2.1.18

PARA HACER BIEN LA SEÑAL DE LA CRUZ

Cuando nos marcamos con la señal de la cruz estamos diciendo: Yo soy seguidor de Jesucristo, creo en Él, le pertenezco 
La señal de la cruz es la oración básica del cristiano, lo primero que un niño o un converso aprende en la catequesis. 

En esta oración tan breve y tan simple se resume todo el credo y para muchos hombres y mujeres profundamente contemplativos ha sido su oración preferida.

¿Qué significa la señal de la cruz?

La cruz es la señal de los cristianos: significa el triunfo de Jesús sobre el pecado; es el símbolo de la redención que Jesucristo obtuvo para nosotros con su sangre. Su pasión de amor por el hombre le llevó a dar la vida para que tuviéramos vida en abundancia: "Nadie me la quita, soy yo quien la doy por mí mismo" (Jn 10,18) Como manso cordero llevado al matadero, Jesús soportó en la cruz el extremo del dolor físico y moral para abrirnos las puertas del cielo.
Cuando nos marcamos con la señal de la cruz estamos diciendo: Yo soy seguidor de Jesucristo, creo en Él, le pertenezco. Así como los seguidores del Anticristo tendrán su marca (cfr. Ap 14,9), así el bautizado lleva un sello indeleble en su alma y lo muestra exteriormente con la cruz.

Deja que la Virgen María tome tu mano y te guíe al santiguarte

Después de lo que vivió María en el Calvario, Ella será la mejor maestra para todo cristiano que quiera santiguarse con todos los cinco sentidos. A mí me ha ayudado contemplar la pasión de Cristo desde el corazón de la Virgen María, pidiéndole que al hacer la señal de la cruz tome Ella mi mano y me enseñe a revivir con ese gesto sencillo el momento supremo de nuestra redención.

Este texto de Santa Brígida puede servir de inspiración mientras contemplamos a Cristo Crucificado de la mano de la Virgen María:

"Deseos toda honra, Señora mía Virgen María, que con dolor visteis a vuestro Hijo hablaros desde la cruz, y con vuestros benditos oídos afligidamente lo oísteis clamar al Padre en la agonía de la muerte, y entregar en sus manos el alma.

Alabada seáis, Señora mía Virgen María, que con amargo dolor visteis a vuestro Hijo pendiente en la cruz, lívido desde el extremo de la cabeza hasta la planta de los pies, rubricado con su propia sangre y tan cruelmente muerto; y con suma amargura mirasteis traspasados sus pies y manos, y su glorioso costado, y todo su cuerpo destrozado sin ninguna misericordia.

"Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, que con vuestros ojos bañados en lágrimas visteis bajar de la cruz a vuestro Hijo, envolverlo en el sudario, ponerlo en el sepulcro y ser allí custodiado por los soldados. Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, que traspasado vuestro corazón con un profundo y amarguísimo dolor, fuisteis apartada del sepulcro de vuestro Hijo, y llena de pesar conducida por vuestros amigos a casa de Juan, donde al punto sentisteis alivio a vuestro gran dolor, porque sabíais positivamente que pronto había de resucitar vuestro Hijo." (Sta. Brígida de Suecia, "Revelaciones", Libro 12, Oración)

En el nombre...

Al hacer la señal de la cruz sobre nuestro cuerpo, diciendo: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén" nos estamos comprometiendo a obrar en el nombre de Dios. Dios reveló su nombre a Moisés; el nombre de Dios es "Yo soy el que soy" (Éxodo 3,13). Y le dijo: "Yo soy el Dios de tus padres" (Éxodo 3,6) y "Yo estaré contigo" (Éxodo 3,12) De estas tres expresiones concluimos que Dios abarca nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Quien actúa en el nombre de Dios está afirmando que tiene la certeza de que Dios le conoce, le acompaña, le sostiene y permanecerá siempre a su lado.

Cuando en la oración pedimos algo en el nombre de Jesús, nos estamos uniendo a la oración de Cristo, con la seguridad de que el Padre escucha a su Hijo. "Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré." (Juan 14, 13-14) Y si lo que pedimos es conforme a su voluntad, podemos confiar en que nuestra súplica será escuchada: "En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido..."(1 Juan 5,14-15) Y a veces nos concede no sólo lo que le pedimos sino incluso lo que deseamos, que Él conoce bien. Esta fue la experiencia de san Pedro aquella mañana en el lago tras una noche de pesca, cuando Jesús le mostró dónde encontrarlos. Pedro le dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu Nombre, echaré las redes. Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse».


Fuente: Catholic.net
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