TATJANA SPLICHAL | DRUŽINA |
En
toda misa tenemos la gracia de recibir la bendición de Dios a través del
sacerdote. Digo la misa pues es el rito más común que podemos presenciar, pero
en todo sacramento tenemos la bendición de Dios, que nos viene por medio de un
ministro ordenado. Existen, además, otras celebraciones devocionales donde es
posible, también contar con la bendición de un sacerdote.
El
Catecismo de la Iglesia católica enseña, en los números 1078 e 1079:
“Bendecir
es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es
a la vez palabra y don (“bene-dictio”, “eu-logia”). Aplicado al hombre,
este término significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de
gracias.
Desde
el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición.
Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la
Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación
como una inmensa bendición divina”.
La bendición viene siempre
de Dios. En
el Antiguo Testamento tenemos una de las fórmulas más antiguas que, incluso, se
usa al final de la misa en el tiempo ordinario, se trata de la bendición de
Aarón (cf. Nm 6, 22-27).
La
bendición le sirvió al pueblo de Dios para continuar su camino rumbo a la
tierra prometida, la bendición fue una gracia animadora, un envío y una
protección para los israelitas para que fueran fieles a Dios, libres de los
males o para que enfrentaran las dificultades con esperanza.
Dios actúa en todo
sacerdote
El
sacerdote, desde el Antiguo Testamento, era constituido para ofrecer
sacrificios a Dios en favor del pueblo. Así también, sucede en el Nuevo
Testamento (cf. Heb 5, 1), principalmente a través del sacrificio eucarístico
(cf. CIC 1552).
El sacerdote es el Cristo
único y eterno que quiso contar con colaboradores que actuasen en su Persona: “In Persona Christi
Capitis”, “en la Persona de Cristo Cabeza”.
A
pesar de actuar en nombre de Cristo, de ser el Cristo, el sacerdote no está
libre de pecado, es un pecador, pero la bendición es transmitida a través de
él, él comunica “un poder que es el
poder de Cristo.” Él posee una autoridad que viene de Cristo y Él
constituyó sacerdotes para que cuidaran de sus ovejas (cf. CIC 1550-1551).
La eficacia de la
bendición sacerdotal no depende de la santidad del ministro. Dios actúa en todo
sacerdote del más santo al más pecador, desde el más experimentado al recién
ordenado.
Muchas veces, depende de
la apertura del fiel a esa bendición, la fe termina siendo un importante criterio
para acoger la gracia. Pero es siempre don de Dios, la persona que pide debe
tener fe, debe creer, debe perseverar en la voluntad de Dios.
Dios siempre bendice y
quiere bendecir
Finalmente,
la eficacia de la bendición del sacerdote debe ser acogida o pedida con fe para
ti, para alguien o para alguna situación.
Dios
siempre bendice y quiere bendecir. En el Evangelio, encontramos personas que
han sido bendecidas, porque pidieron directamente a Jesús (cf. Mt 8, 1-4; 9,
27-31), personas que pidieron por otras (cf. Mt 9, 1-8) y personas curadas
porque Jesús se acercó (cf. Mt 12, 9-13).
Sea
como sea da el paso, cree y pide, ten fe y pide por alguien, sé osado y cree en
la bendición concedida en cada acto litúrgico, ten fe y pide la bendición de
Dios por medio de un sacerdote.
La
bendición concedida por un sacerdote tiene una eficacia extraordinaria que se manifiesta en las cosas
simples y en las más complicadas.
Pide
la bendición, pero ten también discernimiento: no molestes al sacerdote. Si
acabas de participar en la misa ya has recibido la bendición, no pidas una
“bendición especial”, no existe bendición mayor que la de la misa.
Por
p. Márcio do Prado