El perdón, la noción de
persona y la gratuidad son algunas de ellas
La
situación actual de Europa es ambigua y llena de contradicciones. Por un lado
tiene un potencial enorme, y por otro presenta signos preocupantes.
¿Qué
elementos de tradición y de origen cristiano pueden contribuir a hacer una
Europa mejor, más humana? Nos propone 15 ideas, desde su sabiduría de
ecumenista, el profesor y cura Antoni Matabosch.
1. La noción de persona. En la tradición
judeocristiana encontramos la gran novedad que Dios quiere establecer una
relación de amor / amistad con cada hombre y con cada mujer. Todos los seres
humanos son amigos de Dios de la misma manera. Todos son iguales y valiosos. No
son Dios, pero son imagen de Dios. La suprema dignidad de todo hombre / mujer
es un bien democrático incuestionable, es un bien cultural supremo y no
negociable. En la reflexión cristiana posterior, esta dignidad humana fue
llamada persona e implica cuatro dimensiones principales. La persona es
subjetividad y autoposesión, se pertenece y administra (es el valor único e
irrepetible de toda persona). También es apertura al tu y a los demás. Es ser con
los otros, solidariamente. Es, finalmente, apertura a Dios.
2. La primacía del ser
sobre el tener. Si
no se pone en primer término cada persona humana y su maduración personal, es
fácil caer en el «fetichismo de la mercancía», como diría Marx. El consumismo y
el productivismo radical nos envuelven en una rueda en la que somos absorbidos
por lo que es externo, y el exceso no nos hace más personas. Es una caída en la
exterioridad personal y en las tiranías de la propaganda.
3. La síntesis entre logos
(razón) y ágape (amor). La tradición griega ha aportado el valor de la
racionalidad, de la razón, que ha dado los frutos durante toda la historia de
Europa, con un acento especial en la Modernidad. Por eso hay que tener cuidado
con las corrientes actuales que hablan de “pensamiento débil” (Vattimo), de
“pensamiento o sociedad líquida” (Baumann) o de postverdad. Hay que rechazar,
sin embargo, un racionalismo unidimensional. La dignidad de la persona humana
exige que todo (también lo más ingenioso y agudo) esté empapado por el amor. No
sin razón se habla ahora de la inteligencia emocional. San Agustín ya decía que
«no se puede entrar en la verdad si no es por la caridad»: sólo una razón
arraigada en lo que es más radical, el amor, se revela como el más razonable y,
por tanto, como la matriz más fecunda de toda buena cultura. Esto también nos
ayuda a entender la razonabilidad de la fe.
4. La historia, espacio de
la libertad creativa del hombre. El devenir histórico tiene un sentido que
está en manos de la acción humana singular y colectiva. No hay un determinismo
fatalista, ni un eterno retorno. Hay un mundo y una sociedad que va creando una
cultura llevada por la mano del hombre. Nada más lejos de una visión trágica
del proceso histórico, aunque debido a la libertad podemos avanzar o
retroceder. La realidad es producto de la libertad.
5.- Los derechos humanos,
el valor de la democracia y del estado de derecho. La concepción de
todo ser humano como persona, con una dignidad inviolable, ha llevado poco a
poco a afirmar una derechos humanos universales, proclamados finalmente por la
ONU en 1948. Los derechos humanos proporcionan un fundamento sólido para
instaurar y vivir en democracia, teniendo como base del Estado de Derecho.
6. La apertura a lo
trascendente. Cuando
una sociedad se cierra sobre sí misma y no se abre a todo lo que la sobrepasa,
se asfixia, queda reseca. Es aquella apertura al que se llama los trascendentales:
la belleza, la verdad, la bondad. Incluye la religión, pero se amplía a otras
dimensiones. Esta apertura es el origen de grandes empresas y creaciones.
7.
El ecumenismo y diálogo interreligioso. El
ecumenismo busca la unidad de los cristianos y de las iglesias, en una Europa
pluriconfesional cristiana que en el pasado fue un nido de discordias
religiosas. El ecumenismo se basa en la libertad religiosa, en la aceptación de
los valores de los otros, al tener una identidad propia clara pero abierta a
nuevas ideas, y, finalmente, en el diálogo. Por otra parte, Europa es cada vez
más plural, más plurirreligiosa y la experiencia que tienen las confesiones
religiosas en las relaciones interreligiosas contribuye mucho a la paz y la
convivencia. Las relaciones interreligiosas buscan la armonía y se basan en la
aceptación de los valores religiosos de las otras religiones, la colaboración
por el bienestar de la sociedad, las experiencias religiosas compartidas y en
el diálogo.
