No
hay respuestas inmediatas, sin embargo las habrá
Tomas
el teléfono, marcas su número con la esperanza de que te conteste al otro lado
del auricular. En el fondo sabes que será en vano porque ella ya no está.
¡Dios! Lo único que deseas es volver a escuchar su voz viva, aunque sea por
última vez. Qué más da si lo que te dice son regaños o palabras de amor, solo
quieres oírle.
Cierras
los ojos para recordar su timbre, esa voz que sabes nunca más volverá a
pronunciar tu nombre. Repites una y otra vez ese mensaje que te dejó en el
contestador. Lees y relees los mensajes que se mandaban. Por momento quisieras
contestar el último… No hay respuestas, solo el silencio.
En
tu soledad sólo escuchas el sonido de tus lágrimas que no dejan de rodar por
tus mejillas, de ese llanto que te ahoga recordándote que ella ya no está, que
la vida no será la misma sin ella. ¡En qué momento cambió la vida! ¿Qué se
hace con tanto dolor? ¿Cómo se saca del pecho este sentir que deshace el
corazón a pedazos, aprieta el alma y arranca la vida? Ella ya no está, pero yo
sigo vivo y ahora me corresponde aprender a vivir con esto.
El
calificativo cuando muere alguno de los padres es huérfano, cuando muere el
cónyuge es viuda (o), pero ¿cuál es cuando muere un hijo? No hay
mejor calificativo que el de “MARIANOS” porque este dolor se asemeja al de
Santa María al pie de la Cruz.
Sin
duda unos de los grandes misterios de esta vida son la muerte y la enfermedad.
Todo estaba bien cuando de repente… Y todo cambia… Creemos que no estamos
preparados para tanto. El sentir es querer morir con ellos… Hay dolor,
desesperación y dudas porque la vida no será la misma sin ellos.
Un
tsunami de miedos e interrogantes se apodera de nosotros: un sinnúmero de
cuestionamientos y preguntas a Dios. ¿Cómo voy a vivir sin ella? No hay
respuestas inmediatas. Sin embargo, sí las habrá.
Nada
sencillo decir un adiós para siempre a las personas que hemos amado, con las
que hemos compartido momentos importantes y que han dejado huella en nuestra
vida.
La
pérdida de un ser querido es el suceso más doloroso que cualquiera pueda
experimentar. Cuántas cosas dejaron en nuestras vidas… Los recuerdos
se vienen como avalancha y pegan duro. Me queda claro que si es tantísimo
el dolor es porqué así de profundo “es” el amor.
A
pesar de que la muerte es una experiencia que es parte de la vida, esta siempre
va a impresionar, a afectarnos a cada uno de manera distinta. Es un proceso
natural por el que estamos segurísimos que todos vamos a pasar; aun así, nunca
estaremos del todo listos para recibirla. Mucho menos cuando se trata de alguien
a quien amamos profundamente o o con quien los lazos de la sangre nos unen.
Incluso,
la muerte de un hijo pareciera que va en contra de la naturaleza. “La
pérdida de un hijo o de una hija es como si el tiempo se detuviera. La muerte
“es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor alegremente
entregados a la vida que hemos hecho nacer. La muerte toca y cuando se trata de
un hijo toca profundamente. Toda la familia queda como paralizada, muda. Sucede
algo parecido cuando es el niño el que permanece solo, por la pérdida de uno de
sus padres o de ambos. Esto conlleva que a veces “se llega a echar la culpa a
Dios. “¿‘¿Por qué me has quitado a mi hijo, a mi hija? Dios no existe, ¡Dios no
existe!’”. “Esta rabia es un poco lo que viene del corazón por un dolor grande,
la pérdida de un hijo o una hija, del padre o de la madre es un gran dolor”
(Papa Francisco). Todos esos
sentimientos y pensamientos son muy naturales y hasta sanadores.
