En la Audiencia General
del miércoles, el Papa Francisco dedicó la catequesis al Sacramento de la
Confirmación, aprovechando la fiesta de Pentecostés celebrada hace tan solo
unos días
El Papa Francisco durante la Audiencia General. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa |
El
Pontífice explicó que “si en el bautismo es el Espíritu Santo quien nos sumerge
en Cristo, en la Confirmación es el Cristo quien nos llena de su Espíritu,
consagrándonos como testigos suyos, partícipes del mismo principio de vida y de
misión, según el diseño del Padre celestial”.
A
continuación, el texto completo de la catequesis
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después
de la catequesis sobre el Bautismo, estos días que siguen a la solemnidad de
Pentecostés nos invitan a reflexionar sobre el testimonio que el Espíritu
suscita en los bautizados, poniendo sus vidas en movimiento, abriéndolas al
bien de los demás. Jesús confió a sus discípulos una gran misión:
"Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo"
(Mt 5, 13-16). Estas son imágenes que nos hacen pensar en nuestro
comportamiento, porque tanto la falta de sal como su exceso vuelven poco
apetecible la comida, así como la ausencia y el exceso de luz nos impiden ver.
El
que puede hacernos realmente sal que da sabor y conserva de la corrupción
y luz que ilumina el mundo es solo el Espíritu de Cristo. Y este es el don
que recibimos en el Sacramento de la Confirmación o Crismación, sobre el que
deseo detenerme y reflexionar con vosotros. Se llama "Confirmación"
porque confirma el Bautismo y refuerza su gracia (véase Catecismo
de la Iglesia Católica, 1289); así como "Crismación", porque
recibimos el Espíritu a través de la unción con el "crisma" –aceite
mezclado con fragancias consagrado por el obispo - un término que se refiere a
"Cristo," el ungido del Espíritu Santo.
Renacer
a la vida divina en el Bautismo es el primer paso. Por lo tanto es necesario
que nos comportemos como hijos de Dios, es decir, que nos conformemos al
Cristo que obra en la santa Iglesia, dejándonos involucrar en su misión en el
mundo. Esto es lo que otorga la unción del Espíritu Santo: “Mira el vacío del
hombre si Tú le faltas por dentro" (véase Secuencia de Pentecostés).
Sin la fuerza del Espíritu Santo no podemos hacer nada: el Espíritu es el que
nos da fuerzas para ir adelante. Como toda la vida de Jesús estuvo animada por
el Espíritu, así también la vida de la Iglesia y de cada uno de sus miembros
está bajo la guía del mismo Espíritu.
Concebido
por la Virgen por obra el Espíritu Santo, Jesús emprende su misión después de
que, salido del agua del Jordán, es consagrado por el Espíritu que desciende y
permanece sobre Él (cf Mc 1, 10; Jn 1, 32). Él lo declara
explícitamente en la sinagoga de Nazaret. ¡Es hermoso como se presenta Jesús,
cual es el carnet de identidad de Jesús en la sinagoga de Nazaret! Escuchemos
como hace: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para
anunciar a los pobres la Buena Nueva"(Lc 4, 18). Jesús se presenta en
la sinagoga de su pueblo como el Ungido, El que ha sido ungido por el Espíritu.
Jesús
está lleno del Espíritu Santo y es la fuente del Espíritu prometido por el
Padre (Jn 15, 26; Lc 24, 39; Hch 1, 8, 2.33). En realidad, en la
noche de Pascua el Resucitado sopló sobre los discípulos y les dijo:
"Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 22); y en el día de
Pentecostés, la fuerza del Espíritu desciende sobre los Apóstoles de forma
extraordinaria (véase Hechos 2, 1-4), como sabemos.
El
"Respiro" de Cristo resucitado llena los pulmones de la Iglesia de
vida y, en efecto, las bocas de los discípulos, "llenos del Espíritu
Santo", se abren para proclamar a todos las grandes obras de Dios
(véase Hechos 2, 1-11).
Pentecostés
– que celebramos el domingo pasado- es para la Iglesia lo que para Cristo
fue la unción del Espíritu recibida en el Jordán; es decir, Pentecostés
es el impulso misionero a consumir la vida por la santificación de los
hombres, para gloria de Dios. Si en todo sacramento obra el Espíritu, de manera
especial es en la Confirmación en el cual "los fieles reciben como don el
Espíritu Santo " (Pablo VI, Const. ap., Divinae consortium naturae).
Y en el momento de efectuar la unción, el obispo dice estas palabras: “Recibe
al Espíritu Santo que te ha sido dado en don”: es el gran don de Dios, el
Espíritu Santo. Y todos nosotros llevamos al Espíritu dentro. El Espíritu está
en nuestro corazón, en nuestra alma. Y el Espíritu nos guía en la vida para que
nos convirtamos en sal justa y luz justa para los hombres.
Si
en el bautismo es el Espíritu Santo quien nos sumerge en Cristo, en la
Confirmación es el Cristo quien nos llena de su Espíritu, consagrándonos como
testigos suyos, partícipes del mismo principio de vida y de misión, según el
diseño del Padre celestial. El testimonio que dan los confirmados manifiesta la
recepción del Espíritu Santo y la docilidad a su inspiración creativa. Yo me
pregunto: ¿Cómo vemos que hemos recibido el Don del Espíritu? Si realizamos las
obras del Espíritu, si pronunciamos palabras enseñadas por el Espíritu (véase
1 Cor 2, 13). El testimonio cristiano consiste en hacer solo y todo
lo que el Espíritu de Cristo nos pide, otorgándonos la fuerza para hacerlo.
Fuente:
ACI Prensa