Discurso del Papa
Francisco
El
Santo Padre ha transmitido un mensaje a sus hermanos, los obispos de Myanmar,
basado en tres ideas clave: “sanación, acompañamiento y profecía”.
El
Papa Francisco se ha encontrado por la tarde (12:15 h. en Roma) con 22 obispos
de Myanmar en el Arzobispado de Yangon. A su llegada, le ha recibido
Mons. Felix Lian Khen Thang, presidente de la Conferencia Episcopal de
Myanmar.
Al
final del encuentro, han saludado personalmente al Papa todos los obispos y se
han hecho una foto de grupo. Después, el Santo Padre ha bendecido la primera
piedra de 16 iglesias, el Seminario Mayor y la Nunciatura Apostólica.
Finalmente,
después de la foto grupal con 300 seminaristas, el Papa regresa al Arzobispado
donde, en la Capilla de la planta baja, donde se ha reunido en privado con 30
miembros de los misioneros de la Compañía de Jesús en Myanmar.
Discurso del Papa
Francisco
Eminencia,
queridos hermanos en el episcopado:
Para
todos nosotros ha sido una jornada llena, pero de gran alegría. Esta mañana
hemos celebrado la Eucaristía junto a los fieles provenientes de todos los
rincones del País y por la tarde hemos encontrado a los líderes de la comunidad
budista mayoritaria. Me gustaría que nuestro encuentro de esta tarde fuera un
momento de serena gratitud por estas bendiciones y de reflexión tranquila sobre
las alegrías y los desafíos de vuestro ministerio de Pastores de la grey de
Cristo en este País. Agradezco a Mons. Félix [Lian Khen Thang] por las palabras
de saludo que en vuestro nombre me ha dirigido. A todos os abrazo con gran
afecto en el Señor.
Quisiera
ordenar mis pensamientos en torno a tres palabras: sanación,
acompañamiento y profecía.
La
primera, sanación. El Evangelio que predicamos es sobre todo un mensaje de
sanación, reconciliación y paz. Mediante la sangre de Cristo en la cruz, Dios
ha reconciliado el mundo consigo y nos ha invitado a ser mensajeros de esta
gracia sanadora. Aquí en Myanmar, este mensaje tiene un eco particular, puesto
que el País está trabajando para superar divisiones profundamente enraizadas y para
construir la unidad nacional. Vuestras comunidades llevan las marcas de este
conflicto y han dado testigos valientes de la fe y de las antiguas tradiciones;
para vosotros, por tanto, la predicación del Evangelio no debe ser sólo una
fuente de consolación y de fortaleza, sino también una llamada a favorecer la
unidad, la caridad y la sanación en la vida del pueblo. La unidad que
compartimos y celebramos nace de la diversidad. Esta valora las diferencias
entre las personas como fuente de enriquecimiento mutuo y de crecimiento; los
llama a vivir unidos en una cultura del encuentro y la solidaridad.
Que
experimentéis constantemente en vuestro ministerio episcopal la guía y la ayuda
del Señor, empeñándoos en favorecer la sanación y la comunión en cada ámbito de
la vida de la Iglesia, de modo que el santo Pueblo de Dios, por medio de su
ejemplo de perdón y de amor reconciliador, pueda ser sal y luz para todos los
corazones que aspiran a esa paz que el mundo no puede dar. La comunidad
católica en Myanmar puede estar orgullosa de su testimonio profético de amor a
Dios y al prójimo, que se expresa en el compromiso con los pobres, con los que
están privados de derechos y sobre todo, en este tiempo, con tantos desplazados
que, por así decirlo, yacen heridos a los bordes del camino. Os pido que
trasmitáis mi agradecimiento a todos los que, como el Buen Samaritano, trabajan
con generosidad para llevar el bálsamo de la sanación a quienes lo necesitan,
sin tener en cuenta la religión ni la etnia.
Vuestro
ministerio de sanación encuentra una expresión particular en el compromiso con
el diálogo ecuménico y la colaboración interreligiosa. Pido para que vuestros
esfuerzos continuos en la construcción de puentes de diálogo y en la unión con
los seguidores de otras religiones, a fin de tejer una red de relaciones
pacíficas, produzcan frutos abundantes para la reconciliación de la vida del
País. La conferencia de paz interreligiosa que tuvo lugar en Yangon la pasada
primavera es un testimonio importante, ante el mundo, de la determinación de
las religiones para vivir en paz y rechazar cualquier acto de violencia y de
odio perpetrado en nombre de la religión.