¿Cómo
hacen esas personas que se ven en pleno funeral con una paz y una
serenidad que es de llamar la atención? Es normalísimo que cuanto más
cercana sea la persona a nuestro corazón más profundo sea el estado de shock que
experimentaremos.
Es una
mezcla extraña entre conmoción y paz interior; entre incredulidad y una falsa
aceptación. Y digo falsa porque en ese estado, en ese momento aún no somos
totalmente conscientes para vivir una aceptación en toda la extensión de la
palabra.
Una
cosa es decir desde el fondo del corazón que aceptamos la voluntad de Dios
porque sus planes son siempre perfectos y otra muy distinta poner de acuerdo a
la razón con mi corazón y con esto abrazar, aceptar y resignificar esta
experiencia.
Se
tiene una idea por demás errónea de que las personas piadosas y que hacemos
todo por estar cerca de Dios no tenemos derecho a sentir o a experimentar dolor
alguno ante la pérdida de nuestros seres amados. ¡Gran mentira!
Con
nuestro llorar y sufrir no estamos negando las promesas de salvación, lo que
estamos es corroborando que somos muy humanos, que sentimos y que tenemos un
corazón muy grande para amar y un alma sensible.
Se
vale que el mundo nos vea caídos porque la tristeza es mucha. Se vale
decir que no podemos con tanto y que sentimos volvernos locos de dolor. Se vale
expresar que hoy no somos fuertes y que lo único que sentimos hacer es llorar y
llorar hasta que las lágrimas borren nuestro dolor y laven el sufrimiento de
nuestra alma.
Se
vale que los demás nos vean derrumbados porque los que tenemos fe sabemos que
este desmoronamiento será temporal. Más adelante nos volverán a ver de pie,
arriba, levantados, con el corazón y la cabeza erguida y podremos dar
testimonio de lo que Dios hace en los corazones que nos abandonamos a su
bendita voluntad.
Ante
estos acontecimientos, es muy importante que cuidemos enfrentar el duelo
de manera integral, tomando en cuenta que somos mente, cuerpo y espíritu. “Debemos”
darnos el permiso de sentir, de llorar, cuestionarnos, de buscar respuestas y
enojarnos. La única condición es que siempre sea de la mano de Dios.
Es
muy distinto atravesar un duelo acompañados de Dios que sin Él. Esto hace toda
la diferencia porque su Gracia nos da la capacidad de afrontar el dolor a
través de su corazón. La meta es que al final le digamos de todo corazón: acepto
todo esto como venido de tu amor incondicional con la certeza de que tus panes
siempre son perfectos.
Pero
para llegar a esa aceptación, serena y consciente el camino es largo y
doloroso. ¿Qué tan largo y qué tan doloroso? Tan largo como cada quien elija el
momento de comenzar el proceso. Tan doloroso… Ojalá tuviera esta respuesta…
Un
duelo se vive de manera muy personal y de acuerdo a las capacidades y creencias
de cada uno. Nadie te puede negar el derecho de llorar, tirarte al drama y de
hasta reclamar al cielo. Dios sabe el proceso doloroso por el que estamos
pasamos. El llanto es muy necesario para que el alma descanse. Jesús mismo
lloró la muerte de Lázaro.
Procesar
el duelo no significa” olvidar”. Significa haber aprendido a vivir con la
ausencia física del ser querido. Nadie tiene el derecho de decirnos qué
sentir, qué hacer o cómo procesar nuestro duelo. Nadie tenemos el derecho de
expresar siquiera que la otra persona está exagerando su sentir porque sólo
ella sabía lo que amaba y hasta lo que tuvo que perdonar.
Es
absurdo cuando una persona “ignorante” nos dice que no lloremos o que no
sintamos tristeza porque “no le dejamos ir”. Es decir, que no le permitimos
morir por que nuestra energía los detiene aquí. ¡Vaya creencia tan desacertada!
Cómo nos falta formación y educarnos en el tema.
