Cuando emocionalmente somos
desordenados nos ilusionamos con fines que nunca llegan
Me
gusta la ausencia de Jesús y su presencia escondida. Tengo un vacío grande en
el corazón. Deseo más de lo que poseo y sueño más de lo que tengo. Es por eso
que en mí hay siempre un vacío insatisfecho que no logro entender. Una grieta
abierta al infinito. Una parte de mí que nada ni nadie consuelan.
Deseo
algo tan grande que se me escapa de las manos. Y sueño algo tan eterno que
mi tiempo no alcanza a recorrerlo, a recogerlo, a retenerlo. Y me aferro con
las manos a un presente que vuela.
Quiero
huir de mí mismo para llegar pronto a Dios y llenarme de su vida. Pero no
lo consigo y me quedo quieto un instante esperando a que Él venga. Quiero
llenarme de Él para no desear nada más en mi vida. Pero una y otra vez
experimento la soledad. Quiero tocar más dentro en esa cueva oscura por donde
voy y vengo.
Quiero
llegar más alto, quizá más lejos. Y muchas veces palpo apenas inconsciente lo
que describe el viento. Con una brisa suave viene a despertarme de todos mis
letargos. Y apenas me despierto vuelvo a caer dormido vencido por el sueño. No
sé muy bien por qué no logro conocer sus pasos. Los descubro apenas, a tientas,
con mis manos.
Quiero
cruzar mil mares adentro sin temores. Quiero invertir mi vida en ese sueño
eterno que descifro en mi alma. Acarician mis manos un viento que se escapa. Y
descubro palabras que esconden los silencios. Quiero avistar a lo lejos su
regreso inmediato. Quiero sentir muy dentro su presencia que me quema.
Me
uno a una persona que rezaba: “Me gusta pensar que vienes cuando te has ido. Que
vuelves y regresas al mismo lugar donde me encuentro perdido. Que me dices las
mismas cosas que me decías antes cuando estabas presente en medio de mi vida.
Me da miedo esa ausencia cuando se prolonga. Y anhelo tu venida más que mi
propia vida. Te quiero más a ti que a mí mismo. Aunque a veces no sé bien
cómo decírtelo. Por eso sé que tu venida llega con una ráfaga de viento, con un
fuego que me quema por dentro. Te amo, sí y toco suavemente la piel del
desencuentro. Como quien hurta a oscuras aquello que no tiene”.
Deseo
esa presencia que calma mi alma. Lo encuentro tantas veces oculto y muchas
veces no lo veo. Quisiera poder tocarlo cada día. Ver a Dios en todo lo
que me ocurre. Descifrar sus palabras en medio del silencio. Me falta poder
tocarlo. Pero noto su presencia en un fuego escondido.
Claro
que Dios enciende ese fuego en el alma. Claro que viene a mí para llenar mi
vacío. Y me habla, y me dice que me ama. Para escucharlo quiero aprender a
sumergirme en el silencio. Tengo tantos ruidos en el alma… Me gustaría ser un
hombre silencioso, callado, lleno de una presencia misteriosa.
El
cardenal Robert Sarah comenta: “El silencioso es un hombre libre, ninguna
dictadura podrá nada contra el hombre silencioso, ningún poder puede
arrastrarlo”. El hombre enamorado de Dios que guarda silencio. Que tiene a
Dios como roca de su vida. Que es hondo en su alma.
Creo
que sólo las personas con alma honda son insobornables. No se
someten. Se mantienen firmes como una roca en medio de la tormenta. Me falta
hondura. Quiero navegar en lo profundo de mi alma. Quiero ser ese hombre
silencioso al que ningún poder pueda llevar donde no quiera. Un corazón libre.
Un corazón firme. Lugar de descanso para muchos. Gruta de ese anhelo grande que
quema mi vida.
En
medio de los ruidos del mundo a veces me dejo llevar por la corriente. Sin
rumbo. Perdido. Quiero llegar a ser ese hombre anclado, de profundas raíces. Es
necesario ahondar en el alma para llegar más dentro. Para poder vivir con un
centro seguro. Para poder descansar del ruido de la vida. Quiero más armonía de
la que poseo, algo más de orden.
El
otro día leía: “Con una vida emocional desordenada pasamos a desear
intensamente grandes cosas, deseamos hacer grandes hazañas, afrontar grandes
retos, aspirar a grandes conquistas. Pero sucumbimos ante todas ellas, porque
sólo nos movemos en el ámbito de los deseos. Deseamos querer hacer y no
hacemos. Deseamos querer llegar y no nos movemos. Deseamos querer ser y no
somos. Queremos cambiar y no cambiamos. Porque cuando emocionalmente somos
desordenados nos ilusionamos con fines que nunca llegan, porque no ponemos los
medios para lograrlos”.
Quiero
que mis deseos estén arraigados en el corazón de Dios. Quiero que mis
ansias de caminar muevan mis pasos a las metas más altas. Que lo que anhelo se
haga vida en mi corazón de niño. Es necesario confiar más de lo que confío. Le
pido a Dios que ponga orden en mi alma, que me envíe su Espíritu.
Que
me haga ver cuáles son mis prioridades. Que siembre luz en mis decisiones. Que
lo que deseo se haga vida y lo que sueño se haga obra en mí. Necesito
ponerme en camino y no quedarme quieto por miedo, por dejadez, por pereza. No
sólo deseo, también hago, actúo, me muevo.
Pongo
mi vida en las manos de ese Dios que camina a mi lado, escondido, callado. En
mi desorden fruto del pecado pido que ponga Él su mano para calmar mis miedos y
detener mis ansias.
Porque
sé que tengo muchos sueños guardados y no quiero quedarme a medias deseando lo
que no alcanzo. Me pongo en camino. Decido en medio de la vida. Pongo los
medios para que se haga vida en mí todo cuanto deseo.
Carlos Padilla
Esteban
Fuente:
Aleteia