“Jesús, humilde Rey de
justicia, de misericordia y de paz”
El
papa ha presidido la procesión de los Ramos y de las Palmas con los jóvenes de
la Jornada Mundial de la juventud – de Panamá y de Cracovia -, hasta el
obelisco de la Plaza San Pedro este 9 de abril del 2017, en presencia de 50 000
personas.
Después
de la lectura del Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén, ha presidido
la celebración en la explanada de la Basílica de San Pedro en presencia de
decenas de miles de persona.
Desde
hace 32 años la dimensión gozosa de este domingo se ha enriquecido con la
fiesta de los jóvenes: La Jornada Mundial de la Juventud, que este año se
celebra en ámbito diocesano, pero que en esta plaza vivirá dentro de poco un
momento intenso, de horizontes abiertos, cuando los jóvenes de Cracovia
entreguen la Cruz a los jóvenes de Panamá.
El
Evangelio que se ha proclamado antes de la procesión (cf. Mt 21, 1-11)
describe a Jesús bajando del monte de los Olivos montado en una borrica, que
nadie había montado nunca; se hace hincapié en el entusiasmo de los discípulos,
que acompañan al Maestro con aclamaciones festivas; y podemos imaginarnos con
razón cómo los muchachos y jóvenes de la ciudad se dejaron contagiar de este
ambiente, uniéndose al cortejo con sus gritos. Jesús mismo ve en esta alegre
bienvenida una fuerza irresistible querida por Dios, y a los fariseos
escandalizados les responde: «Os digo que, si estos callan, gritarán las
piedras» (Lc 19, 40).
Pero
este Jesús, que justamente según las Escrituras entra de esa manera en la
Ciudad Santa, no es un iluso que siembra falsas ilusiones, un profeta «new age»,
un vendedor de humo, todo lo contrario: es un Mesías bien definido, con la
fisonomía concreta del siervo, el siervo de Dios y del hombre que va a la
pasión; es el gran Paciente del dolor humano.
Así,
al mismo tiempo que también nosotros festejamos a nuestro Rey, pensamos en el
sufrimiento que él tendrá que sufrir en esta Semana. Pensamos en las calumnias,
los ultrajes, los engaños, las traiciones, el abandono, el juicio inicuo, los
golpes, los azotes, la corona de espinas… y en definitiva al via crucis,
hasta la crucifixión.
Él
lo dijo claramente a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que
se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Él nunca
prometió honores y triunfos. Los Evangelios son muy claros. Siempre advirtió a
sus amigos que el camino era ese, y que la victoria final pasaría a través de
la pasión y de la cruz. Y lo mismo vale para nosotros. Para seguir fielmente a
Jesús, pedimos la gracia de hacerlo no de palabra sino con los hechos, y de
llevar nuestra cruz con paciencia, de no rechazarla, ni deshacerse de ella, sino
que, mirándolo a él, aceptémosla y llevémosla día a día.
Y
este Jesús, que acepta que lo aclamen aun sabiendo que le espera el «crucifige»,
no nos pide que lo contemplemos sólo en los cuadros o en las fotografías, o
incluso en los vídeos que circulan por la red. No. Él está presente en muchos
de nuestros hermanos y hermanas que hoy, hoy sufren como él, sufren a causa de
un trabajo esclavo, sufren por los dramas familiares, por las enfermedades…
Sufren a causa de la guerra y el terrorismo, por culpa de los intereses que
mueven las armas y dañan con ellas. Hombres y mujeres engañados, pisoteados en
su dignidad, descartados…. Jesús está en ellos, en cada uno de ellos, y con ese
rostro desfigurado, con esa voz rota pide que se le mire, que se le reconozca, que
se le ame.
No
es otro Jesús: es el mismo que entró en Jerusalén en medio de un ondear de
ramos de palmas y de olivos. Es el mismo que fue clavado en la cruz y murió
entre dos malhechores. No tenemos otro Señor fuera de él: Jesús, humilde Rey de
justicia, de misericordia y de paz.
©
Libreria Editrice Vaticana
Fuente:
Zenit