El tema de la catequesis
ha sido “la espera vigilante”
La
audiencia general ha tenido lugar esta mañana a las 9:20 horas en la Plaza de
san Pedro donde el papa Francisco ha encontrado a los grupos de peregrinos y
fieles procedentes de Italia y de todos los lugares del mundo.
En
su 37ª catequesis sobre la esperanza cristiana, el Papa ha hablado del
tema: “La espera vigilante”.
Después
de resumir su catequesis en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado en
particular a los grupos de fieles presentes y a continuación ha invitado a
rezar el Rosario por la intención de la paz en el mundo, recordando el final de
las celebraciones del centenario de las apariciones de la Virgen en Fátima el
13 de octubre. Asimismo ha lanzado un llamamiento con motivo del Día
Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales.
La
audiencia general ha terminado con el canto del Pater Noster y la bendición
apostólica.
Catequesis del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
me gustaría hablar de esa dimensión de la esperanza que es la espera vigilante.
El tema de la vigilancia es uno de los hilos conductores del Nuevo Testamento.
Jesús predica a sus discípulos: “Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas
encendidas y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la
boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran “(Lc 12, 35 a
36). En este tiempo que sigue a la resurrección de Jesús, donde se alternan
constantemente los momentos serenos con los angustiosos, los cristianos no
se apoltronan.
El
Evangelio recomienda que sean como sirvientes que nunca se van a dormir hasta
que su amo haya vuelto. Este mundo nos exige responsabilidad, y nosotros la
asumimos enteramente y con amor. Jesús quiere que nuestra existencia sea
laboriosa, que no bajemos la guardia, para recibir con gratitud y maravilla
cada nuevo día que Dios nos da. Cada mañana es una página en blanco que el
cristiano comienza a escribir con las buenas obras. Ya estamos salvados por la
redención de Jesús, pero ahora esperamos la manifestación plena de su señorío:
cuando finalmente Dios será todo en todos (cf. 1 Cor 15, 28). Nada hay más
cierto en la fe de los cristianos que esta “cita”, esta cita con el Señor,
cuando venga. Y cuando llegue ese día, los cristianos quieren ser como aquellos
servidores que pasaron la noche con los lomos ceñidos y las lámparas
encendidas: hay que estar preparados para la salvación que llega, preparados
para el encuentro. ¿Habéis pensado cómo será ese encuentro con Jesús, cuándo venga?
¡Será un abrazo, una alegría enorme, una gran alegría! Tenemos que vivir a la
espera de ese encuentro.
El
cristiano no está hecho para el aburrimiento; si acaso para la paciencia. Sabe que también
en la monotonía de algunos días siempre iguales se oculta un misterio de
gracia. Hay personas que con la perseverancia de su amor se vuelven como pozos
que riegan el desierto. Nada sucede en vano, y ninguna situación en la que un
cristiano esté inmerso es completamente refractaria al amor. Ninguna noche es
tan larga como para olvidar la alegría de la aurora. Y cuánto más oscura es la
noche, más cerca está la aurora.
Si
permanecemos unidos a Jesús, el frío de los momentos difíciles no nos paraliza;
y aunque todo el mundo predicase contra la esperanza, si dijera que el
futuro sólo traerá nubes oscuras, el cristiano sabe que en ese mismo futuro
está el retorno de Cristo. Nadie sabe cuándo sucederá, pero el
pensamiento de que al final de nuestra historia estará Jesús misericordioso, es
suficiente para tener confianza y para no maldecir la vida. Todo se salvará.
Todo. Sí, habrá momentos que susciten rabia e indignación, pero el dulce y
poderoso recuerdo de Cristo ahuyentará la tentación de pensar que esta vida es
equivocada.
Después
de conocer a Jesús, no podemos hacer otra cosa sino escrutar la historia con
confianza y esperanza. Jesús es como una casa, y nosotros estamos dentro, y
desde las ventanas de esta casa miramos al mundo. Por eso no nos encerremos en
nosotros mismos, no añoremos con melancolía un pasado que se presume dorado:
miremos siempre adelante, a un futuro que no es sólo la obra de nuestras manos,
sino que, sobre todo, es una preocupación constante de la providencia de Dios.
Todo lo que es opaco un día se convertirá en luz.
Y
tengamos en cuenta que Dios no se desmiente. Nunca. Dios no defrauda nunca. Su voluntad
respecto a nosotros no es nebulosa, sino un proyecto de salvación
bien definido: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2,4). Por lo tanto, no nos abandonemos
al flujo de los acontecimientos con pesimismo, como si la historia fuera un
tren del que hemos perdido el control. La resignación no es una virtud
cristiana. Como no es propio de los cristianos alzar los hombros o bajar
la cabeza frente a un destino que parece ineluctable.
Los
que dan esperanza al mundo nunca son personas pasivas. Jesús nos recomienda que
lo esperamos sin estar mano sobre mano: “Dichosos los siervos que el señor al
venir encuentre despiertos” (Lc 12, 37). No hay constructor de paz
que, a fin de cuentas, no haya comprometido su paz personal, asumiendo los
problemas de los demás. El pasivo no es un constructor de paz, sino un
perezoso, uno que quiere estar cómodo. Mientras el cristiano es un constructor
de paz cuando se arriesga, cuando tiene el valor de arriesgarse para llevar el
bien, el bien que Jesús nos ha dado, que nos ha dado como un tesoro.
Todos
los días de nuestras vidas, repitamos la invocación que los primeros
discípulos, en arameo, expresaban con las palabras Marana tha, y que
nos encontramos en el último versículo de la Biblia: “¡Ven, Señor Jesús” (Ap 22,
20)! Es el estribillo de toda existencia cristiana: en nuestro mundo no
necesitamos nada más que una caricia de Cristo. ¡Qué gracia si, en la oración,
en los días difíciles de esta vida, escuchamos su voz que responde y nos
tranquiliza!: “Mira, vengo pronto” (Ap 22, 7).
Llamamientos
El
viernes próximo, 13 de octubre, termina el centenario de las últimas
apariciones marianas en Fátima. Con la mirada puesta en la Madre del Señor
y Reina de las Misiones, invito a todos, especialmente este mes de
octubre, a rezar el Santo Rosario por la intención de la paz en el mundo. Que
la oración mueva a los ánimos más agresivos para que” aparten de su
corazón, de sus palabras y de sus gestos la violencia, y a construir
comunidades no violentas, que cuiden de la casa común. «Nada es imposible si
nos dirigimos a Dios con nuestra oración. Todos podemos ser artesanos de la
paz” (Mensaje de la 50 Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2017).
El
mismo día, 13 de octubre, se celebra el Día Internacional para la Reducción de
los Desastres Naturales. Renuevo mi sincero llamamiento a la salvaguardia de la
creación mediante una defensa y un cuidado del medio ambiente cada vez más
atentos. Exhorto, por lo tanto, a las instituciones y a cuantos tienen
responsabilidad pública y social a que promuevan cada vez más una cultura
cuyo objetivo sea la reducción de la exposición a los riesgos y peligros
naturales. ¡Que las acciones concretas, encaminadas al estudio y a la defensa
de la casa común, reduzcan progresivamente los riesgos para las poblaciones más
vulnerables!
Fuente:
Zenit