La Resurrección nos descubre nuestra
vocación cristiana y nuestra misión: acercarla a todos los hombres
El
Domingo de Resurrección o Vigilia Pascual es el día en que
incluso la Iglesia más pobre se reviste de sus mejores ornamentos, es la cima
del año litúrgico. Es el aniversario del triunfo de Cristo. Es la feliz
conclusión del drama de la Pasión y la alegría inmensa que sigue al dolor. Y un
dolor y gozo que se funden pues se refieren en la historia al acontecimiento
más importante de la humanidad: la redención y liberación del pecado de la
humanidad por el Hijo de Dios.
Cristo,
al celebrar la Pascua en la Cena, dio a la conmemoración tradicional de la
liberación del pueblo judío un sentido nuevo y mucho más amplio. No es a un
pueblo, una nación aislada a quien Él libera sino al mundo entero, al que
prepara para el Reino de los Cielos. Las pascuas cristianas -llenas de
profundas simbologías- celebran la protección que
Cristo no ha cesado ni cesará de dispensar a la Iglesia hasta que Él abra las
puertas de la Jerusalén celestial. La fiesta de Pascua es, ante todo la
representación del acontecimiento clave de la humanidad, la Resurrección de
Jesús después de su muerte consentida por Él para el rescate y la
rehabilitación del hombre caído. Este acontecimiento es un hecho histórico
innegable. Además de que todos los evangelistas lo han referido, San Pablo lo
confirma como el historiador que se apoya, no solamente en pruebas, sino en
testimonios.
Pascua
es victoria, es el hombre llamado a su dignidad más grande. ¿Cómo no alegrarse
por la victoria de Aquel que tan injustamente fue condenado a la pasión más
terrible y a la muerte en la cruz?, ¿por la victoria de Aquel que anteriormente
fue flagelado, abofeteado, ensuciado con salivazos, con tanta inhumana crueldad?
Este
es el día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se
unen y se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las
humillaciones, las cruces, la dignidad humana violada, la vida humana no
respetada.
La Resurrección nos descubre nuestra
vocación cristiana y nuestra misión: acercarla a todos los hombres. El hombre
no puede perder jamás la esperanza en la victoria del bien sobre el mal. ¿Creo
en la Resurrección?, ¿la proclamo?; ¿creo en mi vocación y misión cristiana?,
¿la vivo?; ¿creo en la resurrección futura?, ¿me alienta en esta vida?, son
preguntas que cabe preguntarse.
El
mensaje redentor de la Pascua no es otra cosa que la purificación total del
hombre, la liberación de sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos;
purificación que, aunque implica una fase de limpieza y saneamiento interior,
sin embargo se realiza de manera positiva con dones de plenitud, como es la
iluminación del Espíritu, la vitalización del ser por una vida nueva, que
desborda gozo y paz -suma de todos los bienes mesiánicos-, en una palabra, la
presencia del Señor resucitado. San Pablo lo expresó con incontenible emoción
en este texto: "Si habéis resucitado con Cristo vuestra vida, entonces os
manifestaréis gloriosos con Él" (Col. 3 1-4).
Fuente: ACI Prensa