La verdadera religión une a los demás: Si no es tu
caso, es hora de revisar cómo vives tus creencias
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No estaba de acuerdo en considerar las
cosas del espíritu como algo propio de gentes puras, extraordinarias, que no se
mezclan con las cosas despreciables de este mundo o, a lo más, que las toleran
como algo inevitable mientras vivamos en él.
No, yo creía tener los pies en
la tierra y el corazón en el cielo. Sin embargo, para mí el templo era el
lugar que representaba el único espacio para vivir “una verdadera
espiritualidad”, por lo que procuraba asistir el mayor tiempo posible,
participando de diferentes formas.
Quienes lo hacíamos, creábamos
inconscientemente un ambiente un tanto enrarecido, en el que erróneamente, más
de alguno manifestaba sentirse en un mundo aparte como si fuese la
antesala del cielo, muy distante de otro que seguía su propio camino.
En otro plano, tenía espacios y
tiempos en mi hogar donde me recogía en lecturas y oración, sin reconocer que vivía en la contradicción de
estar dejando a Dios por Dios.
Lo
empecé a comprender cuando mis hijos y mi esposo empezaron a manifestar su
rechazo a las cosas de Dios, lo que trataba insistentemente de inculcar en sus
vidas. Luego, en un
cruce de cuestionamientos, se manifestaron sobre sobre mis defectos, errores,
incomprensiones. Sobre todo, me golpeo con dureza que mi hija adolescente me
dijera que la avergonzaba mucho el que sus amigas se refirieran a nosotros como
una familia de “santurrones”, y que el resto sus hermanos la secundaran.
Todo provenía de un
resentimiento, debido a que entre los tiempos de mi profesión como
dentista, la asistencia constante al templo y recogimiento espiritual en casa,
era yo la del grito destemplado por mal humor o impaciencia: la
responsable de una comida mal hecha, a la carrera; y quien a veces no asistía a
los eventos importantes en la vida de mis hijos.
Yo, que defendía el trabajo de
ama de casa como una autentica profesión de amor, lo realizaba con mediocridad,
al igual que mi rol de madre.
Me quedo claro que desde nuestra intimidad de familia, mi esposo e
hijos eran testigos de los defectos ciertamente asumibles de mi condición
humana, pero también provocados y puestos en relieve por una espiritualidad mal
vivida.
Mi paradigma se hizo mil pedazos
y reaccioné con indignación, pero luego venció el amor y concluí que había
que rectificar mis actitudes y rescatar a mi familia.
Lo
haría sin ceder en que la primera realidad en la vida es Dios, pero…
necesitaba aprender el “como”.
Fue
así que me deje aconsejar por quienes con una fe operativa vivida con
naturalidad y sencillez, daban testimonio de virtudes humanas en
todas sus obligaciones de estado, comenzando por la familia.
Comprendo ahora que por el camino que marcan todas las religiones
que buscan a Dios, y en las que Dios sale al encuentro de hombre, al final se nos juzgara en al amor, y que
entonces veremos con luminosa claridad, que precisamente donde se
encontraban nuestros hermanos los hombres, nuestras aspiraciones, nuestro
trabajo, nuestros amores, afanes e ilusiones era donde se realizaba el
encuentro cotidiano con Él.
Y
que el mundo era y es su gran templo.
Ahora vivo con la certeza de que
Dios se alegra cuando me esmero en hacer bien la sopa, arreglar las cortinas,
ser paciente y alegre, cuando dialogo y me involucro en la vida de mi esposo y
mis hijos… cuando me ve luchar cada día por adquirir virtudes para ser mejor.
Igual, cuando le ofrezco mi
trabajo en el consultorio acabado y bien hecho.
Explico
a mis hijos con nuevas luces, que existe el tiempo de honrar Dios en el
templo y en la oración privada, pero que Dios quiere que le sirvamos
también en y desde todas las
tareas civiles en medio del mundo, lo mismo en la oficina, que manejando el
camión, en la fábrica, en el taller, en el campo.
Que
hay algo divino escondido en las situaciones más comunes que le toca a cada uno
descubrir, haciendo
de la vida la más maravillosa aventura con el más hermoso destino.
Que
debemos esforzarnos por materializar lo espiritual, y que no podemos vivir una doble vida con
una actitud espiritualista o una visión totalmente materialista y placentera. Que hay una sola vida hecha de carne y espíritu
y esa es la que debe ser asumida en nuestra relación con Dios.
Igual tengo paciencia para no
caer en la presunción que me haga olvidar que tienen su edad y formas de creer. Incluso la libertad de reservarse en la
fe, por lo que debo confiar en los tiempos de Dios.
Y
trato de no olvidar lo que alguna vez leí:
En la línea del horizonte parecen unirse el
cielo y la tierra, pero donde de verdad se juntan es en nuestros corazones
cuando vivimos de cara a Dios en lo ordinario de cada día en todos los
quehaceres de la tierra.
Sobre todo en lo referente al amor en la
familia.
Por Orfa Astorga de Lira.
Fuente:
Aleteia