Es una razón que podemos comprender cuando
observamos a nuestras familias
Allí donde Jesús está presente, también está presente su Madre. – Fulton J. Sheen |
La
devoción católica hacia María nunca me ha resultado fácil de entender. Sé que,
para muchas personas, María fue el modo de descubrir y desarrollar
verdaderamente una relación con Jesús. Para mí, sin embargo, ocurrió al
contrario. Jesús fue el que me dio a conocer a su Madre.
Conocía
a Jesús años antes de desarrollar una relación con su Madre o incluso ver el
motivo para hacerlo. Mi devoción hacia Jesús me llevó a crear una relación con
María. De hecho, cada día tengo más claro que el amor por la Palabra con la que
se reveló cuando nació es totalmente inseparable del amor por María.
Ningún
bebé se puede separar de sus padres. Aunque un padre nunca cuide a su hijo,
este transmitirá material genético a su descendencia. Esto también ocurre con
Jesús. Puede que alguna vez lo hayas pensado, pero se trata de una reflexión
que reaparece frecuentemente en mis oraciones: Jesús es 100% herencia genética
de María.
Tal
como Ignacio de Antioquía expresó en su carta a los trallianos: “Él, que crea a todos los hombres
mientras se encuentran en el útero, también estuvo en el útero, y se hizo de él
un cuerpo de la semilla de la Virgen”.
¡Jesús se tuvo que
parecer mucho a su madre!
No
sólo fue depositado en el útero de su madre, fue su verdadero descendente en su
humanidad. Por esta razón, en el siglo V, el Concilio de Éfeso afirmó que
podíamos llamar a María Theotokos, la Madre de Dios, porque María dio a
luz a Jesús, una persona divina con dos naturalezas.
El
misterio de la salvación nunca se puede separar de María, la madre humana de
Jesús.
Lo
mismo ocurre con la Eucaristía, la fuente y culmen de nuestra fe. No tendríamos la
Eucaristía si no fuese por la encarnación. Y Jesús no tendría cuerpo si no
fuese por el fiat de la Virgen María. Algunas personas pueden
argumentar que Dios podría haber adoptado una forma humana por cualquier método
que hubiese elegido (San Anselmo discreparía).
No obstante, lo importante es que Dios eligió encarnarse de forma que
dependía de la aprobación de una humilde adolescente judía. Fue esta joven la
que ofreció al Creador del Universo, la Palabra de Dios, un cuerpo humano.
Este
vínculo entre la encarnación de la Palabra y la aceptación de María me ha
ayudado a entender la devoción católica hacia ella. En el momento en que uno
empieza a comprender el grandioso momento en la historia cuando Dios, Aquel sin
principio ni fin, se tornó en humano, entonces es cuando empieza a entender la
devoción mariana. Por supuesto, existen más razones por las que honramos a
María, pero esta conexión es clave.
En
el siglo VIII, San Juan Damasceno resumió este gran misterio en una homilía sobre la Asunción de María:
Por
tanto, al reconocer a la Madre de Dios en su Virgen, la celebramos, no
proclamándola como un Dios, sino reconociéndola como la Madre de un Dios
encarnado, de forma que nos alejamos de las fábulas paganas.
Honrar
a María es honrar al plan de salvación de Dios. Honrar a María es arrodillarse
con admiración ante la maravilla de que la encarnación fue posible con un
simple “sí”.
María
ofreció a Jesús su naturaleza humana mediante su entrega libre y aceptación
sagrada.
Es
un vínculo irreemplazable en la historia de nuestra salvación, y por eso la
honramos.
“El
Padre disfruta al contemplar el corazón de la Santísima Virgen María, mientras
que la obra maestra creada de sus manos… El Hijo celebra el corazón de su
Madre, la fuente de la que derramó la sangre que nos salvó” – San Juan Bautista
María Vianney
Theresa Noble
Fuente:
Aleteia