25.5.18

ALERTA ESOTÉRICA: LOS PELIGROS DE LA OSCURIDAD

No es nada desdeñable el porcentaje de españoles que muestran cercanía, interés y curiosidad por cuestiones y prácticas esotéricas, paranormales, mágicas… que, aunque parezcan inofensivas, no lo son

Foto: Agathe LM
Esther fue víctima de una víctima de santería: perdió todo lo que más quería; María encontró en la Cábala, una secta inspirada en el judaísmo, un lugar donde sentirse bien, aunque no duró mucho. Las dos atravesaban un momento complicado en su vida y fueron arrastradas. Vivieron un auténtico vía crucis del que todavía se están recuperando.

El valor que los españoles otorgan a cuestiones esotéricas, paranormales y mágicas no solo no es baladí, sino un factor de riesgo ante ofertas sectarias o la acción de curanderos, santeros y videntes, entre otros. 

Según la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, un 27,6 % de la población cree en la suerte que dan ciertos números u objetos; el 22,9 % confía en curanderos; el 22,5 %, en los fenómenos paranormales, y el 14,7 % en los horóscopos. Para Luis Santamaría, de la Red Iberoamericana de Estudio de Sectas (RIES), este sector representaría en torno a un 20-25 % de la población.

Sigue esta línea el informe Jóvenes españoles de la Fundación Santa María que, en 2010, mostraba que una buena parte sostenía que hay o podría haber algo de verdadero en los horóscopos y la astrología (34,7 %), en la formas de adivinación (24,7 %), en los curanderos o sanación por poderes (18,7 %) o en la comunicación con el más allá (14 %).

«Muchas de estas prácticas parecen inofensivas, pero no lo son. Son ciertamente atrayentes, en primer lugar por la fascinación que ejerce lo oculto, y en segundo lugar porque nos ofrecen soluciones fáciles a los grandes problemas de la vida. Pero son un sucedáneo del verdadero conocimiento y de la verdadera espiritualidad», explica Santamaría a Alfa y Omega.

Este sacerdote, que hace unos días participó con una ponencia sobre el tema en un curso sobre exorcismo y oración de liberación en Roma, ve diversos peligros si se coquetea con este mundo: «Los hay psicológicos, familiares y sociales, económicos, de manipulación y dependencia, sobrenaturales y espirituales». Ahonda en estos últimos: «Es lo más terrible, peor que cualquier acción diabólica, peor incluso que el fenómeno de posesión. Porque con todas estas prácticas se deja de lado a un Dios, que es amor, y en el que se puede creer. La fe es lo contrario a la magia».

La santería destrozó su familia

Esther Val vio cumplidos en sus carnes alguno de estos riesgos. No es la primera vez que cuenta el caso en público, pero sí que lo hace en un periódico. Aunque no lo vive desde el victimismo, sabe que fue víctima de una víctima de la santería, de su pareja (R. a partir de ahora), con quien compartió un amor, respeto y admiración como nunca antes había vivido, y con el que se reencontró providencialmente justo 25 años después de su último encuentro, apareciendo como un regalo en un momento bajo de su vida.

Quiere seguir compartiendo su testimonio para que su experiencia «sirva de advertencia» a cualquier persona que piense en ir a una santera, curandera, vidente… «No quiero que nadie viva la tristeza, el miedo, la soledad y la desesperación que he vivido yo […]. Este tipo de experiencias son frecuentes. Yo misma me he encontrado muchas en el último año, simplemente dando a conocer mi historia. Solamente que no se habla abiertamente de ello… A mucha gente le habrá podido dar vergüenza y optarán por el silencio. Yo no tengo nada de lo que avergonzarme, porque lo que digo es verdad, y caí en esta situación por amar y confiar», escribe en un extenso relato que ha hecho llegar al Papa Francisco, pidiendo sus oraciones para ella y para R.

