El final de la vida puede
ser un momento muy especial en el que tenemos que ayudar a que un ser humano cierre
y complete su existencia
Hay
días en los que al despertar, no sabes muy bien por qué, te levantas
especialmente sensible, como si quisieras agarrar algo que te falta y sabes te
va a completar. Quizá necesitas buscar una razón, redescubrir un significado,
devolver algo a alguien que lo necesite especialmente.
Un
nuevo día de trabajo ¿es especial o es rutina? ¿Es volver a dejarte absorber
por quien está a tu alrededor? Significa estar rodeado por tus compañeros, con
los que discutes qué debes hacer para que mejoren los pacientes a los
que vas a tratar a lo largo de la jornada.
Mis
pacientes son especialmente frágiles, la mayoría de ellos sufren un cáncer
avanzado, en el que los tratamientos solo pueden frenar el desarrollo de su
enfermedad. O, incluso, ya no se les puede ofrecer más tratamientos
específicos. Cuando llega ese momento nuestra obligación, más que nunca, es ayudarles
a superar las dificultades que les produce la enfermedad que padecen.
En su caso, recurrir a tratamientos más potentes les haría más mal que bien.
¿Qué
les pasa? Ven como el avance de la enfermedad les debilita, les va poniendo
límites a lo que son capaces de hacer. Cada mes, cada semana, incluso de un día
para otro han de asumir que en vez de poder dar veinte pasos, solo pueden dar
diez. Levantarse del sillón es subir una montaña. Todo ello, a menudo
después de haber estado mucho tiempo luchando por superar una enfermedad.
¿Cómo
están? Abatidos, desanimados, viendo cómo se les escapa la vida, agotados
de estar como están, incluso esperando que se acabe cuanto antes ¿No es comprensible
que se encuentren así? Entonces… ¿Por qué seguir?
Ahí es donde entra nuestro
saber hacer como médicos, porque todavía se pueden hacer muchas cosas y, dentro
de su fragilidad, el paciente es el que más tiene que decirnos.
Me
he cruzado con pacientes desmoralizados que no es que quieran morir, lo que no
quieren es seguir viviendo así. Como médico mi papel es que vean que dentro de
sus limitaciones hay muchas cosas que pueden seguir haciendo: pueden
seguir disfrutando de mil detalles del día a día. Si consigo hacerles ver que
valen mucho, si a través de una mirada compasiva consigo que vean reflejada su
dignidad, es cuando realmente estoy cumpliendo con mi trabajo. Y para todo
esto, no soy nadie especial. Lo único que hago es ayudar a iniciar un camino, y
tengo el apoyo de un equipo formado por médicos, enfermeras, psicólogos,
trabajadores sociales, capellán…
¿Por
qué se desmoraliza el paciente? Creo que no es solo por lo que padece, sino por
los mil mensajes contradictorios que les mandamos sobre qué es una persona
útil. Es normal que un paciente que está sufriendo una enfermedad que ya no se
puede curar quiera que todo se acabe porque vive en una sociedad, la
nuestra, que le hace creer que es inservible.
Puedo
asegurar que cuando les ayudamos a sentir que han “recuperado” su dignidad,
porque la ven reflejada en cómo les cuidamos, pasan a ser ejemplos vivos
de cómo superar las dificultades. Esos pacientes devuelven todos nuestros
esfuerzos con sabiduría y nos enseñan a estar pendientes. Cada paciente es una
lección de cómo se puede aceptar el final de la vida creando una relación
especial entre su familia, su equipo médico y todas las personas que le rodean.
Los que nos dedicamos a atenderles vemos que no se quejan, que siguen
teniendo mil detalles con todos, y de una forma muchas veces difícil de
describir pero que se percibe en el ambiente.
El
otro protagonista principal es la familia, que en cuanto ve que su ser querido
está tranquilo, viviendo hasta el final y disfrutando con ellos, ven más
allá de su pena y empiezan a guardar vivencias de ese final como un regalo
especial. ¿Dejan de tener pena? No, ¿pasa a ser uno de los momentos más
especiales que han vivido? Sí.
El final de la vida puede
ser un momento muy especial en el que tenemos que ayudar a que un ser humano
cierre y complete su existencia.
Si
simplemente lo rompemos como si esa persona fuese un organismo que no funciona, destrozamos
una trayectoria vital y desgarramos una familia a la que después le
va a ser mucho más difícil recomponerse. Cuidando bien al final de la vida,
puede que no obtengamos el beneficio de un final feliz como el de una técnica
quirúrgica o una nueva terapia experimental que va a revolucionar la
supervivencia en una enfermedad concreta, pero estamos dando respuesta a una
necesidad que antes o después vamos a tener todos.
Muchas
veces me preguntan por qué me dedico a la medicina paliativa, pues hay quien
cree que es muy triste y deprimente. A mí me parece lo contrario, dura, con
momentos y situaciones difíciles, pero una medicina en la que aprendo cada día
de muchas personas que me enseñan cómo completar su existencia de la mejor
manera posible.
Si
como sociedad aprendiéramos sobre estas lecciones de vida puede que
recuperásemos virtudes cívicas básicas, aquellas que nos enseñarían a ser
realmente solidarios con los demás.
Creo
que más o menos he puesto palabras a lo que intuía esta mañana.
Antonio
Noguera, Programa ATLANTES
Fuente:
Instituto Cultura y Sociedad – Universidad de Navarra