8. El favorecer un Islam
europeo. Ciertos
valores y visiones cristianas muy asentadas y convertidas ya en cultura común
de los europeos puede ayudar a que los musulmanes establecidos en Europa
practiquen un Islam que no sea puramente de imitación de lo que es tradicional
en sus países de origen. Los valores básicos de los europeos podrían influir en
una mayor aceptación de todos los derechos humanos, a introducir la razón
hermenéutica en sus textos sagrados y que se convierta cada vez más en una
religión sólo religiosa.
9. La unidad de la familia
humana y la solidaridad universal. Si la tradición europea, basada en la
enseñanza bíblica, nos enseña que todos los hombres y mujeres son iguales en
dignidad y forman una sola humanidad, deberíamos ser solidarios con todo el
mundo habitado. «La Europa que hemos sido llamados a construir», dice el card.
Martini, «debería ser capaz de ofrecer a todo el mundo una nueva contribución
de sabiduría: la que brota de aquella cultura milenaria que la savia vital
cristiana ha contribuido a madurar en el curso de los siglos. En efecto, se
pide a Europa que no se cierre sobre sí misma, sino que siga estando abierta a
toda forma de cooperación, sobre todo a favor de los pueblos y los países más
necesitados. También en favor de la construcción de una civilización en la que
el hombre se vuelva a reconciliarse con la creación, con sus semejantes,
consigo mismo ». No basta con crear la «casa común europea»: hay que contribuir
a formar una “familia de naciones».
10. Una nueva cultura de
la solidaridad acogedora. La tradición cristiana hace hincapié en el amor a los
demás, en las obras de misericordia. Europa debería aprender a crear un sistema
y una cultura del asilo y de la migración. Deberían estar abiertas las puertas
a los inmigrantes y refugiados. El cierre hacia los demás crea una Europa
egoísta y mísera.
11. El derecho de los
pueblos. Entre
las nuevas generaciones de derechos humanos, junto a los individuales y
económicos, hay que poner los derechos de los pueblos, los cuales, basados en
una cultura propia, forman una nación aunque no tengan Estado. Juan Pablo II ha
repetido muchas veces esta doctrina, especialmente ante la ONU, en 1995. La
Unión Europea debería reflexionar seriamente sobre los inconvenientes y las
injusticias que implica el estar fundamentada sólo en las naciones-estado. La
Unión Europea debería estar igualmente atenta a la unificación universal y la
pluralidad de entidades que la componen.
12. Aprender a distinguir
entre política y religión y entre Estado y religión. Las vicisitudes de
la historia han sido muy variadas, pero si se devuelve a las raíces cristianas,
los cristianos pueden aportar la importancia básica de la separación de las
religiones y el Estado, la libertad religiosa, que el Estado reconozca la
positividad básica las religiones y la necesidad de que se establezcan acuerdos
o convenios a fin de asegurar la paz social.
13. Las estructuras
universales y el principio de subsidiariedad. Para alcanzar y afianzar un mundo
solidario y que respete todos los pueblos de la tierra, es cada vez más
necesario crear estructuras internacionales: un nuevo Derecho internacional,
una nueva estructura mundial económica y financiera, tribunales que ayuden a
superar tensiones entre pueblos, un gobierno universal y democrático que supere
las actuales soberanías, etcétera. Como principio rector de esta nueva forma de
comunidad mundial, habrá que aplicar con rigor el principio de subsidiariedad
según el cual todo lo que se pueda hacer a un nivel inferior no es necesario
que lo haga uno superior, a fin de asegurar al máximo la participación de todos
a todos los niveles. Sería bueno que Europa fuese un buen ejemplo.
14. Crear una “casa común
europea”. La
Asamblea Ecuménica Europea de Basilea remarcó que los cristianos deben ayudar a
reencontrar el alma de Europa, una especie de “casa común europea”, un modelo
de vida sustentado, basado en el humanismo, con un “reglamento de la casa
“sustentado en la igualdad, los valores compartidos, el diálogo, la acogida,
etc.
15. El perdón
reconciliador, la acogida y la gratitud. Para llevar a cabo estos valores que están
en la tradición de Europa se necesitan unas actitudes de fondo que son
inequívocamente cristianas y profundamente humanas y humanizadoras. Para
superar de verdad los enfrentamientos, las guerras o el terrorismo, llega un
momento que sólo el perdón lleva a la reconciliación y la paz verdadera y
duradera. Sólo una actitud acogedora de toda clase de vida y de toda persona
(venga de cerca o de lejos) puede poner una base estable de convivencia
ciudadana. La gratitud es la capacidad que se tiene que contemplar algo como un
don recibido, como un regalo, que se debe guardar con cuidado. Europa y el
mundo debería vivir como un intercambio mutuo de dones.
Miriam Díez Bosch
Fuente:
Aleteia