Discurso del Papa a los
miembros de la Federación
Mons.-Musa-Federación -Luterana Mundial |
“Todavía
hay muchos, en nuestros días, que sufren por el testimonio de Jesús: su
heroísmo manso y pacífico es para nosotros una llamada urgente a una
fraternidad cada vez más real”, ha exhortado el Papa Francisco.
Esta
mañana, a las 9:30 horas, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a
los miembros de la Presidencia de la Federación Luterana Mundial.
Discurso del Papa
Francisco
Querido
hermano, querido arzobispo Musa:
Le
saludo cordialmente junto con el Dr. Junge, Secretario general, a los
Vicepresidentes y los delegados de la Federación Luterana Mundial, y al mismo
tiempo le agradezco sus amables palabras, y me congratulo con Usted por su
reciente nombramiento como presidente.
Hoy
podemos recordar juntos como enseña la Escritura, lo que el Señor ha
obrado entre nosotros (ver Salmo 77, 12-13). El recuerdo va, en particular, a
los momentos que han jalonado ecuménicamente el Año de la Conmemoración de la
Reforma recién concluido. Me gusta recordar especialmente el 31 de octubre de
2016, cuando rezamos en Lund, donde se instituyó la Federación Luterana
Mundial. Era importante encontrarse ante todo en oración, porque no de
proyectos humanos, sino de la gracia de Dios, brota y florece el don de la
unidad entre los creyentes. Solo rezando podemos sostenernos unos a otros. La
oración purifica, fortalece, ilumina el camino, hace proseguir. La oración
es como el combustible de nuestro viaje hacia la unidad plena. De hecho, el
amor del Señor, al que recurrimos mediante la oración, pone en movimiento el
amor que nos acerca: de ahí la paciencia de nuestra espera, la razón de nuestra
reconciliación, la fuerza para avanzar juntos. A partir de la oración, que es
“«alma» de la renovación ecuménica y de la aspiración a la unidad; el diálgo
“sobre ella se fundamenta y en ella encuentra su fuerza” (cf. Lett Env. Ut unum
sint, 28).
Cada
vez que rezamos podemos vernos unos a otros en la perspectiva adecuada, la
del Padre, cuya mirada se posa en nosotros amorosamente, sin preferencias ni
distinciones. Y en el Espíritu de Jesús, en quien oramos, nos reconocemos como
hermanos. Este es el punto desde el cual comenzar y recomenzar siempre. Desde
allí miramos también a la historia pasada y damos gracias a Dios porque
las divisiones, aunque muy dolorosas, que nos han visto distantes y opuestos
durante siglos, en las últimas décadas han confluido en un camino de comunión, en
el camino ecuménico suscitado por el Espíritu Santo. Nos ha llevado a abandonar
los viejos prejuicios, como aquellos sobre Martin Lutero y sobre la situación
de la Iglesia Católica en ese momento. El diálogo entre la Federación Luterana
Mundial y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los
Cristianos, llevado adelante desde 1967, ha contribuido en gran medida a esto;
un diálogo para recordar con gratitud hoy, cincuenta años después, reconociendo
también algunos textos particularmente importantes, como la Declaración
conjunta sobre la doctrina de la justificación y, por último, el
documento Del conflicto a la comunión.
Con
la memoria purificada, hoy podemos mirar con confianza hacia un futuro que no
está cargado con los contrastes y las preconcepciones del pasado; un futuro en
el que pesa la única deuda de amor mutuo (ver Rom 13, 8); un futuro en el que
estamos llamados a discernir los dones que provienen de las diferentes
tradiciones confesionales y acogerlos como patrimonio común. Antes de las
oposiciones, de las diferencias y de las heridas del pasado, existe,
efectivamente, la realidad presente, común, fundacional y permanente de nuestro
Bautismo. Nos ha hecho hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Por lo tanto,
nunca más podremos permitirnos ser adversarios o rivales. Y si el pasado no
puede cambiarse, el futuro nos interpela: no podemos retirarnos ahora de buscar
y promover una comunión mayor en el amor y en la fe.
También
estamos llamados a estar atentos a la tentación de detenernos en el camino. En
la vida espiritual, como en la vida de la Iglesia, cuando nos detenemos,
retrocedemos: conformarnos, detenernos por miedo, pereza, cansancio o
conveniencia mientras se camina hacia el Señor con nuestros hermanos, es
declinar su invitación. Y para avanzar juntos hacia Él no son suficientes las
buenas ideas, sino que es necesario dar pasos concretos y tender la mano. Sobre
todo, significa entregarnos a la caridad, mirando a los pobres, a los hermanos
menores del Señor (ver Mt 25, 40): son nuestros preciosos indicadores a lo
largo del camino. Nos hará bien tocar sus heridas con la fuerza sanadora de la
presencia de Jesús y con el bálsamo de nuestro servicio.
Con
este estilo simple, ejemplar y radical, estamos llamados, particularmente hoy,
a proclamar el Evangelio, la prioridad de ser cristianos en el mundo. La unidad
reconciliada entre los cristianos es parte indispensable de ese anuncio: “¿Cómo
anunciar el Evangelio de la reconciliación sin comprometerse al mismo tiempo en
la obra de la reconciliación de los cristianos?” (Ut unum sint, 98). En el
camino, nos empujan los ejemplos de quienes sufrieron por el nombre de Jesús y
ya se han reconciliado por completo en la victoria de Pascua. Todavía hay
muchos, en nuestros días, que sufren por el testimonio de Jesús: su heroísmo
manso y pacífico es para nosotros una llamada urgente a una fraternidad cada
vez más real.
Querido
hermano, invoco cordialmente todas las bendiciones de Dios sobre Usted y pido
al Espíritu Santo, que une lo que está dividido, que derrame sobre nosotros su
sabiduría suave y valiente. Y os pido a cada uno de vosotros que, por favor,
recéis por mí. Gracias.
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