El vino es un elemento esencial en la vida
de Jesucristo y en la Iglesia
Muchos
se han preguntado, ¿cómo es que los monjes elaboran vinos y licores? ¿Cuál es
su origen? Preguntamos a uno de los más conocidos y expertos en hierbas
medicinales, el capuchino fray Valentí
Serrra, de Manresa (Barcelona).
“Los
vinos infusionados y licores –dice- nacieron en la Edad Media al servicio,
primero, de los apotecarios (farmacéuticos de la época), después pasaron a la
gastronomía,
como es el caso del Vermut, que es el nombre alemán de la Artemisia o doncel,
que los monjes infusionaban con vino blanco de poca gradación, con el fin de
ayudar las malas digestiones. Era el “vino de artemisa”, decían. Luego, con los
años, se añadieron hierbas y cortezas para reforzar el gusto y darle color para
colocarlo en la buena mesa”.
El vino es un producto
fundamental para el cristianismo: el primer milagro lo hizo Jesús con vino,
convirtiendo el agua en vino, afirma el Josep Roca somalier de uno de los
mejores restaurantes del mundo, “El Celler de Can Roca”, y Jesús lo utilizó en
la Última Cena en la que dejó su testimonio del Sacrificio de la Cruz.
Tanto es así, dice fray
Valentí Serra, que los frailes y monjes que fueron a misionar en zonas fuera
del área mediterránea donde se cultiva la vid, llevaban consigo cepas de uva
para elaborar vino válido para celebrar la misa. Así lo hizo el franciscano san
Junípero Serra que extendió el cultivo del vino por California cuando fue
conquistada por las tropas del Rey de España, al mando de Gaspar de Portolá.
Los indios aprendieron, no sin dificultades, el cultivo de la viña. Fray
Junípero decidió aprender las lenguas de los indios para mejor comunicarse con
ellos. Lo mismo ocurrió en Chile y Argentina, donde hoy se producen unos buenos
caldos, y de eso el papa Francisco es testigo.
“Con el proceso de la
evangelización –añade fray Valentí- cuando iban a misiones tenían que llevar,
para celebrar la misa y consagrar con las especies del pan y del vino, la harina,
el aparato para hacer barquillos, una pequeña prensa y pasas para elaborar el
vino”.
¿Y los licores? Hay muchos
licores elaborados por los monjes y frailes, como Benedictine, Aromas de
Montserrat, Agua del Carmen, Padre Evencio, Fécamp, Chartreuse y tantos otros,
muy apreciados hoy. Prácticamente no había monasterio sin su marca de licor,
producto de la infusión de hierbas maceradas con alcohol, que se utilizaban
como medicinas primero, señala la historiadora Amalia Lejavitzer Lapoujade,
para ensanchar su uso a la gastronomía. Estas hierbas crecían en las cercanías
de los monasterios.
“Los grandes sabios
españoles –añade- Arnau de Vilanova y Raimon Llull, ya en el siglo XIII ponen
en evidencia el uso de estos licores como remedios para distintas enfermedades.
Estos monjes mezclaban hierbas aromáticas y especias en alcohol destilado,
endulzado con miel y envejecido en barricas de roble”.
Por su parte fray Valentí
afirma que “los elixires alcohólicos, como el Agua del Carmen, ya nacían
directamente al servicio de las apotecarias. La ratafía, alcohol rectificado
con infusión de nueces verdes, hierbas aromáticas y alcohol no destilado, nació
también para ayudar a facilitar la circulación de la sangre y la digestión.
Después pasó a la mesa y llegó a ser el licor más popular de Cataluña”.
Fueron los monjes de la
Edad Media los que se dedicaron a elaborar licores, en especial los padres
cartujos, los benedictinos, los cistercienses y los mercedarios. Hicieron
infusiones de hierbas aromáticas, hierbas colorantes, raíces, cortezas con un
poco de alcohol. En cada lugar tenían sus hierbas especiales, y de allí vienen
los distintos licores con sus distintos sabores.
Según fray Agustí Serra,
fue a partir del siglo XVII la comercialización de estos licores, cuyos
beneficios servían para el sustento de los monjes. En los monasterios, cartujas
y conventos era tradicional cultivar viñas de las que se extraía vino para las
celebraciones eucarísticas y en algunos casos se llegó a comercializar.
La fórmula para la
elaboración de tales licores la conservaban en secreto –todavía hoy—dos o tres
monjes o frailes que la pasaban de unos a otros monjes.
La rica flora mediterránea
hacía que en cada lugar crecían hierbas específicas, y de allí vienen los
distintos licores con distintos sabores. Dom Perignon era un fraile benedictino
que visito diversos monasterios del sur de Francia y Nordeste de España y
sembró sus conocimientos, de acuerdo con la regla benedictina, cuenta Josep
Roca, en una conferencia pronunciada hace unos días. Esta comercialización vino
a partir del siglo XVII, dice fray Valentí.
Salvador Aragonés
Fuente: Aleteia