Muere
el director de este clásico que afrontó la relación de la Iglesia y el papado
con los tiempos modernos, y de paso predijo la llegada de Juan Pablo II
Con
98 años ha muerto Michael Anderson, el candidato al Oscar más antiguo; el
título pasa ahora a Franco Zeffirelli. Director ecléctico, Anderson fue
especialista en llevar a la gran pantalla novelas de éxito.
Estrenó La
vuelta al mundo en 80 días, de Verne (premiada con la estatuilla), 1984,
basada en la novela homónima de Orwell, y Las sandalias del pescador, del
australiano Morris West. Seguramente, esta última y La fuga de Logan son
los títulos más conocidos del director británico, afincado en América.
Anderson
tuvo la capacidad de afrontar géneros diversos con tesón. Pero merece la pena
centrarse en un film por su valor cinematográfico y su sorprendente actualidad.
Hablamos de Las sandalias del pescador,estrenada en 1968, una cinta
revolucionaria y entrañable, que es ya un clásico.
La
década de los 60 era época de cambios y de espías. El mundo se dividía en
bloques que amenazaban a la humanidad tras la Segunda Guerra Mundial: Guerra
fría y guerra espacial, construcción del muro de Berlín y crisis de los misiles
en Cuba, asesinato de JFK y de Malcolm X, Vietnam…; marxismo, comunismo,
existencialismo, surgimiento del movimiento hippie y mayo del 68…
La
Iglesia no podía quedar fuera de estos cambios; Cristo responde al hombre
concreto. Por eso, los 60 son también la época del Concilio Vaticano II, la
mayor puesta al día de la Iglesia de los últimos siglos desde Trento.
El
concilio más representativo de la historia abrió la Iglesia al mundo moderno,
que dejaba de ser visto como un enemigo del alma, y a sus necesidades: desde
la pastoral a la misión, desde la carrera de armamentos a la dignidad de toda
persona y al cumplimiento de los derechos humanos. Mismo mensaje con distintos
métodos, apropiados a los nuevos tiempos; aire fresco.
Por
fin, la Iglesia hablaba la lengua de sus pueblos, y se hacía comprensible su
llamada universal a la santidad. Los laicos recuperaban protagonismo. Diálogo,
amor, libertad. Y pasos de ecumenismo. Las sandalias del pescador recogen
todas las problemáticas del mundo y la Iglesia de ese período; y de paso ofrece
una solución: un Papa del Este.
Entrañable,
pedagógica e inteligente, la cinta cuenta todos los intríngulis de la elección
papal en este contexto y la respuesta de la Iglesia a los tiempos del fin de la
modernidad. Kiril Lakota (Anthony Quinn), un arzobispo ucraniano, ha pasado
veinte años como prisionero político de la URSS, en Siberia.
En
el tormento del campo de trabajo sufre el hambre, la humillación, el castigo;
pero también allí se ve sorprendido por su mal. Inesperadamente es liberado por
el presidente de la Unión Soviética (Laurence Olivier), y enviado al Vaticano
como asesor.
En
Roma, Pío XII (John Gielgud), que está gravemente enfermo, le nombra Cardenal,
y el Papa muere. Hay que afrontar un cónclave en tiempos convulsos. ¿Qué hará
la Iglesia? ¿Se bunquerizará o se pondrá al servicio de un mundo que la
necesita?
En
Roma hay las típicas capillitas para decidir el pulso que debe tomar la
Iglesia, y la cosa no tira: fumata negra una vez y otra, mientras el mundo vive
en un estado permanente de crisis, con la Guerra Fría y el comunismo como
amenaza.
De
pronto, la cosa se desbloquea: el purpurado gira la cabeza hacia el Este, y por
sorpresa del mundo, Kiril es elegido pontífice. Un Papa surgido del frío.
Un Papa venido de un país lejano. Gracias al Papa la Iglesia y el mundo
tomará nuevo rumbo.
A
medio camino entre el drama del protagonista y la crítica político-social, la
cinta tiene la virtud de acercar la Iglesia post-conciliar al gran
público, no sin recibir quejas de los sectores más conservadores.
Las
tramas secundarias ayudan a acercar la historia eclesial y los intríngulis de
un cónclave al gran público, y hacen más humano a un Papa (un Anthony
Quinn memorable y convincente) que recorre de incógnito las calles de Roma para
escuchar la voz del mundo.
Las
sandalias del pescador resulta vigente todavía hoy. Sus discursos sobre la
periferia y la descentralización propios del actual magisterio de Francisco la
hacen hoy aún más comprensible.
En
efecto, la cinta de Anderson presenta a una Iglesia que no quiere
encerrarse ni en el voluntarismo ni en el intelectualismo, sino abrirse a la
proximidad del otro, a ese de la puerta de al lado, sea santo o pecador.
Una película más que adecuada para nuestros tiempos y la última exhortación
apostólica del Papa.
Josep
Maria Sucarrats
Fuente:
ACI
Metro-Goldwyn-Mayer