Algunos lo llaman
"diosciencia", ¿por qué será?
Cuanto más vivo, tanto
más creo que a Dios le gusta cuidar de los detalles: prepararnos pequeñas
sorpresas en respuesta a nuestros pensamientos más íntimos para hacernos
felices y para recordarnos su presencia, ser nuestro asesor en asuntos de lo
más triviales y con un guiño del ojo ayudarnos a encontrar sorprendentes
soluciones.
A veces, con la ayuda de
estos pequeños detalles, puede cambiar toda la vida. Otra vez es sólo (o
¡hasta!) una manifestación del amor y un mensaje (a menudo gracioso):
no estoy solo, estoy aquí, actúo.
El
autobús para volver a casa
Era la primavera, pero
muy temprana. Yo regresaba de la Vigilia Pascual en la Hermandad Dominicana.
Era muy tarde y el frío
viento congelaba mis pantorrillas. El último autobús diario partió de allí hace
dos horas, y para coger el nocturno tuve que andar un par de kilómetros.
Las piernas me dolían
tanto que antes de que decidiera qué hacer, me quedé sentada un momento en el
banco de la parada. Necesitaría un milagro.
De repente recordé: una
compañera (que hace poco regresó de una peregrinación en autostop) aconsejaba
que si rezas por algo, céntrate sólo en los detalles concretos. Y en materia de
transporte, reza a San Cristóbal.
Un poco por diversión,
un poco por audacia, pero aún así con la creencia de que podría funcionar, oré
al santo para que me enviara el autobús diario que cogía para regresar
a mi casa – exactamente en dos minutos. Esperé los efectos con un
reloj en la mano. A continuación, con la misma mano me frotaba los ojos, muy
sorprendida, porque se acercaba a la parada mi 116. Con dos horas de
retraso, pero justo dos minutos después de haber articulado mi solicitud.
En mi vida hubo muchos
mini-milagros de este tipo con el transporte público. El siguiente – unos años
más tarde, cuando viajaba al encuentro con una fundación amiga. Ahora era yo la
que iba a llegar con un retraso terrible y estaba preocupada de no llegar a
tiempo para el momento de las felicitaciones, que me importaban mucho. A pesar
de las oraciones por llegar a la hora, me retrasé unos 40 minutos. Entré
corriendo, pues, a la sede de la fundación, decepcionada y enojada.
Los
mini-milagros
Pero, cuando entré
adentro, me sorprendí de que aún no habían empezado.“Carolina, hola” – se me
acercó una de mis conocidas. “Qué bueno que ya estés aquí, pero has venido
demasiado deprisa innecesariamente. El coche del amigo que trae la comida se
averió cerca de Wawer. Aún le estamos esperando.”
En tales situaciones me
dolería el vientre de la risa, si no estuviera un poco preocupada por las
personas ajenas, en cuyo destino había influido de alguna manera. Porque,
¿el coche de aquel colega realmente se averió sólo para que yo pudiera llegar a
dar felicitaciones? Y ¿qué pasa con las personas que tuvieron que
viajar dos horas en autobús la tarde de la víspera del Domingo de Pascua? ¿Dios
realmente podría dañar a unos para ayudar a otros?
Estas son las preguntas
que me hice un millón de veces. En respuesta llegaba sólo la paz. Se podía encontrar
cientos de razones para que la avería del coche pudiera resultar beneficiosa
para el compañero. Dios no tiene, al parecer, deficiencias en sus
planes, causados por una oración repentina de la distraída y tardona, como de
costumbre, Carolina Sarniewicz. ¿Y la gente del autobús? Me hubiera
gustado que había preguntarles qué hora tenían. ¿Tal vez no se dieron cuenta de
nada? ¿En los tele transportes del Padre Pío una pequeña rotura del
espacio-tiempo no sería nada difícil para Dios?
Pasta
con salsa
Sin embargo, sucede a
menudo que conseguimos un buen regalo, sin ni siquiera pedirlo.
Simplemente alguien, conociendo nuestros pensamientos, nos sorprende – y ya
está.
Un amigo se presentó en
mi casa, porque le pedí que arreglara la puerta del baño. Mientras venía, él
pensó que el día sería redondo si pudiera comer en mi casa… aunque sea, una
modesta pasta con salsa. No me contó su deseo, sino inmediatamente empezó a
reparar la avería. Mientras trabajaba con el destornillador, sentí pena por el
pobre hombre y sugerí que tomara algo de cena y murmuré tímidamente –
“Sólo me queda pasta con salsa”.
Tardé mucho tiempo en
curarme del choque al ver la reacción del hombre que casi lloró de
felicidad.
Historias como estas se
pueden multiplicar y multiplicar. Hay, sin embargo, una de la cual simplemente
no puede prescindir en este ensayo elogioso sobre el cuidado de Dios.
Una
flor para el Día de la Mujer
Un año, mi
compañera, Mónica, estaba muy triste porque el Día de la Mujer, no
había nadie que le pudiera regalar una flor. Paseaba por la ciudad con
una conocida suya, con la esperanza de que al final apareciera un caballero con
un tulipán, aunque fuera con fines comerciales, como regalo publicitario de
cualquier cadena de supermercados.
Por el camino, las
chicas visitaron a unas monjas conocidas, que les dieron un libro, y como el
libro era uno y ellas dos, decidieron cambiar el destino de su paseo. Ahora
andaban por Varsovia con el objetivo de encontrar un voluntario que aceptara su
regalo.
Sin embargo, el destino
quiso que todos los potenciales destinatarios anduvieran acompañados ese día, y
las dueñas del libro no querían crear más dilemas. Al final, vieron caminando
por la calle a un clérigo. Mónica corrió hacia él, gritando que era un regalo
sorpresa, y que debía ser feliz de tener un buen día.
El
clérigo casi perdió la voz de la emoción.
¡Iba tres meses en busca del libro que acaba de recibir! En su tiempo libre
estaba visitando a prisioneros y uno de ellos necesitaba exactamente esta
edición en particular.
Mi amiga hizo feliz a
alguien, pero ¿qué pasaba con su deseo? Mientras caminaba, sonriendo de oreja a
oreja, la vio su antiguo colega y… le regaló una flor.
Un día así y con un Dios
así, no podría haber terminado de otra manera.
KAROLINA SARNIEWICZ
Fuente: Aleteia