Un texto publicado en las redes sociales revela la
humanidad y la fe de un médico frente a un caso difícil
El doctor João Carlos Resende es
médico oncólogo y
trabaja en el Hospital de Cáncer de Barretos, uno de los mayores de América
Latina, que recibe pacientes de varias partes de Brasil.
Quien ha
visitado la institución, sabe cuán afanosa es la rutina de sus profesionales,
ya que el número de personal que hay que atender suele ser muy alto todos los
días. Quien conoce el hospital también sabe cuán doloroso y cotidiano es para
los pacientes que buscan la institución hacer el tratamiento contra la
enfermedad.
Pero en medio
de tanto ajetreo y tanto dolor, el doctor João Carlos sacó tiempo para
contar un “encuentro” que tuvo con Dios. Sí, Dios lo visitó disfrazado de paciente. El
texto fue publicado en Facebook y está conmoviendo la red por el ejemplo de
humanidad y fe demostrado por este médico.
Aquí está el
texto completo:
“Semana corta y cansada, corazón agitado,
mente en un torbellino. Dios decidió visitarme hoy. Él tenía un cuerpo
flacucho, un rostro marcado por el sol, las manos con la sutil aspereza de
quien hizo trabajos pesados toda la vida y un olor a lavanda mezclado con las
cenizas de una estufa de leña. Él hablaba de una manera bonita y sencilla, arrastrada
y procedente de Goiás. Vestía la mejor ropa que tenía, colorida, bien cuidada,
pero salpicada de sopa que sirvieron antes de la consulta. El zapato de algodón
lustrado no combinaba con la blusa florida… ah, pero Él era Dios y todo lo
podía. Sus ojos huían de los míos. ¿Cómo podía Dios hacerse tan pequeño? Luego
me acordé de que Él sabe hacer eso muy bien. Recordé que Él fue hombre, es pan
y será siempre grande y pequeño Dios. Parecía avergonzado, ansioso por la
noticia, desgraciadamente no tan buena. Estaba cansado del viaje, de la sala de
espera llena y de años de lucha contra el cáncer. Ante la grandeza frente a mí,
aumenté mi pequeñez para que pudiera caber en la menor brecha de esa vida en la
que osé entrar. La enfermedad cambió, progresó y volvió a hacer de la suyas.
Aquel medicamento que tanto había cansado y daba náuseas a esos pocos kilos tan
frágiles sería necesario tomarlo una vez más.
“Pero, doctor. No diga eso”.
Su rostro se entristeció y cuánto me dolió
ver a Dios en la persona que tenía delante de mí.
“Doña Socorro, no esté triste. Yo tengo el
corazón blando y me va a hacer llorar”.
Me miró y pude ver el brillo de sus ojos
sabios decir: “Voy a llorar en casa, para que no me vea”.
Cómo me engrandeció eso. Cómo puede Dios
visitarme así. Ahí terminó mi cansancio. Ahí sólo cupo la emoción. Examiné ese
cuerpo pequeño. Corazón fuerte y ruidoso, pulmones que soplaron sobre mí el
soplo de la vida y contemplé la sonrisa más bella con las cosquillas que
surgieron de tocar el abdomen. Yo deseaba tanto, con mi mano, quitar cada uno
de los tumores y al mismo tiempo me emocionaba porque, con esa visita, Dios me
quitaba cada uno de los míos, no físicos. Mi prescripción sería lo que menos
importaba en este caso, pero de todas formas la hice.
“Doña Socorro, le voy a recetar ese
medicamento molesto, pero para intentar controlar su enfermedad”.
Humilde, respondió: “Es la manera”.
Al final, después de eternos pocos minutos
de gracia, Dios me miró y me dijo: “Doctor, el resto puede estar enfermo y no
servir, pero mi corazón es grande y bueno”. ¡Ah, Dios! Qué corazón.
Emocionado, sólo le pedí un abrazo y le
agradecí todo. Gané más. Gané una foto, una caricia en la cara, y la certeza de
que Dios siempre está conmigo y siempre me visita de diversas formas. Hoy Él me
visitó, me curó y me dio fuerza para seguir. Irónicamente, salió de esa sala y
dijo: “Queda con Dios, doctor”.
“Estuve con Él, doña Socorro”.
Aleteia Brasil