Es
muy necesario saber respetar nuestros tiempos y el tiempo de los
demás en este proceso de dolor. Lo que es importantísimo es vivirlo
intensamente hasta llegar a la aceptación, a la resignación cristiana. Es
decir, resignificar nuestra nueva vida sin la persona.
Lo
más importante en un proceso de duelo es vivirlo, así de sencillo. Vivirlo,
enfrentarlo, experimentar y aceptar todas las emociones que nos venga. No
luchar contra ellas sino abrazarlas con la esperanza de que esto es temporal.
Si
elegimos no enfrentar el dolor porque sentimos que el sufrimiento es mucho
corremos el riesgo de que este proceso se vuelva algo crónico. Las emociones
saldrán porque saldrán, de una manera u otro. Entonces, es mejor
permitirles que salgan por medio de nuestros sentimientos cuando necesiten
salir y procesarlas por el llanto, etc. a guardarlas y reprimirlas y que
después exploten por medio de adicciones u otros comportamientos que a la
larga o a la corta nos traerán terribles consecuencias. El peor duelo es aquel
que no se enfrenta.
Un
pensamiento consolador es tener la certeza de que algún día nos volveremos a
reunir con el ser amado. Imagina tu entrada al Paraíso. Todos tus seres
queridos recibiéndote con los brazos abiertos. Por fin conocerás a la madre que
te dio la vida y que de bebé perdiste. Te abrazará ese abuelo que comenzaste a
amar en fotos, que te leía cuentos y que nunca volviste a ver. Gracias a Dios
que no existe la reencarnación ni la inmanencia, sino la trascendencia.
Recordemos
que la muerte no tiene la última palabra y en el “cómo” afrontemos estos
acontecimientos descubriremos los “para qué”. Es decir, cosecharemos
frutos inmensos después tanto dolor.
Dios
nunca nos abandonará si nosotros no le dejamos. Continuamente hay que rogar a
Dios que nos dé mucho desprendimiento humano y visión sobrenatural pidiéndole
fortaleza espiritual y “resignación” cristiana, dándole un significado nuevo al
dolor y soltarnos en sus brazos de Padre protector y consolador.
Sabemos
que en Él encontraremos sentido y alivio a nuestro corazón triste y
desconsolado. En nuestro límite de dolor encontraremos a Dios que no tiene
límites en su amor.
“El amor es más fuerte que la muerte” y por ello “el camino es
hacer crecer el amor, hacerlo más sólido, y el amor nos cuidará hasta el día en
el que cada lágrima será enjugada”. Papa Francisco
•
Invita a Dios a caminar el duelo
contigo, no importa que le “eches la culpa” de lo que te pasa. Él sabe que tú
sabes que no le culpas y que solo buscas “querer entender” para luego “poder
aceptar”.
•
Busca y encuentra tanto apoyo
espiritual como emocional.
•
Vive cada sentimiento al cien. No te
detengas por nada ni por nadie. Se vale que tus hijos te vean llorar.
•
Apóyate en tus seres queridos y
redirige esa energía de amor a los vivos. Eso no quiere decir que dejes de amar
a quien se fue.
•
No permitas que nadie te diga cómo
manejar tu duelo ni escuches cosas como “no llores porque no le dejas ir”. Por
fe sabemos que cuando alguien muere estará donde desde en vida haya elegido
estar.
•
Intenta normalizar tu vida lo antes
posible para así enfrentar la realidad.
•
Si tienes padres que son mayores o
alguien cercano muy enfermo, pide a Dios que te comience a preparar para
entregárselos cuando ellos estén listos para el cielo. Esto no quiere decir que
en tu parte humana dejes de rezar por aquello noble que deseas. Sabes que al
final pasará lo que más convenga.
Siempre
recuerda que, en el dolor y el sufrimiento, ¡Dios y tú son mayoría!
Luz Ivonne Ream
Fuente:
Aleteia