El calvario de Esther comenzó después de haberse mudado a Elche, donde vivían R. y sus dos hijos, y donde ella empezaba a ver la luz tras años de dificultades personales y profesionales, y a construir algo sólido, hermoso. Le había pedido matrimonio y que se convirtiese en la segunda mamá de sus dos hijos, implicándola en su educación y cuidado. Hasta que la santería se coló y lo destruyó todo.

Entre conjuros y limpiezas

Así lo narra: «Todo empezó a cambiar cuando un día se presentó en casa muy nervioso. Me dijo que había ido a ver a una santera para pedirle un conjuro. Me quedé sorprendida por su estado, pues me había hablado muchas veces de ella. Era cubana. Ella iba y venía de Cuba todos los años para ver a su hija y a sus nietos. En esos tiempos yo estaba muy abierta a la experimentación con todo tipo de prácticas espirituales / esotéricas y le había dicho que la quería conocer. Él, sorprendentemente, se había negado varias veces. Estaba convencido de que había conseguido un trabajo gracias a ella cuando tras muchos meses en el paro le pidió un conjuro… y al día siguiente el conjuro funcionó.

Desde entonces, tenía mucho poder sobre él. Se sentía en deuda. Aquel día había ido a verla y pedirle ayuda para que nuestra relación fluyese mejor, y la respuesta fue que no íbamos a acabar nuestra vida juntos. Y que no era posible hacer el conjuro porque yo arrastraba entes difuntos que exigían limpiezas y rituales. Acepté porque él me lo pedía, porque era importante para él, no porque creyese que había un problema insalvable. Yo confiaba en él, ¿por qué no hacerlo? Cometí la mayor imprudencia de mi vida».

Las consecuencias

Las consecuencias no tardaron en aparecer a pesar de realizar todos los rituales que había recomendado la santera, incluido rezar el padrenuestro y el avemaría a diario, y de entrevistarse con ella por separado. Incluso se habían visto con ella en el santuario de Calasparra, donde se venera a la Virgen de la Esperanza, dice Esther, «precisamente lo que la santera nos arrebató a los dos». Él se mostraba cada vez más crítico y ella se sentía rara e irritable. Cuando por fin la santera auguraba un final feliz, con la pareja «fuera de peligro», tres días más tarde, su pareja le anunció repentinamente que la abandonaba, que ya no quería estar más en esa relación. «Se me destituía de manera sumarísima de mi condición de pareja, de su mujer, y madre de sus dos nenes, a un indeterminado y confuso estatus de amiga y compañera de piso de un plumazo y sin previo aviso. Fue un acto de una violencia brutal, un golpe traumático por el que todavía sufro secuelas», explica.

Lo que vino después fueron semanas muy desagradables, de altibajos, de algún que otro intento de salvar la amistad sin éxito. Esther llevaba solo nueve meses en Elche. Lo había dejado todo por acompañar a su pareja. No tenía familia, amigos o trabajo en los que refugiarse. Estaba en shock y desesperadamente sola. Inició entonces un vía crucis de sanadoras, curanderas, chamanes, videntes, médiums… para encontrar respuestas a lo que le pasaba, para llegar a una conclusión: se trataba de magia negra.

R. había cambiado completamente. Era otro hombre. Pasó de ser una bellísima persona, llena de amor y luz, a ser alguien brutal, insensible, errático y ruin: «Era una persona que daba lo que no tenía –pasaba mucho tiempo con la santera hablando de mí, le pagaba todo, incluso el billete de vuelta a Cuba– y sin embargo nunca asumió sus responsabilidades con respecto al piso que compartíamos, ni se disculpó por el dolor causado, y simplemente me borró de su vida. Me gritaba que ya no confiaba en mí, mostrando un resentimiento y una rabia incomprensibles. No he vuelto a saber nada de él ni de los niños, que yo consideraba mis propios hijos. Ha sido inhumano. Me acompaña a diario un sentimiento de vacío y orfandad profundo. Nadie puede entenderlo y quiero precisamente que nadie lo tenga que experimentar».

