¡Seguro
que las 10 rezan hoy por nosotros!
Mientras
los ojos de Estados Unidos están fijos en la zona de Galveston y Houston, que
sufre la inundación traída por el huracán Harvey y sus retazos, un relato de la
historia nos recuerda que siempre ha habido héroes de la Iglesia al servicio de
desconocidos y vecinos en tiempos de adversidad.
El
8 de septiembre de 1900 en Galveston, 10 hermanas de la Congregación de las Hermanas de la Caridad perdieron
sus vidas junto con 90 niños de entre 2 y 13 años bajo su cuidado en el
orfanato St. Mary’s Orphans Asylum.
Formaban
parte de las cerca de 6.000 personas que perdieron la vida en aquel huracán.
Las
Hermanas de la Caridad estaban en Galveston bajo el mandato del obispo Claude
M. Dubuis, nacido en Francia, segundo obispo de la diócesis entre 1862 y
1892. Además de cuidar de los muchos huérfanos que perdieron a sus
padres a causa de la fiebre amarilla, las hermanas también gestionaban una
enfermería, el primer hospital católico del Estado, establecida en 1867.
Al
principio el orfanato se encontraba dentro de la clínica de enfermería, pero
las hermanas tuvieron la oportunidad de sacarlo de la ciudad y alejarlo de la
amenaza de la epidemia, hasta un emplazamiento frente al mar.
Este
emplazamiento, aunque salvó a los niños de la enfermedad, los puso en el
trayecto del peligro el sábado 8 de septiembre, la fiesta de la Natividad de
Nuestra Señora. La tormenta empezó con toda su gravedad aquella mañana
y, al llegar la tarde, ya había secciones del orfanato derrumbándose.
Usando
cuerda de tender, las hermanas se ataron a unos seis u ocho niños por los
cinturones que llevaban en sus cinturas.
Sin
embargo, la residencia se estaba colapsando y no había modo de que las hermanas
y los niños escaparan. Solo tres chicos mayores sobrevivieron, salvándose al
quedar atrapados en un árbol donde flotaron durante más de un día: William
Murney, Frank Madera y Albert Campbell.
Las
hermanas fueron halladas con los niños aún atados a ellas.
En
el aniversario de la tormenta en 1994, se colocó una señal recordatoria en el
cruce de 69th Street con Seawall Boulevard, marcando el lugar del antiguo
orfanato.
La
canción Queen of the Waves [Reina de las olas], que las
hermanas cantaban a los niños en oración y para tranquilizarles, se cantó de
nuevo como parte de la ceremonia.
Para
más detalles sobre la historia y una grabación de la canción, visita este sitio.
Reina
de las Olas
traducción del himno francés, de autor desconocido
traducción del himno francés, de autor desconocido
Reina
de las Olas, escruta el océano
de norte a sur, del este al tormentoso oeste,
mira las aguas tumultuosas
que se elevan y espuman sin pausa ni descanso.
de norte a sur, del este al tormentoso oeste,
mira las aguas tumultuosas
que se elevan y espuman sin pausa ni descanso.
Pero
no tenemos miedo, aunque nubes de tormenta nos rodeen,
Tú eres nuestra Madre, y Tu Hijo
es el Todo Misericordioso, nuestro amante Hermano
Dios del mar y de la salvaje tempestad.
Tú eres nuestra Madre, y Tu Hijo
es el Todo Misericordioso, nuestro amante Hermano
Dios del mar y de la salvaje tempestad.
Ayúdanos,
pues, dulce Reina, a superar nuestro peligro,
por los siete dolores, con piedad, Señora, sálvanos;
piensa en el Niño que durmió en el pesebre
y ayúdanos ahora, querida Señora de la Ola.
por los siete dolores, con piedad, Señora, sálvanos;
piensa en el Niño que durmió en el pesebre
y ayúdanos ahora, querida Señora de la Ola.
Alzamos
la mirada al santuario y vemos el destello
que Tu lámpara votiva nos arroja en la distancia;
luz de nuestros ojos, nunca permitas que se atenúe,
hasta que en el cielo saludemos al lucero del alba.
que Tu lámpara votiva nos arroja en la distancia;
luz de nuestros ojos, nunca permitas que se atenúe,
hasta que en el cielo saludemos al lucero del alba.
Entonces
los corazones dichosos se arrodillarán en Tu altar
y salmos de gracias resonarán por la nave;
nunca podrá flaquear nuestra fe en Tu dulce poder,
Madre de Dios, nuestra Señora de la Ola.
y salmos de gracias resonarán por la nave;
nunca podrá flaquear nuestra fe en Tu dulce poder,
Madre de Dios, nuestra Señora de la Ola.
Kathleen
Hattrup
Fuente: Aleteia