Quiero
aprender a vivir en Dios en cada momento de mi vida. En cada paso
Creo que el arte de vivir es el arte de observar las cosas en su presente. El caminante, el peregrino, hace de cada tierra su hogar. Echa raíces donde pisa, ama lo que ve. Contempla la vida en un presente continuo. En un instante sagrado en el que se juega todo. Me gusta vivir así. A pie. Paso a paso. Sin prisas por los caminos de Dios. Acariciando la vida.
Sé
que a veces la necesidad me urge a vivir corriendo. Sin mirar lo que sucede
ahora. Sin valorar el presente, sin guardarlo como un gran tesoro. Me da miedo
convertirme en un consumidor de tiempo. En un vividor de vidas. En un alma
inquieta incapaz de detenerse guardando silencio. Contemplando callado.
Reteniendo el aliento de cada segundo.
Deseo
aprender a absorber los instantes preciosos de mi camino. La naturaleza que me
impresiona y que no cabe toda ella recogida en una foto. Porque el momento no
lo puedo contener para siempre en una sola imagen. En seguida pasa a ser un
recuerdo sagrado que conservo muy dentro. Y mis palabras no logran descifrarlo.
Es
demasiada la belleza de la vida como para encadenarla en un papel y retenerla
en un recuerdo. Me asombro de nuevo. Pero me cuesta vivir así siempre.
Sé
muy bien que de mí depende aprender a hacerlo. Vivir sin pasar por encima de lo
que vivo y siento. De las personas que hallo en mi camino. En las que encuentro
la huella sagrada de Dios. A veces quiero poseer y retener lo que me sucede.
Como si no fuera eterno. Pero lo es.
El
otro día leía: Esa tendencia innata de retener y de poseer es el
obstáculo más grande para la unión con Dios. La razón por la cual somos
posesivos es porque nos sentimos separados de Dios. Cuando retornamos a Dios
dejamos ir todo lo que deseamos poseer. No hay nada más deseable y que nos
deleite más que la sensación de que Dios está presente. La mejor manera de
recibir es regalando. Si le devuelves todo a Dios siempre estarás abierto y
cuando estás abierto, habrá espacio para Dios [1].
Vivir
en presente supone entonces vivir desprendido de tantas cosas que me atan y me
alejan de Dios. De tantos miedos y seguros. No quiero retener lo que ahora
observo. El instante que vivo. El amor que entrego o recibo. Ese sueño que
brilla en el centro de mi alma.
Quiero
entregárselo todo a Dios ahora. En un acto fiel, filial. Lo observo, lo abrazo
y lo entrego. Es el amor que busca regalar sin retener. Dar sin querer guardar
para cuando no haya.
Esa
mirada a Dios que se hace presente en mi vida. Aquí y ahora. Eso es lo que
quiero. Sí. En este mismo momento. Abrazando la cruz de mi presente sagrado.
Que pronto guardaré en mi alma como un don recibido para siempre.
Pero
me da miedo vivir inquieto saltando de un lugar a otro, de una experiencia a
otra distinta. Sin tomarme en serio lo que vivo ahora.
Leía: El
otro inconveniente de columpiarte por las viñas del pensamiento es que nunca
estás donde estás. Siempre estás escarbando en el pasado o metiendo las narices
en el futuro, pero sin detenerte en un momento concreto [2].
Quiero
aprender a vivir en presente. Sin quedarme en el pasado. Sin angustiarme por el
futuro que no controlo. Quiero aprender a vivir en Dios en cada momento de mi
vida. En cada paso.
Así
me lo recuerda el P. Kentenich: «Sin un recogimiento relativamente
continuo de nuestras energías en Dios no es posible una profunda vida de la fe.
Por eso, ¡a rezar todo lo posible! ¿Qué es rezar? Ofrecer en silencio mi
corazón a Dios, como un regalo»[3].
Le
quiero ofrecer a Dios mi vida ahora en un momento de silencio. Ahora, no mañana.
No recordando lo que ya le di en el pasado. Ahora mismo es cuando me mira con
su amor y me recuerda cuánto me quiere.
Esa
forma de vivir es la que me gusta. Sin pensar en lo que podía haber sido mejor,
sin querer cambiarlo todo. Sin quedarme en lo que podía haber resultado de otra
manera. Sin atarme a lo que vivo. Sin temer perderlo. Se lo entrego todo a
Dios. Porque es suyo.
¿Qué
es lo que más me cuesta regalarle hoy? ¿Qué me ata por dentro y no me deja
mirar con paz y alegría lo que tengo por delante? ¿Qué me ata al pasado? ¿Por
qué me angustia el futuro?
Hoy
quiero mirar a Jesús que recorre mis pasos. Quiero entregarle lo que soy ahora
mismo, lo que tengo hoy en mis manos, lo que temo en lo hondo de mi alma, lo
que espero de esta vida. Abrazo su presencia que palpo.
Me
gusta tocar su espalda. Escuchar la voz en la brisa. Sostener la tenue luz en
la que amanece en mis manos. Me gusta esa presencia misteriosa que sucede
ahora. No en el mejor momento de mi vida. Sino en este momento en el
que existo.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente: Aleteia