
Para Durkheim, principal expositor de
esta escuela, el hombre nace bestia y es la sociedad la que lo hace hombre; por
tanto lo que hay en él de humano es sólo un reflejo o eco de la sociedad;
incluso su dimensión religiosa es sólo un eco de la sociedad. Es evidente que
tal explicación es viciosa: en algún momento ha habido individuos que
terminaron formando una sociedad y al menos en ese momento el proceso tiene que
haber sido necesariamente al revés del explicado por la escuela sociológica:
los individuos proyectaron sus valores sobre la sociedad que ellos formaron.
Cae con esto el principio sobre el que se fundamenta toda la teoría y con ella
todas las explicaciones con que conciben los hechos, incluso el religioso.
Explicación de la escuela psicológica
Explicación de la escuela psicológica
Para esta escuela, iniciada por William
James, en su libro “Variedades de la experiencia religiosa”, el hecho religioso
consiste, ante todo, en una actitud afectiva; para este autor el sentimiento,
asociado a la voluntad, es lo esencial en la religión. Son los sentimientos los
verdaderos estados religiosos: al optimismo se reducen las experiencias
religiosas de confianza en lo divino, gozo, exaltación, éxtasis; al pesimismo
los sentimientos de pecado, remordimiento, arrepentimiento. El fenómeno
religioso no es más que una proyección del subconsciente.
Las mismas ideas penetraron en el
catolicismo a través del movimiento modernista que reducía la religión y la fe
a un sentimiento de indigencia de lo divino. No hay por tanto religión
objetiva, ni revelación, ni fe en un Dios que habla verdaderamente al hombre,
sino una proyección subconsciente de nuestra necesidad de protección, de
seguridad, que descargamos sobre una idea de Dios que nosotros mismos
fabricamos sin saberlo.
Esta escuela y sus teorías tienen también
sus méritos: reconoce la realidad de las experiencias religiosas y de los
hechos de conciencia, despegándose en parte del craso materialismo de otras
teorías; no reducen estos hechos a leyes fisiológicas (James ridiculiza a los
médicos materialistas que pretenden explicar la conversión moral como una
crisis del instinto sexual, o catalogan a Santa Teresa de Jesús como
histérica); reconoce la multiplicidad de las experiencias religiosas; proclama
el elevado valor de la vida religiosa (considera que la santidad es un factor
esencial del bienestar social y cuenta a los santos entre los mayores
benefactores de la humanidad).
Pero
se equivoca en puntos radicales: reduce todo el fenómeno religioso a la esfera
afectiva, no contando los elementos intelectuales (las creencias, dogmas,
verdades) que son fundamentales en toda religión; lleva el error del
agnosticismo por el cual descarta de sus explicaciones todo lo que sea
sobrehumano; como le critica Faguet: “James no dice una palabra, o, por lo
menos, será tan corta que se me habrá escapado, acerca de Santo Tomás de
Aquino, de Bossuet o San Francisco de Sales. En cambio, todos los hombres
desequilibrados que tengan un defecto cualquiera en el cerebro hallan en este
libro efectiva hospitalidad”. Además, la escuela psicológica descuida el
elemento principal de la religión, la adoración, precisamente porque ésta
supone una realidad personal distinta del hombre a la que éste debe someterse,
aceptando sus enseñanzas, obedeciendo sus mandatos y propiciándola mediante
ciertas prácticas o actos de culto.
Por: P. Miguel Ángel Fuentes, IVE
Por: P. Miguel Ángel Fuentes, IVE
Fuente: Del libro Las Verdades
Robadas