Esa imagen se queda
extremadamente corta en la descripción verdadera de la vida eterna
En
la cultura occidental nos hemos criado con una imagen particular del paraíso:
una ciudad luminosa en las nubes y con una puerta de reja dorada.
¿De
dónde viene esta imagen? ¿Es una visión precisa del aspecto que tendrá el
paraíso?
En
muchas culturas a lo largo de la historia, el paraíso (el más allá o la ciudad
donde habitan los dioses) ha sido representado como si estuviera en el cielo.
En la mitología griega, los dioses vivían en la cima del Monte Olimpo, que
siempre estaba oculto a la vista por las nubes.
Las
pinturas clásicas del Monte Olimpo lo representan o bien como una ciudad con
edificios físicos sobre las nubes o simplemente un paisaje en el cielo con
grandes y mullidas nubes sobre las que se sientan los dioses. Tanta es la
asociación que, de hecho, en muchas lenguas utilizamos la palabra ‘cielo’ como
sinónimo de ‘paraíso’.
En
el cristianismo, mucha de esta misma imaginería se transfirió a las
representaciones artísticas. Esto se debía en parte a varias referencias en las
Escrituras que mencionan sucesos divinos relacionados con “las nubes del
cielo”.
Por
ejemplo, Daniel registró la siguiente visión celestial: “Yo estaba mirando, en
las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo
de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él” (Daniel
7, 13).
Aludiendo
a esa misma visión de Daniel, Jesús dijo al Sumo Sacerdote, “de ahora en
adelante verán al hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y
venir sobre las nubes del cielo” (Mateo 26, 64).
Aunque
una imagen de nubes es consistente con una representación escritural y clásica
del paraíso, es una descripción inevitablemente insuficiente de la realidad de
la vida eterna.
Como
comentó san Juan Pablo II respecto de este tema en una audiencia de 1999:
“En el marco de la Revelación sabemos que el ‘cielo’ o la ‘bienaventuranza’ en
la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico
entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad.
Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la
comunión del Espíritu Santo”.
El
Cielo es muchísimo más que una ciudad celestial, es la culminación de nuestro
profundo y duradero amor a Dios. Es un “banquete de bodas” en el que se reúnen
la verdad, la belleza y la bondad, un lugar de dicha eterna que satisface los
anhelos de nuestro corazón. Eso es mucho más atractivo de lo que cualquier
pintura podría imaginar nunca.
Philip
Kosloski
Fuente:
Aleteia