La
segunda palabra que os propongo esta tarde es acompañamiento. Un buen
pastor está constantemente presente ante su grey, conduciéndola
mientras camina junto a ella. Como me gusta decir, el pastor debería oler a
oveja. En estos tiempos estamos llamados a ser una «Iglesia en salida» para
llevar la luz de Cristo a cada periferia (cf. Evangelii gaudium, 20). En cuanto
Obispos, vuestras vidas y vuestro ministerio están llamados a conformarse a
este espíritu de compromiso misionero, sobre todo a través de visitas
pastorales regulares a las parroquias y las comunidades que forman vuestras
Iglesias locales. Este es un medio privilegiado para que, como padres
premurosos, acompañéis a vuestros sacerdotes en su compromiso cotidiano por
hacer crecer la grey en santidad, fidelidad y espíritu de servicio.
Por
gracia de Dios, la Iglesia en Myanmar ha heredado de quienes trajeron el
Evangelio a esta tierra una fe sólida y un ferviente afán misionero. Sobre
estos firmes fundamentos, y en comunión con los presbíteros y los religiosos,
seguid inculcando al laicado el espíritu de un auténtico discipulado misionero,
buscando una sabia inculturación del mensaje evangélico en la vida cotidiana y
en las tradiciones de vuestras comunidades locales. A este respecto, la
cooperación de los catequistas es esencial; su enriquecimiento formativo debe
continuar siendo una prioridad para vosotros.
Sobre
todo, quisiera pediros un esfuerzo especial para acompañar a los jóvenes.
Ocupaos de su formación en los sanos principios morales, que los guíen para
afrontar los desafíos de un mundo que cambia rápidamente. El próximo Sínodo de
los Obispos no sólo se referirá a estos aspectos, sino que interpelará
directamente a los jóvenes, escuchando sus historias e involucrándolos en un
discernimiento común sobre cómo proclamar mejor el Evangelio en los próximos
años. Una de las grandes bendiciones de la Iglesia de Myanmar es su juventud y,
en particular, el número de seminaristas y de jóvenes religiosos. Siguiendo el
espíritu del Sínodo, por favor, involucradlos y sostenedlos en su camino de fe,
porque están llamados, a través de su idealismo y entusiasmo, a ser
evangelizadores alegres y convincentes de sus coetáneos.
Mi
tercera palabra para vosotros es profecía. La Iglesia de Myanmar
testimonia cotidianamente el Evangelio gracias a sus obras educativas y
caritativas, su defensa de los derechos humanos, su respaldo a los principios
democráticos. Poned a la comunidad católica en condiciones de seguir teniendo
un papel constructivo en la vida de la sociedad, haciendo escuchar vuestra voz
en cuestiones de interés nacional, insistiendo particularmente en el respeto de
la dignidad y los derechos de todos, especialmente de los más pobres y
vulnerables.
Estoy
convencido de que la estrategia pastoral quinquenal, que la Iglesia ha
desarrollado dentro del más amplio contexto de la construcción del Estado, dará
frutos abundantes no sólo para el futuro de las comunidades locales, sino
también para todo el País. Me refiero de modo especial a la necesidad de
proteger el ambiente y de asegurar un correcto uso de los ricos recursos
naturales del País en beneficio de las generaciones futuras. La protección del
don divino de la creación no puede separarse de una sana ecología humana y
social. En efecto, «el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras
relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la
fidelidad a los demás» (Laudato si’, 70).
Queridos
hermanos en el episcopado, doy las gracias a Dios por este momento de comunión
y ruego para que este estar juntos nos refuerce en el compromiso de ser
pastores fieles y servidores de la grey que Cristo nos ha confiado. Sé que
vuestro ministerio es arduo y que, junto con vuestros sacerdotes, fatigáis a
menudo bajo «el peso del día y el bochorno» (Mt 20, 12). Os exhorto a mantener
el equilibrio en la salud física sin olvidar la espiritual, en preocuparos de
modo paternal por la salud de vuestros sacerdotes. Sobre todo, os animo a
crecer cada día en la oración y en la experiencia del amor reconciliador de
Dios, porque es la base de vuestra identidad sacerdotal, la garantía de la
solidez de vuestra predicación y la fuente de la caridad pastoral con la que
conducís al Pueblo de Dios por senderos de santidad y de verdad. Con gran
afecto invoco la gracia del Señor sobre vosotros, los sacerdotes, los
religiosos y todos los laicos de vuestras Iglesias locales. Os pido, por favor,
que no os olvidéis de rezar por mí.
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Librería Editorial Vaticano
Fuente: Zenit