Eres hijo
de Dios. Hijo de un Padre que no pide resultados ni te va a dejar sin postre si
te aplazas
Dios nos busca. Dios nos
quiere santos. Cuando tomamos consciencia de ello, podemos sentir cierto
vértigo, imaginando qué podría pedir y cómo lo haríamos. Si bien a algunos les
ha tocado cumplir ciertas hazañas verdaderamente admirables, no son menos los
que han alcanzado la santidad cumpliendo heroicamente sus tareas ordinarias. Es
decir, haciendo bien lo que debían hacer, en el momento en que lo debían hacer,
por amor a Dios.
Asimismo, la realidad, para
un niño, un adolescente, un joven, incluso un adulto, se da en un contexto
de estudio. Hasta acabada la universidad, es la tarea que más
horas del día consume. Incluso así, luego, ¿no se busca perfeccionar
conocimientos con talleres, cursos de especialización, posgrados, masters,
etc.?
Cuando abrimos los ojos a
esta verdad –que hacer mis tareas a tiempo, poner empeño en los repasos,
terminar un proyecto con pulcritud, etc., nos acerca a la santidad que Dios
espera de nosotros–, aparecen dos reacciones. La primera, alegrarnos porque,
aunque no es algo “regalado”, ¡no es tan complicado! Y la segunda, llenarnos de
ansiedad o desesperarnos por un malentendido (o mal llevado) perfeccionismo,
condenándonos a nosotros mismos por no haber subrayado correctamente los
títulos de una entrega. Para que no ocurra lo segundo, enumeré algunos
puntos que pueden ayudar a poner las cosas en su lugar.
1. Es un
medio
El gran santo de la
juventud, don Bosco, recomendó: «Alegría, estudio y piedad: es el mejor
programa para hacerte feliz y que más beneficiará tu alma». No se equivocó
cuando enseñaba que la formación intelectual está vinculada a la formación
espiritual. ¿Cómo así?
Recordemos que un
santo es quien luchó por vivir heroicamente las virtudes. Y el estudio, ¿no es
un medio ideal para crecer en ellas? Para desarrollar este punto, creo
que puedo ejemplificar algunas: aprendemos paciencia, que viene de la mano de
la constancia, al poner esfuerzos diariamente para alcanzar frutos futuros;
generosidad, puliendo nuestros talentos para luego donarlos; humildad, cuando
no deseamos ser halagados o sobresalir si no es para dar mayor gloria a Dios,
cuando le ofrecemos las buenas notas… y las no tan buenas que pueden llegar a
pesar de haber puesto los medios; fortaleza, al vencer al hastío de ponerse a
estudiar o cambiar un plan divertido por tener algo que terminar;
perseverancia, poniendo nuevas ilusiones cuando se fue la ilusión inicial;
fraternidad, ayudando a los demás, aunque eso implique reducir nuestro tiempo
de estudio y esforzarnos por hacerlo rendir más, para ayudar o explicar algo a
algún compañero; laboriosidad y disciplina, estableciendo un orden y método, y
buscar cumplirlo; serenidad, cuando podríamos desesperarnos o llorar, cuando no
sale lo que esperamos, pero nos abandonamos con confianza en las manos de Dios;
responsabilidad, atendiendo a los compromisos que nos marcamos; longanimidad,
esmerándonos en la tarea y en nuestros objetivos, tanto al empezar como al
terminar; justicia y sinceridad, no copiando ni engañando; templanza,
estableciendo el equilibrio entre el descanso, el estudio, la vida de piedad,
la vida en familia, etc.
También es un campo en el
que podemos crecer en espíritu de penitencia y mortificación, suprimiendo la
música o los lugares menos cómodos, evitando ir a abrir la heladera cada vez
que se pasa de página, dejar apartado el celular o suspender las redes sociales,
entre otras cosas que pueden perjudicar el momento de estudio. Esto es apenas
una pincelada, porque cada uno puede descubrir y redescubrir matices de su día
a día y su estudio en los que puede mejorar.
2. Pero no es el fin
Al hablar de poner todos
los medios para alcanzar cierta perfección humana, podemos desviarnos del
camino. Si lo hacemos, caeremos en dos defectos. Primero, la vanidad.
Presunción, ambición desordenada, egoísmo, soberbia, creernos mejor de lo que
somos… etc. Si nos damos cuenta – u otros nos lo hacen ver – de que estamos
absorbidos por un fanatismo académico que, además, trae consigo cierta
pedantería u orgullo malsano, podemos hacer un alto y pensar: “¿a quién estoy
buscando? ¿A mí o a la gloria de Dios?”. Segundo, más grave, amargarnos por
desconfiar de Dios. ¿Creemos, de verdad, que Dios pretende que a nosotros,
criaturas imperfectas, todo nos salga perfecto? O peor, ¿que Su Amor depende de
qué tantos sobresalientes consigamos? Voy a recordar dos cosas: Su Amor es
incondicional. Quiere que nos esforcemos, pero si, poniendo los medios, no
alcanzamos la meta que nos pusimos, no nos quiere menos. Lo otro: nada puede
salir enteramente perfecto. Además… perfecto, ¿según quién? ¿Cuál es el
parámetro que estamos usando?
