Gustavo Adolfo Bécquer
evocó con nostalgia su Sevilla natal en las Navidades de 1861, con un inspirado
relato que situó en el convento de Santa Inés
Sevilla
anda estos días escandalizada por la multa de 170.000 euros que la Consejería
de Cultura de la Junta de Andalucía ha impuesto a las monjas clarisas del
convento de Santa Inés por restaurar sin su permiso el órgano que inspiró a
Gustavo Adolfo Bécquer su famosa leyenda de «Maese Pérez, el organista» y que
como el resto de este monasterio considerado Bien de Interés Cultural (BIC) se
encontraba en la más absoluta ruina.
De
los 600 tubos de este instrumento que fabricó Francisco Pérez de Valladolid en
el siglo XVIII, apenas sonaba una décima parte, así que las monjas aceptaron
que la Fundación Alqvimia, una entidad sin ánimo de lucro cuyo objetivo es la
restauración del patrimonio organístico andaluz, se llevara el órgano a
principios de año con el compromiso de devolverlo, ya restaurado, antes de la
Nochebuena.
La
noche del 24 de diciembre, como es tradición, el órgano volverá a sonar en el
convento de Santa Inés envolviendo de leyenda la Misa del Gallo, como aquella
prodigiosa y legendaria Nochebuena en la que Maese Pérez hizo sonar su «ignota
música del cielo» con «más misteriosa poesía».
Aquella
noche no cabía un alma en la iglesia del convento. Lo más florido de Sevilla
había acudido a Santa Inés para escuchar a Maese Pérez, porque en Nochebuena
hacía que su órgano sonara como los ángeles. Todo estaba preparado, pero la
ceremonia se retrasaba. «Maese Pérez se ha puesto malo, muy malo, y será
imposible que asista esta noche a la Misa de media noche». La noticia provocó
un bullicio entre los bancos. «Un hombre mal trazado, seco huesudo y bisojo por
añadidura» se ofreció a tocar por él. Era «un organista envidioso, enemigo del
de Santa Inés». El arzobispo dio su aprobación, pero en ese mismo instante
apareció Maese Pérez, «pálido y desencajado».
Comenzó
la Misa y cuando llegó el solemne momento en el que el sacerdote, tras
consagrarla, elevó la Sagrada Forma, maese Pérez puso sus crispadas manos sobre
las teclas del órgano. «Las cien voces de sus tubos de metal resonaron en un
acorde majestuoso y prolongado, que se perdió poco a poco, como si una ráfaga
de aire hubiese arrebatado sus últimos ecos. A este primer acorde, que parecía
una voz que se elevaba desde la tierra al cielo, respondió otro lejano y suave
que fue creciendo, creciendo, hasta convertirse en un torrente de atronadora
armonía. Era la voz de los ángeles que atravesando los espacios, llegaba al
mundo».
La
multitud escuchaba «atónica y suspendida» y «en todos los ojos había una
lágrima, en todos los espíritus un profundo recogimiento», mientras las voces
del órgano se apagaban gradualmente. «De pronto sonó un grito en la tribuna, un
grito desgarrador, agudo, un grito de mujer» y «el órgano exhaló un sonido
discorde y extraño, semejante a un sollozo, y quedó mudo». Maese Pérez acababa
de morir.
Al
año siguiente, la iglesia volvió a llenarse. El organista envidioso iba a
sustituir al bueno de Maese Pérez. Tocaba «con una gravedad tan afectada como
ridícula» y el populacho irrumpió con sus zampoñas, gaitas, sonajas y panderos
para tapar sus notas, pero enmudecieron al oír «cantos celestes como los que
acarician los oídos en los momentos de éxtasis». Las cien voces del órgano
sonaban «con más pujanza, con más misteriosa poesía, con más fantástico color
que lo habían expresado nunca». Estaba claro que no había sido el organista
malencarado. «Sospecho que aquí hay busilis», comentó una vecina.
Un
año después fue la hija de Maese Pérez la encargada de tocar el órgano en
Nochebuena. La misa transcurrió sin incidentes hasta que llegó el momento de la
consagración. «En aquel momento sonó el órgano, y al mismo tiempo que el órgano
un grito de la hija de maese Pérez». La muchacha se había levantado del
banquillo. El «órgano estaba solo pero seguía sonando... sonando como sólo los
arcángeles podrían imitarlo en sus raptos de místico alborozo». El busilis era,
en efecto, el alma de maese Pérez.
«Leyenda sevillana»
Bécquer
escribió este relato con 25 años. Hacía siete que había dejado la capital
andaluza para labrarse un nombre en Madrid y la nostalgia le invadió aquellas
Navidades de 1861, empujándole a evocar por primera vez su ciudad natal en una
leyenda. «Maese Pérez el organista» apareció por primera vez en las páginas del
diario «El Contemporáneo» el 27 y 29 de diciembre de aquel año, en la sección
de «Variedades».
El
propio poeta la subtituló como «leyenda sevillana», presentándola como una
tradición más de la ciudad, aunque los expertos coinciden en que es pura
invención del autor de «Rimas y leyendas».
Éste,
sin embargo, no eligió al azar el convento de Santa Inés. Allí yace Doña María
Coronel, una noble dama sevillana, descendiente de Guzmán el Bueno, que antes
de fundar el convento se cuenta que se desfiguró echándose aceite hirviendo en
la cara para frenar el acoso al que la sometía Pedro I el Cruel. «Como
sevillano tenía que conocer el convento y a buen seguro que lo visitó alguna
vez», afirma Carlos Ros Carballar, estudioso de las tradiciones sevillanas y
autor de la «Historia y leyenda de Doña María Coronel: El amor imposible de Don
Pedro el Cruel».
Bécquer
vivió en el barrio de San Lorenzo de Sevilla, muy cerca del Gran Poder. Una
placa lo recuerda hoy en el número 20 de la calle Conde de Barajas donde nació.
El convento de las clarisas no formaba parte del entorno más próximo en el que creció
el escritor, pero probablemente se acercara en alguna de las ocasiones en las
que las monjas exhibían el cuerpo incorrupto de María Coronel, como hoy siguen
haciendo cada 2 de diciembre.
Es
posible que Bécquer llegara a escuchar el órgano que inspiró su leyenda. Éste
se encontraba entonces en la clausura del templo, tras la celosía que separaba
a las monjas de los feligreses. «Fue la donación del padre de una monja del
siglo XVIII», apunta Ros mientras explica que la familia de las religiosas proporcionaba
un dinero al convento por su ingreso. Quizá fuera la dote de una pariente del
organero Francisco Pérez de Valladolid, como apuntan los estudios del músico y
organero sevillano Abraham Martínez.
Si
bien existió un organista de la catedral de Sevilla apellidado Pérez, éste
vivió en el siglo XVII y no guarda ninguna relación con Maese Pérez, el
protagonista de la leyenda. En el convento de Santa Inés, eran las propias
monjas las que tocaban el órgano en la Misa del Gallo, según cuenta este
sacerdote y escritor.
Ros
afirma que «no consta nada, en ninguna parte» que relacione personalmente a
Bécquer con el convento de Santa Inés, ni que apunte a la existencia de un
sustrato real en la leyenda.
El
literato sentía especial predilección por los monasterios. Él mismo pasó varios
meses en el de Veruela, donde escribió sus «Cartas desde mi celda», y se
inspiró en estos lugares cargados de pasado para sus leyendas. El convento de
Santa Inés, con sus siglos de historia y su vinculación con la figura de María Coronel,
lo tenía todo para convertirse en escenarios becqueriano.
Mónica
Arrizabalaga
Fuente:
ABC