25.11.17

¿PARA QUÉ SIRVEN LAS MONJAS DE CLAUSURA?

La oración de las monjas de clausura es como el corazón que bombea la sangre a todas partes del cuerpo

A los ojos de un mundo que todo lo mide con medidas de utilidad y beneficio, las monjas y monjes de clausura no sirven para nada. No tienen escuelas, no ayudan con catequesis o en las parroquias, no dirigen grupos juveniles, no dan clases en institutos o universidades, ni siquiera acogen o cuidan a enfermos o ancianos...

En los monasterios de clausura masculinos y femeninos, sólo rezan, se sacrifican y aman. Y es aquí donde radica su riqueza, su inmensa riqueza y valor.

La oración de las monjas de clausura es como el corazón que bombea la sangre a todas partes del cuerpo. Su presencia silenciosa y orante da vida a la Iglesia y además es un consuelo constante a Cristo.

Arrancan de Dios a base de mucha oración, de mucho contacto con él, de sacrificios, enormes sacrificios, esas gracias que necesitamos todos.


En medio de una vida de oración, de silencio, de recogimiento, de trabajo manual y físico, de penitencias corporales,... estas almas van adentrándose en el corazón de Dios y gracias a ese intimidad con Él, van haciendo de este mundo un mundo más humano y más de Dios.



Nuestra sociedad, es verdad que no va bien. Pero iría mucho peor, si en el mundo no hubiera monjas de clausura. La mejor prueba de para qué sirven los monjes y monjas de clausura es visitar una clausura.


En un mundo habituado a valorar y sopesar todo según el número de bienes que produce, nada parece más insulso e improductivo que una comunidad de personas dedicadas al servicio de Dios en la contemplación. Sin embargo, si le concedemos a Dios un poquito de razón, reconoceremos que no hay acción más valiosa que la de “estarse amando al amado”, en palabras de San Juan de la Cruz.

¿No dijo el mismo Cristo?: "Marta, Marta, muchas cosas son las que te inquietan, pero una sola es necesaria, María escogió la mejor parte y nadie se la quitará" Si aceptamos la enseñanza de Cristo, entonces no podemos negar que la vida contemplativa posee un valor sublime dentro de la jerarquía de valores.


Por: Dolores Echevarría


Fuente: Catholic.net 

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