De
serlo, ¿no deberían evitarlo entonces los cristianos, quizás sobre todo en
Internet?
“Nos
sentimos inclinados a considerar el mal temperamento como una debilidad muy
inofensiva. Hablamos de ello como una mera dolencia de la naturaleza, un
fracaso familiar, una cuestión de carácter”, escribe un teólogo del que sin
duda nunca habrás escuchado hablar. El presbiteriano escocés del siglo XIX
Henry Drummond trata de explicar a qué se refiere san Pablo cuando le dice a
los cristianos corintios que el amor no se irrita fácilmente. Quizás tengas la
sensación de que él y Pablo te conocen de algo.
Escribiendo
alrededor de 1880, Henry
Drummond prácticamente predijo la realidad del entorno web, incluyendo los
sitios católicos. Los medios cambian, pero las tentaciones que nos hacen caer
tan fácilmente siguen siendo las mismas. Al igual que el juicio de Dios sobre
nuestro fracaso. “La Biblia vuelve a condenarlo una y otra vez [el mal genio]
como uno de los elementos más destructivos de la naturaleza humana”. El mal
genio es lo peor:
No
hay forma de vicio ni mundanalidad ni codicia de oro ni la embriaguez misma,
que contribuyan a descristianizar la sociedad más que el mal temperamento. Por
amargar la sociedad, por romper comunidades, por destruir las relaciones más
sagradas, por arrasar hogares, por marchitar hombres y mujeres, por arrebatar
la flor de la infancia; resumiendo, por su poder de producir miseria pura y
gratuita, esta influencia no tiene parangón.
La peculiaridad del mal
genio
Y
empeora para nosotros. El mal genio no solo tiene tal poder destructivo, sino
que los cristianos parecemos tener una especial culpabilidad. “La peculiaridad
del mal temperamento es que es el vicio de los virtuosos”, dice Drummond.
Algunas personas “serían enteramente perfectas, de no ser por un carácter
fácilmente alterable, prontas al mal genio, o con una inclinación
‘susceptible’”.
Muchos
vicios se combinan para hacernos gruñones. “La envidia, la ira, el orgullo, la
falta de caridad, la crueldad, la arrogancia, la susceptibilidad, la terquedad,
la hosquedad… son ingredientes de todo mal genio”. Drummond usa al hermano
mayor del Hijo Pródigo como ejemplo. Afirma, de hecho, que al menos el hijo
pródigo se lo pasó bien. El hermano mayor era mezquino, frío y resentido. Se
hizo infeliz a sí mismo tanto como lo hizo a los demás.
El
mal humor puede que sea el vicio de los virtuosos, pero no es el vicio de los
santos. Yo creo que la intención de Drummond es distinguir entre los
dos. El hermano mayor era un virtuoso de libro, pero no era el tipo de persona
que querrías en una fiesta. Amargaría a todo el mundo y por ese motivo los de
mal carácter encontrarán que les dejan de lado.
“Sin
duda no hay lugar en el Paraíso para un temperamento así”, escribe Drummond.
“Un hombre con un carácter semejante solo podría hacer del Cielo un lugar
miserable para todas las personas allí. De modo que, a no ser que una persona
así naciera de nuevo, no puede, sencillamente no puede entrar en el Reino de
los Cielos”. En otras palabras, si no puedes participar de la fiesta de
bienvenida a tu hermano que dabais por muerto, el Cielo lo vas a detestar.
Drummond
también describe el mal carácter como una herramienta de diagnóstico. Es una de
esas acciones externas que van cantando a los cuatro vientos cómo es una
persona de verdad en el interior. Esto es algo que me preocupa y tal vez
también debería preocupar a los lectores. “Es una prueba al amor, un síntoma,
una revelación de una naturaleza indiferente en el fondo”, afirma.
La
fiebre intermitente denota una enfermedad ininterrumpida; la burbuja ocasional
que escapa de la superficie delata la presencia de putrefacción en el fondo;
una muestra de los productos más ocultos del alma vertidos involuntariamente
cuando se tiene la guardia baja; en una palabra, el relámpago de un centenar de
pecados horribles y anticristianos. Ya que la falta de paciencia, de bondad, de
generosidad, de cortesía, de altruismo, todos quedan simbolizados
instantáneamente en un fogonazo de Irascibilidad.
Nos han pillado a todos
Publiqué
algunas de estas palabras en Facebook y mi amiga y colega Joanne McPortland compartió
la publicación con un comentario: “Me has pillado”. Yo también tuve la
sensación de que me habían cazado. Otros se nos unieron en los comentarios.
Básicamente, entre mis amigos de Facebook y yo podríamos hacer unas imitaciones
muy convincentes del Hermano Mayor.
Así
que nos queda la pregunta de qué hacer con nuestro mal carácter. Según dice
Drummond, tiende a estallar de repente, como una burbuja que escapa de la
superficie. Parece demasiado arraigado, demasiado profundo como para poder
hacer algo al respecto. Y explota de verdad cuando escribimos en Internet.
Aquí
están mis sugerencias ─que también intento aplicarme a mí mismo─, más allá de
lo obvio, que es crecer en santidad. Pero los que todavía no somos santos
podríamos empezar a actuar como si lo fuéramos.
●
Primero, no reacciones. Mantén la
boca callada hasta que puedas hablar sin una pasión excesiva. Escribe el
comentario si tienes que hacerlo, pero no lo publiques. Comenta únicamente
cuando contribuyas al progreso de la discusión, no para menospreciar a alguien
que ha dicho algo que te parece estúpido. No corrijas errores a no ser que
pudieran descarriar a alguien.
●
Segundo, ignora los insultos,
incluyendo los pasivo-agresivos. No respondas, ni siquiera con sarcasmo.
Pásalos por alto. (Yo tengo problemas con esto, para ser sincero. Me parece
especialmente fastidioso que me digan que he dicho algo que no he dicho y me
critiquen por ello).
●
Tercero, reza más. Reza antes de
salir con gente que quizás te puedan poner de los nervios o antes de mirar
Facebook o leer algún sitio web provocador. Vas de cabeza a la tentación, así
que un rápido pero sincero Padre Nuestro y un Ave María pueden servirte para
darte la paciencia, la amabilidad, la generosidad y la cortesía que necesitas.
●
Cuarto, o quizás primero, intenta imaginar
a la persona. Leemos a los demás como si fueran iconos y voces
despersonificadas en una página. No nos parecen exactamente personas. Nos
parecen como menos humanos, más fáciles de golpear. Quizás tendríamos mejor
carácter si tratáramos de pensar que son nuestros amigos.
David Mills
Fuente:
Aleteia