La diócesis de Maiduguri,
al noreste de Nigeria, es presa del odio de los islamistas. Los cristianos son
violentados por motivo de su religión, aunque conservan viva su fe
Los
cristianos de la franja saharo-saheliana no dejan de sufrir. Es el caso de los
fieles de la ciudad de Maiduguri, en Nigeria. El obispo de esta diócesis, Mons.
Olivier Dashe Doeme, ha denunciado recientemente la muerte de más de setenta y
tres personas desde el comienzo del año. Todas víctimas de la violencia
islamista. Los crímenes son cometidos unas veces por Boko Haram y otras por
esbirros relacionados, entre los cuales los principales son el pueblo fulani,
en gran mayoría suníes.
La
diócesis de Mons. Doeme es uno de los objetivos privilegiados de Boko Haram.
Además fue aquí donde nació el movimiento terrorista en 2002, bajo el liderazgo
de Mohammed Yusuf. Durante unos 15 años, decenas de miles de personas ─hombres,
mujeres y niños─ han vivido bajo las garras mortíferas de estos “talibanes
africanos”. ¿La elección que les ofrecieron? Conversión a un islamismo
rigorista venido directamente de Arabia Saudí, donde Mohammed Yusuf había
estudiado, o la muerte. Doscientas iglesias fueron vandalizadas, además de
veinticinco escuelas, tres conventos y tres hospitales administrados por la
Iglesia. Un triste récord para esta diócesis tan maltratada.
La fe “invencible” de los
cristianos nigerianos
A
nivel humano, la situación parece casi desesperada para los católicos de esta
región. Especialmente desde que el Gobierno nigeriano no hace nada para impedir
los asesinatos cometidos por los yihadistas en su área, según el prelado
católico. Y cuando los crímenes no son cometidos directamente por Boko Haram,
otros islamistas toman el relevo. Para el obispo de Maiduguri, los ataques
llevados a cabo durante la noche de Año Nuevo en la catedral de Ilorin, capital
del Estado de Kwara, fueron ejecutados por pastores fulani. Mataron a decenas
de personas.
A
pesar de la violencia de los islamistas, los católicos conservan la esperanza y
la fe. Una fe “invencible”, en palabras del obispo. Continúan asistiendo
fielmente a la misa y participando en las actividades pastorales, informa Mons.
Doeme. “Son atacados, rechazados, muertos por motivo de su fe. Y sin embargo,
están preparados para todos con tal de mostrar su devoción”, se maravilla el
obispo.
El
clero, por su parte, se esfuerza en ponerse a la cabeza de la población
indignada. Miles de familias sufren y deben huir de la violencia contra los
cristianos. “Muchos ya no tienen nada para vivir”, lamenta el prelado, que
acoge a muchos huérfanos para garantizarles una educación.
Por Paul
de Dinechin
Fuente: Aleteia