Un hijo siempre será "el don más excelente del
matrimonio"
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Considerando atentamente los datos de la
Biblia y su tradición, los elementos esenciales del matrimonio cristiano son
la unidad, la
indisolubilidad y la fecundidad (Cf. Gn 1, 28; 2, 24, Mt
19, 4-6).
De hecho, es doble la finalidad de la unión conyugal:
el bien de los cónyuges, que se entregan mutuamente en el amor, y la
transmisión de la vida, como desbordamiento de ese amor que
sienten el uno por el otro y que no puede agotarse en el interior de la propia
pareja (Catecismo de la Iglesia Católica, 2363).
En realidad, por su propia naturaleza, el
matrimonio está ordenado a la generación y a la educación de los
hijos (Cf. Gaudium et
spes, 50).
El mismo Dios que creó al hombre y a la
mujer y los entregó el uno al otro, les confió la sublime misión de colaborar con Él en la obra de la
creación, cuando les dijo: “Sean fecundos y
multiplíquense” (Gn 1, 28).
Una pareja, por lo tanto, que se cierra a
la transmisión de la vida – sin que exista un motivo suficientemente grave y
justo – termina por negar
un elemento intrínseco al matrimonio, es decir, que está en la
propia esencia del sacramento que recibieron al casarse.
De hecho, una de las preguntas que se hace
a la pareja durante la celebración litúrgica del matrimonio les cuestiona si
están dispuestos a recibir, con amor, a los hijos que les fueren confiados por
Dios.
Es un hecho, hoy, que muchas parejas optan
por no tener hijos y son muchos los motivos que podemos enumerar para
intentar explicar ese fenómeno.
En primer lugar, tenemos la llamada cultura
del individualismo,
que propone el yo como valor absoluto y cuyos efectos son sumamente
destructivos de las relaciones humanas.
Una consecuencia muy concreta de esa
mentalidad es la idea de que los hijos restringen la libertad de la pareja y,
por lo tanto, se vuelven un obstáculo para la concreción de sus proyectos
individuales. Para ellas, los hijos son una deuda, no una dádiva (Cf.
Catecismo de la Iglesia Católica, 2378).
Es creciente, también, la llamada cultura de lo temporal, que
lleva a las personas a rechazar todo lo que pide responsabilidad y compromiso.
Además de eso, la situación económica actual
y los diversos problemas
sociales terminan por producir en las personas la
sensación de inestabilidad y miedo en relación al
futuro.
“La
tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la
vida” (CIC, 1653), de modo que el rechazo de esa misión divina
por parte de los que pueden realizarla es, como mínimo, una contradicción.
Naturalmente que no estamos haciendo una
reflexión que pretende reproducir en el presente el pasado, cuando las parejas,
a pesar de los pocos recursos materiales, tenían muchos hijos.
De hecho, la generación de un hijo no es,
solamente, un acto biológico, sino que presupone aquello que el papa Francisco
llama responsabilidad
generadora (Cf. Amoris
laetitia, 82), en el sentido de que la vida generada necesita, necesariamente,
acompañamiento material, afectivo y espiritual por parte
de los que la generan.
La Iglesia es maestra al enseñar que el
matrimonio está, naturalmente, ordenado a la transmisión de la vida, pero es
madre al instruir a sus hijos sobre la manera verdaderamente humana y cristiana
de vivir el don de la paternidad y la maternidad: respetando la voluntad de Dios, en acuerdo
y esfuerzo comunes, considerando las condiciones del tiempo y de la propia
situación y con responsabilidad generosa.
Es importante decir, además, que el
matrimonio no fue instituido teniendo en cuenta, solamente, la
procreación (Cf. Gaudium
et spes, 50).
Recordemos que existen parejas que, incluso
después de recurrir a los recursos médicos legítimos, no pueden tener hijos.
La adopción,
para ellos, puede ser un camino válido para realizar la paternidad y la
maternidad de manera generosa, ofreciendo un hogar y amor a quien está privado
de un ambiente familiar adecuado.
Las dificultades y exigencias del tiempo
presente no pueden ser ignoradas. Pero un hijo no puede ser pensado a medida de
la propia comodidad.
Este siempre será “el don más
excelente del matrimonio” (CIC, 2378). ¡Dios da la misión, pero
concede, también, la gracia necesaria para realizarla bien!
Por Jefferson Antônio da Silva
Monsani, a través de A12
Fuente:
Aleteia