El principio del fin del calvario de Esther fue providencial. Dejó Elche muy tocada psicológicamente para volver a su Zaragoza natal y cuidar de su madre, que acababa de tener un pequeño accidente. Se alejó de curanderos, videntes y de «ese círculo nocivo de personas sin escrúpulos o humanidad» y, en esa vuelta a las raíces, encontró escucha y comprensión en amigos de la infancia y en el entorno familiar. Luego habló con un sacerdote, e incluso con el exorcista de la diócesis. Muchos creyeron su relato –algunos no–, y pusieron los cimientos de una nueva vida que está construyendo desde cero y con mucho esfuerzo en Alicante, justo un año después de que todo se fuera al traste. «He aprendido a ser extremadamente cuidadosa con las prácticas espirituales en las que participo y a desconfiar de la mayoría.

He vuelto a la Iglesia, a ir a Misa, a rezar con regularidad, a pedir por R. y por la santera, a santiguarme a diario con agua bendita… y todo ello me ha dado una paz infinita. Ha sido como un volver a casa, a mis raíces, a lo conocido y familiar donde puedo confiar en que nadie me manipule, lance oscuros mensajes o pida dinero a cambio de limpiarme o protegerme de entes difuntos o energías malignas. Me protejo yo misma sintiendo amor, compasión y perdón por aquellos que actuaron desde la oscuridad».

Reconoce que, después de una experiencia así, la vida no se rehace rápidamente, pues tiene un impacto brutal, además de secuelas psicológicas profundas: «Yo le he echado valor a la vida gracias al sentimiento de compasión que me invadió al saber que él era una víctima y yo una víctima de una víctima que había caído en las redes de la santera por amar y confiar».

La Cábala

El caso de María (nombre ficticio) tiene similitudes con el de Esther. Ella también se encontraba en un momento complicado de su vida, estaba muy deprimida y recibía atención psicológica. Y se topó, a través de un programa de radio, con la Cábala, una corriente esotérica inspirada en el judaísmo pero totalmente dentro de la galaxia New Age, que le pareció inocua, nada esotérica o siniestra, y sí divertida… Y empezó a investigar, a hacer cursos online que le sugerían un aparente crecimiento personal y psicológico –era su momento favorito del día–, pero detrás ocultaba algo que solo pudo apreciar cuando participó en uno de los encuentros físicos. Le chirriaron varias cosas: las malas relaciones entre grupos de distintas ciudades, la falta de relación entre hombres y mujeres, la rivalidad constante, o alguna de sus enseñanzas –decían que no se podía intervenir cuando otro estaba en una situación complicada porque eso es lo que tiene que ocurrir–, o el dinero –pedían una especie de diezmo–…

«Es una fábrica de psicópatas. Te lavan el cerebro hasta que no piensas por ti mismo. Y si no lo consiguen, te invitan a marcharte», narra. A ella la apartaron seis meses, pero ya no volvió. Gracias a la ayuda familiar, de su psicóloga y de un sacerdote de su parroquia, empezó a comprender lo que le había pasado. «Jamás pensé que me pudiera suceder algo así», concluye.

¿Quién responde a este desafío?

Las cifras y los testimonios son una realidad, pero la preocupación de la sociedad todavía es leve. Según RIES la implicación institucional es ambigua. Se llevan las manos a la cabeza, pero nadie hace nada. En todo el país, solo hay una administración con un servicio real de orientación y ayuda a las víctimas: el Ayuntamiento de Marbella». Sí hay un intercambio continuo de información, sobre todo desde la RIES, con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que «tienen muchas ganas de trabajar y de ayudar, pero tienen las manos atadas».

A nivel eclesial, Santamaría echa de menos un tratamiento «más oficial del tema». «Creo que gran parte de la jerarquía de la Iglesia no alcanza a percibir este problema», concluye.

Fran Otero

Fuente: Alfa y Omega


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