Ella es más que santa, la
madre espiritual de todos los que han llegado a la santidad
Todos
estamos llamados a darle a María el lugar que ella merece tanto a nivel
eclesial como a nivel personal; y al darle a ella su lugar, que dignamente
merece, le estamos dando amor, admiración, confianza y culto. Pero no para
quitarle algo a Dios ni a su Divino Hijo, sino para todo lo contrario; ella nos
ayuda a aumentar todo lo que le debemos y podemos dar a Dios. Ella no es santa:
es más que santa, es santísima.
De
los atributos de Dios, su triple santidad es el más difícil de explicar, no
sólo porque es su “primer” atributo sino también porque, entre otras cosas, no
es compartido ni por María ni por los demás santos. Pero dándole a la Virgen
María el apelativo de “santísima” no la estamos igualando a Dios -quien es más
que santísimo, es tres veces santo (Is 6, 3; Ap 4, 8)-, ni la estamos endiosando
o idolatrando.
Sencillamente
le estamos reconociendo el lugar que, en la historia de la salvación, Dios
mismo le ha dado, el lugar que Él ha querido para ella. La Virgen María es
quien, después de Jesucristo, ocupa el primer lugar en dicha historia.
Con
reconocer que María sea santísima no le estamos rindiendo el mismo culto que le
debemos a Dios. A Dios, por ser el Supremo Señor de todo lo creado, le rendimos
un culto de ADORACIÓN, llamado latría. A la Virgen, en cambio, le
ofrecemos, por su grandeza, un culto especial de VENERACIÓN llamado
hiperdulía.
Al
decir que María es santísima estamos reconociendo la mirada predilecta que Dios
ha tenido para con ella, reconocemos lo que Dios ha hecho en ella, la misión
que Él le ha confiado y ella ha cumplido más que santamente.
Y
no sólo esto sino que también reconocemos su fe, su respuesta al proyecto de
Dios, su sublime e incondicional obediencia: “Hágase en mí según tu palabra”
(Lc 1, 38); reconocemos su consecuente santidad, su santidad en mayúsculas.
Si
ciertos hijos de Dios decimos que son santos porque han vivido su vida
cristiana de manera más que ejemplar, con mayor razón debemos decirlo de María
pues ella es más que santa, es santísima, la madre del Salvador, la madre
espiritual de todos los que han llegado a la santidad, imitándola, entre otras
cosas, como sublime modelo de amor a Cristo.
María
es Santísima principalmente por ser la llena de Gracia, la madre de Dios,
la madre de la Iglesia, la corredentora, la mediadora, la reina del universo,
etc. Realidades marianas que no posee ningún ser humano por más santo que
sea.
Henry Vargas
Holguín
Fuente:
Aleteia