Lo que buscamos –lo que no
debemos perder de vista– es dar gloria a Dios, amarle más, rendir
nuestros talentos, forjar virtudes, hacer apostolado, etc. Un estudio
bien aprovechado no es el que trae las mejores calificaciones, sino el que nos
ayuda a querer más a Dios.
Para ambas raíces existe un
mismo consejo: antes de empezar el estudio, realizar un breve
ofrecimiento de obras. Al ofrecerle a Dios lo que vamos a hacer, le estamos
diciendo que es para Él. Pero, por si nos desviamos, existe una misma solución:
rectificar. “Perdón, Señor, me olvidé de que pretendía agradarte a
Ti, y comencé a buscarme a mí”. Ya está. Podemos, nuevamente, ofrecer lo que
llevamos entre manos y reencaminarnos.
3. Ni lo único
San Josemaría Escrivá, el
santo que dijo que “una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora
de oración” y también que “si has de servir a Dios con tu inteligencia, para ti
estudiar es una obligación grave”, no dejó de añadir: «Está bien que pongas
ese empeño en el estudio, siempre que pongas el mismo empeño en adquirir la
vida interior».
Quizás esté sobreentendido,
pero no creo que esté mal recordar que, aunque está bien que nos esmeremos por
estudiar las horas suficientes, acabar las tareas, etc., no podemos dejar en
segundo lugar el plan de vida de un cristiano, con las normas de piedad que
cada uno se ha marcado; no podemos dejar de hacer un rato de oración con la
excusa “¡pero si convierto mi estudio en oración!”. En ese caso, sería una
evidencia de que no estamos priorizando nuestro trato con Dios. Y si así fuera,
no podríamos estar buscando, en el estudio, quererle más. Sería una
incoherencia, como la que suele reprocharse a los padres que, por querer
comprar más cosas a sus hijos, se convierten en figuras ausentes.
Cuando priorizamos los
ratos para tratar a Dios (oración, Misa, rosario,
lectura espiritual, etc.) el posterior estudio rinde más, humana y
sobrenaturalmente.
4. Y no estamos solos
La formación académica que
procuramos no es para inflarnos el cerebro con mucha información. Procuramos
ser mejores (humana, sobrenatural e intelectualmente) para los demás, por Dios.
Cuando estudiamos, estamos haciendo y preparándonos para un fructífero
apostolado.
El que hacemos en presente
está cuando ayudamos a un compañero con algo que le cuesta, cuando con
paciencia volvemos a explicar un tema, etc. También cuando, por la comunión de
los santos, ofrecemos el estudio de las materias que menos simpáticas nos caen,
por las almas del purgatorio, por una intención por la que queremos interceder,
etc.
«El estudioso es el que
lleva a los demás a lo que él ha comprendido: la Verdad”, dijo el sabio santo
Tomás de Aquino. Esto significa, además de lo anterior, llevarles también el
buen ejemplo y el buen consejo. Es una buena oportunidad para hablar de una
vida virtuosa y feliz».
Y el apostolado futuro es
el que sembramos: nos preparamos para ser buenos profesionales, que podrán
influir positivamente en su entorno, en la comunidad, la sociedad.
Un consejo para
cuando te distraigas
Es natural distraerse, sentir
cansancio, aburrimiento, etc. Cuando sientas que la mente se está yendo hacia
la Luna, podés renovar el ofrecimiento del estudio que hiciste inicialmente
(“Señor, te vuelvo a ofrecer esto”). Te puede ayudar tener un crucifijo
pequeñito junto a tus materiales, así de tanto en tanto lo miras, convirtiendo
la mirada en una jaculatoria y en una renovación de la intención.
Otro para
cuando te canses
El descanso también es
importante. Nunca estudies de manera que se descuide y resienta la salud.
Conviene que organices tu estudio de manera que el sueño y el descanso estén
presentes. Cuando uno está descansado, puede rendir más y mejor.
Y otro para
cuando te desanimes
Eres hijo de Dios. Hijo de
un Padre que no pide resultados ni te va a dejar sin postre si te aplazas.
Considerar esto (la filiación divina) no cambiará tu nota, pero sí el sentido
que puedes interpretar de la misma.
Y para siempre,
y en todo momento
Se suele representar la
Anunciación con la Santísima Virgen estudiando las Sagradas Escrituras. Imagino
que el Niño Jesús las habrá aprendido escuchando a Su Madre y al bueno de san
José. Pienso en mi propia experiencia, cuando no entendía ciertas materias y preguntaba
a mi mamá. Así mismo, puedes pedirle ayuda a Santa María, para estudiar bien,
de manera agradable a Dios. Pídele que te enseñe a imitar las virtudes que ella
supo vivir en su vida ordinaria.
Por: María Belén Andrade