¿Me puede usted informar algo sobre el agua bendita y su empleo?
Estimada:
El empleo del agua bendita es antiquísimo, y hay
testimonios de la costumbre de usarla ya entre los primeros cristianos. “La
Iglesia recomienda su uso aun fuera de la liturgia como medio para alejar las
insidias del diablo, para conjurar los peligros, para atraer las bendiciones
celestiales sobre las casas, el campo, el trabajo, las personas. El deseo de
los fieles de usar frecuentemente este sacramental hizo nacer la costumbre
generalizada más tarde de poner a la entrada de la iglesia la llamada ‘pila del
agua bendita’. En los siglos VIII a IX el agua bendita adquiere el largo empleo
que todavía conserva en toda clase de bendiciones”[1].
Santa Teresa de Jesús era particularmente devota y la usaba cuando tenía
tentaciones y desconsuelos; dice ella: “Debe ser grande la virtud del agua
bendita. Para mí es particular y muy conocida consolación que siente mi alma
cuando la tomo”[2]. Una de las compañeras de la Santa, Ana
de Jesús, cuenta en el proceso de beatificación: “Nunca quería que caminásemos
sin ella (sin agua bendita). Y por la pena que le daba si alguna vez se nos
olvidaba, llevábamos calabacillas de ella colgadas a la cinta, y siempre quería
la pusiéramos una en la suya, diciéndonos: ‘no saben ellas el refrigerio que se
siente teniendo agua bendita; que es un gran bien gozar tan fácilmente de la
sangre de Cristo’. Y cuantas veces comenzábamos por el camino a rezar el Oficio
Divino, nos la hacía tomar”[3].
Y en una de sus cartas escribe a una persona que sentía mucho temor: “Este
temor que dice, entiendo cierto debe ser que el espíritu entiende siente el mal
espíritu, y aunque con los ojos corporales no lo vea, débele de ver el alma, o
sentir. Tenga agua bendita junto a sí, que no hay cosa con que más huya. Esto
me ha aprovechado muchas veces a mí. Algunas no paraba en solo miedo, que me
atormentaba mucho; esto para sí solo. Mas, si no le acierta a dar el agua
bendita, no huye, y así es menester echarla alrededor”[4].
[1] Cf. Cardenal Francesco Roberti, Diccionario
de Teología Moral, Ed. Litúrgica Española, 1960, voz “agua”.
[2] Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida,
cap. 31.
[3] BMC, 18, p. 465.
[4] Santa Teresa, Cartas, 9.
Fuente: El teólogo
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