Presbítero Capuchino, 3 de
marzo
Martirologio Romano: En Bérgamo, también
de Lombardía, en Italia, beato Inocencio de Berzo (Juan) Scalvinoni, presbítero
de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que brilló por su eximia
caridad difundiendo la palabra de Dios y escuchando las confesiones (1890).
Etimológicamente: Inocencio =
Aquel que no tiene maldad, es de origen latino
Fecha de beatificación: 12 de noviembre
de 1961 por el Papa Juan XIII.
Breve biografía
Sacerdote de la Primera
Orden (1844‑1890).
Inocencio, hijo de Pedro Scalvinoni y Francisca Poli, nació el 19 de marzo de
1844 en Niardo en Valcamonica (Brescia), en el bautismo se le llamó Juan.
Perdió pronto a su padre. Entró al Seminario y se ordenó sacerdote el 2 de
junio de 1867. Coadjutor parroquial, se distinguió por su desprendimiento de
las cosas, por la asiduidad en el confesionario y su caridad para con los
pobres, la asistencia a los enfermos y la predicación humilde.
Nombrado por su obispo Vicerrector del Seminario, un año después fue nuevamente
destinado al trabajo pastoral parroquial en Berzo, donde desarrolló una intensa
actividad apostólica, a base de oración, buen ejemplo y una predicación
sencilla y paternal, acompañamiento individual a las personas para conducirlas
a Dios. Pero el Señor lo llamaba a una vida más austera. Después de una mayor
preparación espiritual, superadas no pocas dificultades, pidió ser admitido
entre los Hermanos Menores Capuchinos, donde ingresó en 1874, con el nombre de
Fray Inocencio.
Fue a Albino, luego al convento de la Santísima Anunciata, como vice‑maestro de
novicios; en 1880 fue asignado a la redacción de los Anales franciscanos en
Milán. Después fue a Crema, llevando a todas partes la irradiación de su
santidad. Nuevamente destinado al convento de la Santísima Anunciata, donde encontró
lo que su espíritu anhelaba: ser santo a toda costa. En el solitario convento
tenía modo de sumergirse en aquella unión con Dios que era acorde con su
temperamento, secundar su intensa ansia de sacrificio, de penitencia y de
ocultamiento. Su ideal era anularse y hacerse olvidar, el ejercicio de
prolongadas horas de oración y de contemplación, el desempeño de los humildes
oficios del ministerio sacerdotal y de aquellos todavía más humildes de la vida
conventual, como la petición de limosna de casa en casa, con la predicación del
buen ejemplo y de una buena palabra. La belleza de su alma se transparentaba a
través de estas manifestaciones.
Predicó cursos de ejercicios espirituales a sus cohermanos, en los cuales
derramó la abundancia de su espíritu seráfico. En este ministerio de la
predicación de ejercicios espirituales debió imponerse violencia, pues no se
consideraba capaz de nada.
Murió a los cuarenta y seis años el 3 de marzo de 1890, en la enfermería del
convento de Bérgamo. El Señor llamó a sí al siervo bueno y fiel, que había
vivido en la humildad y en la pobreza. Sus paisanos de Berzo reivindicaron el
cuerpo de este auténtico hijo de San Francisco.
Fuente:
Franciscanos.net