La fe es un don de Dios
totalmente gratuito, pero también es la respuesta del hombre a su plan divino
Caos. A veces nos parece estar en medio del caos. ¿Alguna vez has estado rodeado de niños de 12 años llenos de energía? Es una experiencia parecida a un terremoto. Unos corren, otros los persiguen, unos quieren jugar fútbol, otros béisbol, otros gritan.
Sin embargo, hay mamás que en medio del caos, saben conservar perfectamente la calma. No sólo tienen todo bajo control, sino que hasta disfrutan el momento. Transmiten paz y alegría a todos los que las rodean. Para cualquiera que lo vea desde afuera, esto parece ser un milagro.
Los más beneficiados son los niños, que disfrutan mucho más todo lo que hacen. Así sucede también con cualquier persona que en una situación que parece desesperada, transmite paz, optimismo, esperanza, alegría, serenidad.
No es de extrañarse que al poco tiempo se le acerque alguien a preguntarle cómo lo hace.
Estamos llamados a ser instrumentos de paz, y mucho más: instrumentos de
salvación. Instrumentos, porque el Espíritu Santo es el que actúa. San Pablo y
Silas estaban presos en la más profunda de las celdas (Hch, 16). Sus pies,
atados a una barra. Era una situación como para perder toda esperanza, y sin
embargo, los dos apóstoles empezaron a cantar himnos al Señor. ¿De dónde vino
tanta confianza? ¿De dónde la fuerza y la inspiración para ponerse a cantar en
un momento como ese? De nadie más que del Espíritu Santo. Pero Pablo y Silas le
abrieron su corazón y dejaron que actuara en su alma. Efectivamente, el
Espíritu Santo actúa, y a los pocos minutos provocó un terremoto que dejó a
todos los presos libres.
Nosotros tenemos que creer con fe viva. La fe es un don de Dios, totalmente
gratuito. Pero la fe es también la respuesta del hombre a Dios que se revela y
se entrega a él. San Pablo nos dice que la fe es "garantía de lo que se
espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11, 1). El ver a
estos hombres cantando himnos a Dios en medio de su tribulación, ¿no fue acaso
una prueba para el soldado romano? Y todos los hombres y mujeres que alaban a
Dios y gozan en medio de sus dificultades, ¿no son acaso una prueba de las
realidades que no se ven, de que Dios vive en ellos y nos ama?
Cada uno de nosotros está llamado a ser esa prueba en medio de nuestro mundo.
El cristiano, en medio del caos, puede permanecer sereno y alegre, porque sabe
que Dios nunca lo abandonará. Cuando Cristo estaba con nosotros, sus milagros
eran una prueba. Dios está con nosotros, él quiere vivir en nuestra alma. Precisamente
cuando todo parece estar perdido, es ahí cuando tenemos que alegrarnos y poner
nuestra seguridad en el Señor, porque entonces él actuará.
A veces parece que nos ahogamos porque creemos que todo depende de nosotros. En
realidad, lo que depende de nosotros es muy poco. La mayoría de las cosas que
nos afectan no dependen de nosotros, y no podemos hacer nada para cambiarlas.
Pero Dios no nos va a dejar abandonados. Él es nuestro Padre, que nos ama con
amor eterno. Él nos conoce perfectamente. “Hasta los cabellos de tu cabeza
están contados”. Él sabe que somos limitados, pero nosotros somos sus hijos. Lo
que sí podemos cambiar es nuestra actitud ante los hechos.
Podemos dar todo por perdido, o podemos reaccionar con fe. “Pedid y se os dará;
buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el
que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre
vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; ¿o si le pide un pez, le
dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas
buenas a los que se las pidan!” (Mt 7, 7-11). Hay que elevar el corazón a Dios
en el momento de dificultad, a acudir a Él con confianza y a pedirle el don de
la alegría y de la paz.
Por: Andrés Orellana, L.C.
Fuente: Virtudes y Valores